De los primeros contactos del cristianismo con el Corán
por En cuerpo y alma
Una vez que el Corán es escrito en el modo y manera que tuvimos ocasión de conocer (pinche aquí para ponerse al día), aún tardará un poco en ser conocido en los medios cristianos.
El primer testimonio en este sentido, podría ser la obra de San Juan Damasceno (m.754), funcionario que era en la Corte de los Omeya en Damasco, ciudad de la que recibe su nombre. Retirado en 725 al monasterio de San Sabas, entre Jerusalén y Jericó, inicia una amplia obra religiosa, en la cual destaca el tratado “Sobre las herejías” (“De Haeresibus”), cuyo capítulo 101 se dedica al islam, el cual es analizado y combatido como si de una desviación más del cristianismo se tratara. La autenticidad del texto es puesta, sin embargo, en entredicho, y creen algunos que el capítulo en cuestión es más bien una interpolación añadida posteriormente por su discípulo Abu Qurra que obra original del Damasceno.
En el Catálogo de libros siriacos de Ebedjesu aparece una “Refutación al Corán” obra de Abu Nuh, que dataría de 810.
A Nicetas de Bizancio debemos la primera traducción del Corán, del año 830, bien que parcial, pues sólo se refiere a las primeras azoras, las que van de la 2 a la 17. Lo que aunque parezca poco, por tratarse de sólo dieciséis azoras sobre un total de 114 no lo es, pues no debemos olvidar la original manera en que se organiza el Corán, que clasifica sus azoras de larga a corta, algo que no debe sonar tan extraño a los cristianos, que hacemos algo parecido con las cartas de Pablo (pinche aquí si desea conocer sobre el tema) lo que hace que las azoras traducidas por Nicetas sean las más largas, equivaliendo, en realidad, a la mitad más o menos del entero Libro.
Otros autores como Eutimio Zigabene o Nicetas Acomitate se cuentan entre los primeros que, en el campo cristiano, realizan estudios sobre el islam. Y la primera traducción completa del Corán a alguna de las lenguas occidentales, en este caso el latín, tal vez haya que considerarla a la que Pedro el Venerable, abad de Cluny, encargó a dos traductores de la Escuela de Toledo a principios del S.XI, versión impresa por el protestante Bibliander cuatro siglos más tarde.
Particularmente importante es la traducción al latín de Ludovico Maracci, confesor del Papa Inocencio XI, que data de 1698.
Que hagan mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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