Lunes, 23 de diciembre de 2024

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El carisma de sueños

por Estamos en Sus Manos

Seguimos profundizando en los carismas al hilo del texto del profeta Joel citado por San Pedro en el discurso de Pentecostés: “vuestros ancianos soñarán sueños”. Hay que decir al respecto, que cuando Joel dice que los jóvenes verán visiones y los ancianos soñarán sueños no reduce a estas edades los carismas; Joel hace un discurso explicativo en que va incluyendo progresivamente a todos los géneros, edades y estatus sociales: “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu” (Hch 2, 17 – 18). Ahí el profeta señala hijos e hijas, jóvenes, ancianos, siervos y siervas; es decir, que todos sin excepción recibirán el Espíritu Santo, al margen de su sexo, de su edad o de su situación social. Por eso comenzaba diciendo que el Señor derramaría el Espíritu sobre toda carne. Por ello podemos decir que los carismas señalados por este texto (profecía, visiones y sueños) el Espíritu los puede dar a cualquier bautizado, de cualquier edad y condición. Dicho estos, entramos en el carisma de sueños.

El tema de los sueños ha adquirido en la actualidad mucho interés desde dos perspectivas distintas: la psicológica y la esotérica. S. Freud escribió sobre la interpretación de los sueños como una manifestación de las pulsiones del inconsciente que pueden revelar información sobre nosotros que nuestro yo consciente ha reprimido. Siguiéndole, muchos psicólogos se adentran en el pantanoso terreno de la interpretación psicológica de los sueños. Ni que decir tiene que esta no es una ciencia exacta. Ciertamente los sueños contienen expresiones del inconsciente que pueden ayudar en un proceso terapéutico para alcanzar salud psíquica o equilibrio emocional; sin embargo, el carisma de sueños no se refiere a esta disciplina psicológica, por otra parte inexacta y aproximativa.

Por otro lado, y en relación con la psicología, también la Nueva Era y otras corrientes “““espirituales””” dan importancia a los sueños, como momentos de revelación de espíritus superiores que dan a conocer cosas, como manifestación de viajes astrales del espíritu de la persona, o como reminiscencias de vidas vividas en reencarnaciones pasadas. Evidentemente, esta orientación, además de ser falsa y de abrir puertas a influencias demoníacas, nada tiene que ver con el carisma de sueños.

Aclarados estos escollos, entremos a ver el carisma de sueños en la Sagrada Escritura. En el simbolismo bíblico, la noche es signo del reino de las tinieblas y también de la muerte; la palabra que usa la Escritura cuando dice que Dios hizo caer un letargo sobre Adán expresa una sinonimia con la muerte. Por eso canta la Liturgia de las Horas que el sueño es “hermano de la muerte”. Pero la noche es también el tiempo de la revelación de Dios, como se ve por ejemplo en Abrahán, quien vio en las estrellas una revelación de su futura descendencia, o en Samuel, que recibió la vocación profética de noche; por eso canta también la Liturgia que “la noche es tiempo de salvación”. Dios es capaz de hacer de la noche el punto de encuentro con Él, porque ni el reino de las tinieblas ni la muerte pueden competir con su designio de amor, que vence siempre. Por eso dice el salmo: “Aunque diga: «¡Que me cubra al menos la tiniebla, y la noche sea en torno a mí un ceñidor!»; ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día” (Sal 138, 11 – 12). El sueño es propio de la noche, y por tanto también el sueño se convierte en medio de salvación.

Los sueños carismáticos pueden ser de tres tipos: de revelación, proféticos o de conocimiento.

a) De revelación. Nos dice la Escritura: “Llegando Jacob a cierto lugar, se dispuso a hacer noche allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal, y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y vio que Yahveh estaba sobre ella, y que le dijo: «Yo soy Yahveh, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra y te extenderás al poniente y al oriente, al norte y al mediodía; y por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra; y por tu descendencia. Mira que yo estoy contigo; te guardaré por doquiera que vayas y te devolveré a este suelo. No, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho.»” (Gn 28, 11 – 15). Aquí vemos un testimonio de estos sueños a través de los cuales Dios se da a conocer, en este caso a Jacob, que aún no conocía al Señor; Él se le revela precisamente a través de este sueño. Ahora mismo sabemos que la Revelación está completada, y que no se debe esperar una nueva revelación de Dios hasta que llegue el fin de los tiempo, y en ese sentido, no puede darse ahora un sueño que revele o añada contenidos nuevos a la Revelación cristiana; pero sí podría suceder que una persona sueñe con el Señor o con su Madre, y que así suceda su conversión. Es decir, que una persona puede tener un encuentro con el Señor en sueños, como Jacob. La pregunta inmediata que surge es: ¿cómo saber si se trata simplemente de un sueño del inconsciente (una proyección o imaginación), o de un sueño de revelación? Sólo la persona que lo vive puede distinguirlo. Cuando uno sueña algo que es simplemente psíquico, lo sabe, y lo reconoce al despertar; como esos sueños que los vives y parecen absolutamente reales, y al despertarte tienes que pensar diez minutos si lo que has soñado era sueño o realidad… Pero cuando Dios pasa por el alma, deja una huella imborrable que deja su impronta en toda la persona, cuerpo, alma y espíritu, razón, afecto y voluntad. Jacob se despierta de su sueño, y la impresión que ha dejado el Señor en su alma es tan honda que dice la Escritura que: “despertó Jacob de su sueño y dijo: «¡Así pues, está Yahveh en este lugar y yo no lo sabía!» Y asustado dijo: «¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!»” (Gn 28, 16 – 17). Digamos simplemente que los que han recibido una visita de Dios en sueños saben distinguirlos de los simples sueños.

b) Proféticos. El Señor en la Sagrada Escritura desvela acontecimientos futuros a través de los sueños, que se convierten así en premonitorios, de un modo más claro o más velado. Famosos son los sueños del patriarca José, hijo de Jacob, que profetizaban su superioridad respecto de sus hermanos y de su padre: “José tuvo un sueño y lo manifestó a sus hermanos, quienes le odiaron más aún. Les dijo: «Oíd el sueño que he tenido. Me parecía que nosotros estábamos atando gavillas en el campo, y he aquí que mi gavilla se levantaba y se tenía derecha, mientras que vuestras gavillas le hacían rueda y se inclinaban hacia la mía.» Sus hermanos le dijeron: «¿Será que vas a reinar sobre nosotros o que vas a tenernos domeñados?» Y acumularon todavía más odio contra él por causa de sus sueños y de sus palabras. Volvió a tener otro sueño, y se lo contó a sus hermanos. Díjoles: «He tenido otro sueño: Resulta que el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante mí.» Se lo contó a su padre y a sus hermanos, y su padre le reprendió y le dijo: «¿Qué sueño es ése que has tenido? ¿Es que yo, tu madre y tus hermanos vamos a venir a inclinarnos ante ti hasta el suelo?» Sus hermanos le tenían envidia, mientras que su padre reflexionaba” (Gn 37, 5 – 11). Estos sueños eran proféticos, ya que preanunciaban que sus hermanos y su padre acudirían a Egipto, siendo él gobernador, y se postrarían ante él: “Al entrar José en casa, le presentaron el regalo que llevaban consigo y se inclinaron hasta el suelo” (Gn 43, 26). En la Sagrada Escritura encontramos varios sueños proféticos, en los que Dios anuncia algo que va a hacer. Un bautizado puede recibir también un carisma de sueño profético, en algo que pueda afectar a él o a sus seres queridos. Son sumamente famosos los sueños proféticos de San Juan Bosco, en los que previó cosas que sucederían en la historia de la Iglesia, o recibió avisos para amonestar a algunos de sus jóvenes. Evidentemente, hace falta mucho discernimiento y prudencia, para determinar si un sueño puede ser profético o no…

c) De conocimiento. Llamo sueños de conocimiento a los sueños en que Dios puede dar a conocer algo a una persona sobre la propia historia, en orden a su sanación o conversión, o da a conocer algo que la persona debe hacer. Lo diferencio de los de revelación, pues en ellos no tiene por qué mostrarse Dios para que la persona le conozca, y también de los proféticos, puesto que en ello el Señor no tiene por qué mostrar algo que va a suceder; o si lo muestra, en para que el que recibe el sueño haga algo al respecto. Como testimonio tenemos los sueños de San José, esposo de la Virgen: “El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). “El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle»” (Mt 2, 13). También en sueños recibe el aviso de volver a Israel, y también el de que fuese a Galilea. En estos sueños el Señor le muestra cosas de su historia o de la de sus seres queridos (que María ha concebido por obra del Espíritu Santo) o avisos sobre lo que va a suceder y lo que debe hacer (huir a Egipto para escapar de la persecución). También un creyente puede recibir un sueño que ilumine su historia, o la de otros, o recibir avisos sobre algo que debe hacer, o sobre algo en lo que amonestar a otros. Por lo que nos cuenta la Sagrada Escritura de José, también él supo diferenciar muy bien entre los sueños normales y estos sueños carismáticos, en los que Dios dejaba una honda huella en su alma, de modo que él sabía que esos sueños provenían de Dios. Aún así, siempre se requiere discernimiento a la hora de acoger como verdaderos estos sueños.

 

Otro carisma que puede ir de la mano del de los sueños es el de la interpretación de los sueños. Aquí no me refiero, evidentemente, a la interpretación psicológica, sino a una capacidad del Espíritu de Dios que permite interpretar el mensaje profético o revelador que puede haber en el sueño. Así, el patriarca José interpreta los sueños de los encarcelados (Gn 40), o el sueño del Faraón: “José dijo a Faraón: «El sueño de Faraón es uno solo: Dios anuncia a Faraón lo que va a hacer. He aquí que vienen siete años de gran hartura en todo Egipto. Pero después sobrevendrán otros siete años de hambre y se olvidará toda la hartura en Egipto, pues el hambre asolará el país, y no se conocerá hartura en el país, de tanta hambre como habrá.Y el que se haya repetido el sueño de Faraón dos veces, es porque la cosa es firme de parte de Dios, y Dios se apresura a realizarla» (Gn 41, 25. 29 – 32). También del profeta Daniel se dice: “Particularmente Daniel poseía el discernimiento de visiones y sueños” (Dn 1, 17). Y, efectivamente, interpreta los sueños del Rey Nabucodonosor (Dn 2. 4). Dios podría conceder también este don a alguno de sus siervos.

 

Sin embargo, el terreno de los sueños, como hemos señalado, es bien pantanoso, y es necesaria mucha prudencia para poder discernir un sueño carismático de un sueño normal. Por eso mismo el carisma de sueños no es el más abundante, si bien no podemos cerrar al Espíritu Santo la posibilidad de darnos un sueño carismático con alguna finalidad edificadora para nosotros mismos o para la comunidad.

 

 

 

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