Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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¿Por qué Dios ya no actúa?

por Estamos en Sus Manos

Llevamos ya varios artículos comentando el tema de los carismas, una realidad siempre presente en la vida de los fieles cristianos, pero que quizá ahora está tomando más fuerza y más consciencia en la Iglesia Católica. Estos carismas más "extraordinarios" siempre han estado presentes en la vida de la Iglesia, a lo largo de cuyos siglos podemos encontrar innumerables testimonios de sanaciones, descansos en el espíritu, sueños proféticos, visiones... De hecho, en la teología clásica se probaba la divinidad de Cristo en base a sus milagros, y la veracidad de la Iglesia Católica en base a la pervivencia de estos carismas en su seno. Ciertamente estamos viviendo una renovación de los carismas en la Iglesia, que se va abriendo a su presencia y eficacia; pero no podemos olvidar de dónde venimos. Los últimos siglos de la Iglesia han estado marcados por el racionalismo, que ha tenido la ocasión de expulsar fuera de la fe lo que no cabía dentro de la razón, olvidando el adagio agustiniano: "si comprehendisti no est Deus" (si lo has alcanzado a comprender, no es Dios). Este racionalismo se ha plasmado históricamente en el modernismo, el progresismo y finalmente en el escepticismo sobre el poder de Dios y su actuación real en el curso de la historia, reducido muchas veces al "gran relojero" masónico que se desentendía del curso de la historia, cuyo destino quedaría sólo en manos de los hombres. El hombre racional del siglo XXI no puede creer en cuestiones que se consideran míticas e infantiles, como el pensar en un Dios que se dedica a multiplicar panes, o a curar a una persona, ilusa, que tiene fe. Por supuesto, la Virgen no se puede aparecer a nadie, y se acusa de histerismo por principio a todo lo extraordinario y sobrenatural, a lo cual se mira con recelo, si no con abierta hostilidad o con burlesca indiferencia. Y todo esto, dentro de la Iglesia. La homilía propuesta por el propio ritual de la Confirmación, afirma categóricamente que "en la actualidad, el Espíritu Santo ya no se manifiesta mediante el don de lenguas".


Un testimonio reciente de este enfrentamiento entre la mentalidad racionalista y la mentalidad católica, dentro de la misma Iglesia, nos lo ofrece el caso del San Pío de Pietrelcina. Aquél pobre fraile vivía numerosos carismas, que se le daban sin que los pidiera, como el don de los estigmas. Pero la reacción de muchos, incluso de la jerarquía, fue de sospecha, incredulidad, desprecio, rechazo; acusaciones de falsedad, impostura, histeria, autoglorificación; censuras, prohibiciones, enclaustramientos, incomunicación. Clamoroso resultó el caso de Gemelli, que no sólo ocupaba un "alto cargo" en la Iglesia vaticana, sino que además era hermano franciscano del Padre Pío, y que, obnubilado por el racionalismo, negaba la evidencia, tratando de quitarla de en medio, sin más. Pero los carismas se manifestaban en el Padre Pío, sin que el racionalismo pudiera acabar con ellos, ni frenar la difusión de la fe en todos aquellos que veían al fraile, o que oían hablar de él. También hoy sucede lo mismo. Los carismas se renuevan, y todo el racionalismo intra y extra eclesial no consigue extinguir el Espíritu (1 Tes 5, 19), que abre paso al Reino a la fuerza, mientras sufre violencia y los violentos tratan de arrebatarlo (Mt 11, 12). Y así, mientras en el mundo crece el racionalismo, en la Iglesia crecen los carismas, y la Iglesia se va convirtiendo en un auténtico desafío para tantos hombres y mujeres, a cuya aparente seguridad desafía la fuerza de un Dios que, si bien se manifiesta como brisa suave (1 Re 19, 12), lo hace también con estruendo y fuego (Hch 2, 2).

 

Pero el enemigo lo sabe. Ha visto cómo muchos han caído en el escepticismo respecto de la ciencia, y se han vuelto al emocionalismo supersticioso. La ciencia se presentó como la nueva religión, y sin embargo, se han mostrado sus límites, y muchos han dejado de creer ciegamente en ella, como antes se hacía. Esto se ve en un campo tan concreto como es el de la medicina. Hubo un tiempo en que se creyó que la ciencia conseguiría curarlo todo, que podría prologar la vida de lo hombres tanto como quisieran, y crear un ejército de hombres arios genéticamente perfectos… Y sin embargo, la medicina nunca ha sido tan consciente de sus incapacidades como hoy. Enfermedades como el cáncer, el SIDA, u otras llamadas “enfermedades raras” desafían la omnipotencia cientificista. Las depresiones campan a sus anchas en nuestro mundo, cuyos farmacéuticos llaman con urgencia la atención sobre que el producto más vendido en las farmacias son los antidepresivos (seguidos de los anticonceptivos. ¿Casualidad…?). Esto ha hecho que muchos se vuelvan a las “terapias alternativas”, “terapias energéticas”, y otras pseudociencias y pseudoterapias, con sus propios pseudofármacos y sus pseudorituales. Flores de Bach, Reiki, Meditación Transcendental, Control Mental, viajes astrales, Ninjitsu (de cuyo carácter satánico he tenido conocimiento hace poco), terapias regresivas, implantación de recuerdos… Cada vez hay más horóscopos, quiromantes, péndulos, hechizos, “trabajos”, tiendas de magia, brujería, hechicería, curanderos… La gran sociedad racionalista se vuelca poco a poco en la superstición. Y el enemigo se aprovecha de ello. Burlándose de las oraciones de sanación cristianas, ha ideado las nuevas terapias energéticas donde un Maestro invoca a las “energías del universo” a las que canaliza a través de su cuerpo, y con la imposición de sus manos transmite esa energía al cuerpo del enfermo, sanando su enfermedad. Y todo revestido de pseudocientificismo. Mientras esperaba para unas pruebas de alergia en un hospital tan prestigioso como el Puerta de Hierro, entraron dos personas ofreciendo terapias de Reiki y de meditación transcendental, dignamente acreditados por el hospital que les había dado permiso para ofrecer estas falsas terapias pseudocientíficas a los incautos pacientes que podrían caer así, bajo capa de seriedad médica, en las garras de Satán. Él ha urdido esta burla, esta falsificación de la oración de sanación, para confundir al mundo, de modo que no acuda a la Iglesia; para confundir a los católicos, que piensan que los que hace oraciones de sanación hacen lo mismo que los Maestros Reiki; y para estimular aún más a los escépticos, que miran a los sanadores y a los carismáticos con el mismo gesto burlón y condescendiente de quien adora a la diosa Razón.

 

Pero Dios es más grande, más fuerte, más listo. Y sigue obrando con sencillez. Es más, hace que toda esta nueva superstición contribuya a su plan de amor, ya que muchos que caen en las garras del enemigo a través de estas trampas, acaban volviéndose al Dios Liberador, que rompe las cadenas con que los hijos de Dios son entrampados, y da la libertad a sus hijos muy amados, que ven el poder de Dios y aclaman sus victorias. Y por eso sigue derramando sus carismas. Y seguirá haciéndolo. Digan lo que digan, piensen lo que piensen, Dios seguirá actuando. Y lo hará con poder. Porque está Vivo, y actúa. Vivo en su Iglesia por la fuerza de su Espíritu, que reparte sus dones a cada uno según quiere. Los carismas son un desafío para todos, pero ante todo son un signo del poder de Dios y una verificación de su presencia y de su victoria; un signo que Él mismo quiso que acompañara a la evangelización para dar eficacia a las palabras de los anunciadores, de quienes se dijo que han de evangelizar con “obras y palabras intrínsecamente unidas”. No sólo palabras, sino también obras. Muchos piensan que esas obras se refieren a las obras de caridad… Quizá no han leído bien el Evangelio, en el que Jesucristo envía a sus discípulos con poder de sanar, liberar e incluso resucitar (Mt 10), y que asevera que las señales que acompañarán a los apóstoles serán justamente las carismáticas, señalando a propósito que “ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16, 20). Esas señales (que son los carismas que ha señalado justo antes: Mc 16, 17 – 18) son las que confirman la palabra de los testigos.

 

Muchos preguntan: ¿Por qué hoy ya no hay carismas? ¿Por qué Dios no cura hoy como hacía antes? Leemos en el libro de los Hechos que Dios obraba múltiples prodigios a través de los discípulos; los Padres de la Iglesia cogen el testigo, dándonos numerosos testimonios de sanaciones, liberaciones y prodigios en los primeros siglos. ¿Por qué se extinguió esta gracia carismática? La respuesta requeriría un nuevo artículo, que quizá un día llegue. Pero me aventuro a responder a la cuestión de por qué hoy los carismas escasean. Porque nos falta fe. Pero no fe en Dios. Sabemos y creemos que Dios es Todopoderoso, que lo puede todo. Nos falta fe para creer que Dios puede hacer sus signos a través de nosotros y en nosotros. Por un lado, nos creemos indignos de sus dones, como si Dios escogiese a los que son dignos o capaces… Dios no elige a los capaces, capacita a los que elige, dejando que llevemos el tesoro de su gracia en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria proviene de Dios, y no viene de los hombres (2 Cor 4, 7). Y también nos falta fe en que Dios nos pueda escuchar a nosotros, nos pueda curar a nosotros. Porque no nos creemos que nos quiera tanto. Pedimos pero presuponiendo que Dios no nos va a escuchar, y entonces la ausencia de eficacia de nuestra oración fortalece nuestra falta de fe. Dios es un Padre bueno, y concede sus dones a quien le pide con fe. Y ha querido concederlos a través de nosotros. Dios no abrió el mar Rojo sino cuando Moisés, fiado en la Palabra de Dios, extendió su mano hacia el mar. También hoy Dios quiere sólo que hagamos un acto de fe, que extendamos nuestra mano, simplemente, confiadamente, para que podamos ver cómo Él obra sus maravillas, precisamente en nosotros y a través de nosotros.

Por eso Dios nos llama a orar con fe, sin condiciones, creyendo sin más que Él puede actuar y va a actuar, porque así lo ha prometido: "Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: "Quítate y arrójate al mar" y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis" (Mc 11, 22 - 24). Así hemos de orar. 

Termino con una pequeña lista de cosas que han sido ideadas por Satanás para entrar en las personas que se acercan a la superstición buscando sanación, y que suponen una exposición directa a su influencia: Reiki, terapias energéticas, magia, hechicería, curandería, hechizos, maleficios, terapias regresivas, viajes astrales, Nueva Era, piedras energéticas, amuletos, ídolos, invocaciones a dioses antiguos o energías de la naturaleza, santería, vudú, adivinación, médiums, ouija, espiritismo, tarot, quiromancia, péndulo, etc.

Dos realidades dudosas, de las que no tengo certeza de que causen una influencia, pero conozco personas con experiencias que hacen pensar que sí pueden suponer un acceso, son las flores de Bach y el Yoga. 

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