Jueves, 26 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Las cartas sobre la mesa

por Palabaras para vivir

Ya se ha publicado el "Instrumentum laboris" del próximo Sínodo de los Obispos. Las cartas, pues, se han puesto sobre la mesa. Como se preveía, la atención se ha centrado en algunos puntos específicos afrontados en el documento, como el de la comunión a los divorciados vueltos a casar o el trato a las parejas homosexuales. Era inevitable. Hubiera lo que hubiera en el documento, y aunque se hable de otras mil cosas en el Sínodo, guste o no, ese va a ser el tema. El propio cardenal Kasper lo dijo en una entrevista: si no se va a aprobar la comunión a los divorciados, mejor sería no hacer el Sínodo, debido a la expectación que se ha creado sobre el asunto. Expectación, por cierto, que él mismo se ha encargado de alimentar.


            Lo primero que echo en falta en el Instrumentum Laboris es que el capítulo inicial, "Comunicar el Evangelio de la familia de hoy", sea tan breve. Incluso el título no me gusta. Yo hubiera preferido que se llamara así: "Comunicar el Evangelio a la familia de hoy", porque creo que de eso se trata: de anunciar la buena nueva del amor de Dios a los individuos y a las asociaciones de individuos, la primera de las cuales es la familia. Este anuncio del mensaje tiene que estar revestido de la misericordia, pues sino no sería "buena nueva", no sería mensaje cristiano. La misericordia debe impregnar todo, marcarlo todo, determinarlo todo. No hay ninguna objeción que hacer a la misericordia. Cuanta más, mejor, porque en el catolicismo o todo es misericordia o no es expresión auténtica del Dios de la misericordia.

 

            Lo que pasa, y ya lo he dicho otras veces, es que unos entendemos una cosa por misericordia y otros otra. La misericordia no puede estar separada de la verdad, pues entonces ya no es misericordia, es "misericordina", es demagogia, es populismo, es un engaño. La primera misericordia que hay que tener es la de decir la verdad. Por lo tanto, misericordia a tope, infinita, sin límites, pero con la verdad incluida como parte esencial de la misma.

            Desde aquí, y sólo desde aquí, se puede afrontar el segundo punto: las cuestiones pastorales complicadas. Entre ellas están la de la comunión de los divorciados, la de las uniones gay, la de los bautismos a los hijos de la parejas homosexuales, la de las nulidades matrimoniales, la de los métodos de control de natalidad y tantas más. El "Instrumentum Laboris" se limita a hacer una radiografía de lo que opinan los diversos agentes consultados, entre ellos las Conferencias Episcopales y los Institutos religiosos. Como "radiografía" probablemente es correcta, aunque ya sabemos que muchas veces las encuestas dan respuestas en función de cómo se han hecho las preguntas. Sin embargo, éste no es el problema. La cuestión de fondo es si la Iglesia tiene que adaptarse a lo que quiere la sociedad o incluso a lo que quieren buena parte de sus miembros, o si lo que debe hacer es ser fiel a Jesucristo, yendo valientemente contra corriente de propios y extraños. Si nos dejamos influir por las encuestas y a golpe de ellas legislamos -o lo que es lo mismo, decidimos qué es bueno y qué es malo, qué se puede hacer y qué no-, no estaríamos haciendo otra cosa más que seguir el ejemplo de los políticos, muchos de los cuales defienden un día lo contrario de lo que defendían el anterior simplemente por el hecho de que la opinión pública ha cambiado. ¿A dónde le conduciría eso a la Iglesia? Sin duda estaríamos en un camino sin retorno, en un lanzamiento al vacío del caos dogmático y moral que supondría ipso facto la destrucción de la propia Iglesia.

            No va a ser fácil el Sínodo. Temo que muchos estén por la labor de congraciarse con la opinión pública a costa de sacrificar la verdad contenida en el Evangelio, y que eso lo quieran hacer amparándose en el hermosísimo concepto de la misericordia. Serán como lobos que se visten con piel de oveja.

            Recemos para que el Espíritu Santo siga guiando a su Iglesia como lo ha hecho siempre durante dos mil difíciles años.

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