Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Caridad prostituida

por Estamos en Sus Manos

 Mi parroquia es una bendición. Me ha abierto los ojos en muchos sentidos. La Iglesia tiene como tarea propia, derivada del mandamiento nuevo, cuidar a los pobres y necesitados a través de la caridad. Esa tarea adquirió dimensiones tan vastas que la caridad tuvo que instituirse, y así, organizada, atender con mayor solvencia y operatividad. Pero eso tiene sus riesgos... 

El libro de los Hechos nos dice que "No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad" (Hch 4, 34 - 35). Esta lectura se refiere a la caridad, pero la de los cristianos con respecto a los miembros de su comunidad que pasaban necesidad, no con respecto a los no creyentes. Ciertamente, hay que atender a todos porque Cristo dijo que "cada vez que lo hicisteis con uno de esos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 40). Pero me pregunto: en la gestión de la caridad, ¿no estaremos desatendiendo a los creyentes, a los cristianos de nuestras comunidades que pasan necesidad? ¿No es este el sentido originario de la caridad tal y como la expresa la Sagrada Escritura? Ciertamente, no sin descuidar a los que aún no creen en Cristo, pero ¿no debería ser una tarea fundamental y primaria de nuestras comunidades atender a sus miembros más pobres? 

Otro motivo de reflexión. La caridad que la Iglesia ha de practicar se desprende ciertamente del mandamiento del amor dado explícitamente por Jesús. Pero, ¿no había de ser también un testimonio para que el mundo crea? "En esto sabrán que sois mis discípulos, en el amor que os une" (Jn 13, 35). "Que sean uno para que el mundo crea" (Jn 17, 21). Por eso Tertuliano ponía en boca de los paganos que miraban a los cristianos: "¡Ved cómo se aman!". En efecto, decía Jesús: "Que los hombres vean vuestras buenas obras, para que den gloria a vuestro Padre que está en el cielo" (Mt 5, 16). Pero muchas veces nuestra caridad se ha convertido en una gestión de dinero; no es evangelizadora, no hace que la gente que se acerca a nuestras parroquias para cubrir sus necesidades se acerque al Señor y se encuentre con él, de modo que su necesidad básica queda desantendida: la necesidad del amor de Dios. ¿No tendríamos que replantearnos nuestra "gestión" de la caridad, para que sea verdaderamente evangelizadora?

La última reflexión. En una ocasión, en otra parroquia, un hombre extranjero entró en el templo y comenzó a llorar desconsoladamente. Cuando entramos a ver qué le pasaba, nos contó que tenía problemas personales, y que venía a Dios a buscar consuelo. En el tiempo que estuvo en la iglesia, más de diez personas se acercaron a darle dinero, pero ni siquiera una le preguntó qué le pasaba. ¿No estamos despersonalizando la caridad? Echamos un billete en el buzón de cáritas, y ya nuestra conciencia se queda tranquila. Pero, ¿miramos al pobre a la cara? ¿Le preguntamos cómo está, qué necesita? ¿Nos interesamos verdaderamente por sus necesidades, que no son sólo económicas? Muchas veces hemos convertido la caridad en un lavadero de conciencias. La hemos prostituido. No podemos desentendernos del hermano a fuerza de billetazos. Dios nos pide más. Amor personal, tú a tú, entrega, escucha, compasión, misericordia... hacer nuestras las penurias del hermanos, compartirlas, sobrellevarlas... 

Hace un par de meses estuve con un joven drogadicto. Estuve una hora explicándole mientras le miraba a los ojos por qué no le daba dinero. Él me decía: "Dame cinco euros y me voy, y te dejo en paz". Eso es a lo que están acostumbrados: dame dinero y no te molesto. Yo le dije: "No me molestas. Si es necesario, estaré toda la tarde contigo. Pero no te voy a dar dinero". Comencé a explicarle que así no le ayudaba, que tenía que buscar ayuda, que intentar salir del hoyo... Aquel joven me miraba perplejo. No entendía. Tengo la persuasión de que comprendió que el amor no es "dar dinero para que me deje en paz". No se fue contento. Sólo espero que comprendiese lo que le decía, ya que desde entonces no le he vuelto a ver. 

Amar, mirar a los ojos, escuchar, "perder" el tiempo. ¿No es también eso caridad? Además de lo económico, que es radicalmente esencial, ¿no deberíamos también ofrecer esto? ¿No hay una carencia de caridad real en nuestras comunidades...? Jesús dijo en el Evangelio: "Cuando venga el hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" (Lc 18, 8). Él ya había advertido que al final de los tiempos "se enfriará la caridad de muchos" (Mt 24, 12). Quizá también pudiera decir: "Cuando venga el hijo del hombre, ¿encontrará esta caridad en la tierra...?". 
 
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