Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Orar exige la pureza del corazón. San Agustín

Orar exige la pureza del corazón. San Agustín

por La divina proporción

¿Quién ora en este mundo lleno de prisas, inmediatez y apariencia? Pocos y los que lo intentamos, no nos resulta sencillo. Hay muchas razones para no orar, una de ellas es la falta de Esperanza. ¿Por qué pedir al Señor algo que sé que no voy a recibir? No es fácil convencerse que el Señor atiende a nuestras verdaderas necesidades, cuando su es Su Voluntad. ¿Por qué orar? Cuando nos parece que hacerlo son simples apariencias pasadas de moda. 

«Cuando oréis, dice Jesús, entrad en vuestra habitación» ¿Cuál es esta habitación sino el mismo corazón, como lo indica el salmo en el que está escrito: «lo que digáis en vuestro corazón, en vuestra habitación lamentadlo? « (Ps 4,5).  «Y después de haber cerrado las puertas orad, dijo, a vuestro Padre en secreto» no basta con entrar en su habitación, si la puerta permanece abierta a los inoportunos, por esta puerta se introduce subrepticiamente las banalidades de fuera, que invaden el interior. Desde fuera, como hemos dicho, las realidades pasajeras y sensibles penetran por la puerta, en nuestros pensamientos, es decir, por nuestro sentido y perturban nuestra oración, por una muchedumbre de fantasmas vanos. Es preciso pues cerrar la puerta, lo que quiere decir resistir a los sentidos  para que una oración plenamente espiritual suba hasta el Padre, brote de lo profundo de nuestro corazón, donde oremos al Padre en secreto. 

«Y vuestro Padre, dice, quien ve en el secreto te lo premiará » Tal debía ser la conclusión. El Señor no tiene aquí la intención de ordenarnos la oración si no de enseñarnos como orar; de igual manera que anteriormente no nos ordenaba la limosna sino la intención de  hacerla, porque exige la pureza del corazón que no puede obtenerse sino que por una intención única y simple, orientada hacia la vida eterna por el único y puro amor de la bondad. (San Agustín. Tratado sobre el Sermón sobre la Montaña, 3, 11) 

La oración vocal necesita de intimidad para que consigamos llegar hasta la puerta desde donde Cristo nos llama. No se trata de pedir por pedir, sino de intentar sintonizarnos con la Voluntad de Dios. 

Hay tres oraciones maravillosas que nunca deberíamos olvidar: la de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”, la que Cristo nos enseño dentro del Padre Nuestro: “Hágase Tú Voluntad, así en la Tierra como en el Cielo” y la oración que el mismo Cristo alzó al Padre cuando esperaba la pasión: “Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. 

¿Qué hacemos nosotros pidiendo cosas y situaciones? ¿No sería más lógico que pidiéramos ser capaces de cumplir la Voluntad de Dios? Ser capaces de vivir nuestra vida con valentía y resolución, necesita de la Gracia de Dios. 

Como San Agustín indica, la oración deber hacerse cerrando las puertas al mundo, para solicitar al Señor la Gracia de no desear más que lo que Él desea para nosotros. Podemos ofrecernos como humildes siervos dispuestos a aceptar lo que el Señor decida que tenemos que afrontar. La oración “exige la pureza del corazón que no puede obtenerse sino que por una intención única y simple”. Intención que se resume en ser siervos humildes y fieles. Fieles, aunque nos llamen fanáticos y nos digan que llevamos con nosotros la violencia. Honestos, porque aceptamos que sólo Dios es capaz de cambiar nuestros corazones. Sinceros, porque no nos escondemos detrás de las apariencias. No buscamos engañar a Dios como muchas veces lo intentamos hacer con los seres humanos. 

Así que la oración puede ser la mejor de las tablas de salvación, siempre que tengamos el valor de agarrarnos a ella y tener confianza en el Señor.

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