Invocar la paz
Decir que el Papa es un hombre de profunda fe es casi una obviedad. No podía ser de otra manera. Pero es que, además, lo demuestra continuamente. He tenido el privilegio de participar en una de sus misas en Santa Marta y me conmovió su forma de celebrar, especialmente el tono de voz con que habla con Jesús cuando, después del Padrenuestro, se dirige a él para pedirle que no tenga en cuenta los pecados y que dé paz y unidad a la Iglesia.
Aunque ésta es una experiencia personal, que otros no han tenido la suerte de compartir, todos hemos podido ver su aprecio por la oración. No sólo porque la pide para él continuamente, sino porque cree de verdad en ella. Lo puso de manifiesto el año pasado cuando convocó el mayor acto de oración que se haya celebrado nunca pidiendo por la paz en Siria. Lo hemos visto hace unos días, cuando ha visitado Tierra Santa y se ha mostrado, ante todo, como un hombre de fe. Ahora vamos a tener ocasión de comprobarlo, con el acto que va a tener lugar el domingo por la tarde en el Vaticano y para el que ha convocado a los presidentes israelí y palestino y al patriarca ortodoxo Bartolomeo.
Lo primero que hay que destacar, y felicitar por ello a los organizadores, es que este acto no va a tener lugar en ninguna de las muchas iglesias o capillas que hay en el Vaticano. Se va a celebrar en los jardines, que es otro tipo de templo, pero en este caso construido por la mano de Dios y no perteneciente a ninguna religión, pues la naturaleza es la casa común de toda la humanidad. Agradezco este detalle, pues no me hubiera gustado que se celebrara en ninguna iglesia y mucho menos en la basílica de San Pedro.
Lo segundo, y es otro acierto, es que no se trata de una "oración por la paz", sino de una "invocación". Podrá parecer una distinción bizantina -lo cual no sería extraño, estando allí el patriarca de Constantinopla-, pero es más que eso. El pequeño grupo representa a dos Iglesias distintas -que no tienen ningún problema en rezar juntos- y a tres religiones -cristiana, judía y musulmana-. Quizá el judío y los cristianos podríamos elevar una oración al Dios común, el Yahvé del Antiguo Testamento, rezando juntos un salmo o leyendo un texto de un profeta. Pero con el musulmán es diferente y más complejo, pues aunque creen en un único Dios y su teología está influida por el cristianismo y el judaísmo, los puntos que nos separan son muchos. Por eso, y para evitar complicaciones teológicas, se hace muy bien en llamar al acto "invocación por la paz". De hecho, hay una primera parte de auténtica oración, donde uno tras otro rezan a su respectivo Dios sin que los demás intervengan, pero luego lo que van a hacer juntos es una "invocación por la paz". No podía ser más equilibrado el programa.
El que se reúnan para este acto ya es un gran paso adelante, un gesto histórico. El que se rece, aunque por separado, representa una fe común en que la paz es un don de Dios que hay que pedir con humildad y perseverancia. El que luego se haga el gesto de estrecharse las manos y plantar un olivo es mucho más que un símbolo. Y esto es un logro del Papa Francisco. Un logro que la ONU, con sus miles de tentáculos, no ha logrado conseguir, pero que ha sido posible gracias a este hombre sencillo que ocupa la sede de San Pedro. Unámonos a ellos, rezando nosotros como católicos, por la paz en Tierra Santa y por el Papa.