Lunes, 23 de diciembre de 2024

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El "martirio" de Santa Juana de Lestonnac

por Victor in vínculis

Hace unos doscientos años que Francia dejó de reconocerse a sí misma como La fille aînée de l’Eglise (la hija primogénita de la Iglesia). No era injusto ese título, ni mucho menos, porque la nación más extensa, más moderna y la más culta del continente europeo tenía una sociedad católica. De los 26 millones de franceses, sólo 40.000 eran judíos y 500.000, protestantes. Sí, se sabían parte de la Iglesia universal, pero conscientes de su peso específico: 139 diócesis y 40.000 parroquias, en 1789; 135 obispos, alrededor de 70.000 sacerdotes seculares -uno por cada 364 feligreses-, unos 30.000 religiosos y 40.000 religiosas. Con razón escribió François Furet que Francia, en vísperas de la Revolución Francesa, tenía un paisaje católico, pues iglesias, ermitas, santuarios y monasterios integraban y, no pocas veces, modelaban pueblos y ciudades.

En el conjunto de reformas que se hicieron con gran entusiasmo durante los años 17891791, nadie pensó que la Iglesia pudiera ser una excepción o pudiera ser separada del Estado. Y por ello, una vez más, no puede disociarse la persecución religiosa que sufrió la Iglesia católica en el periodo de la Revolución Francesa. Además, cada vez son más los historiadores que hablan del acontecimiento de la Revolución Francesa como del “Primer Genocidio de la Historia Moderna”.

Comienzo esta serie, sobre la persecución religiosa que se vivió en los días de la Revolución francesa, contando el escabroso episodio de la profanación del cuerpo incorrupto de Santa Juana de Lestonnac.


Santa Juana de Lestonnac

Se cumplían hoy 65 años de la canonización, por parte del Venerable Pío XII, de Juana de Lestonnac.
Beatificada en 1900, fue canonizada el 15 de mayo de 1949. Su fiesta litúrgica se dejó para este día porque la santa francesa falleció un 2 de febrero de 1640: ese día se celebra la fiesta litúrgica de la Presentación del Señor en el templo y la Purificación de su Madre Santísima.

Santa Juana de Lestonnac nace en Burdeos en 1556, año en el que, providencialmente, muere en Roma San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. De noble familia bordelesa es, asimismo, sobrina de un ilustre humanista de sus siglo, Miguel de Montaigne. Su padre, Ricardo de Lestonnac, es un ferviente católico, mientras que su madre, Juana Eyquem de Montaigne, se hace calvinista e intenta por todos los medios atraer a su hija hacia la herejía. Pero, desde su niñez, Juana guarda con toda la pureza de su alma su vida interior, practicando la oración y la mortificación, y cultivando todas las virtudes. Ante la falta de afecto de su madre, se refugia en la Virgen María, en la que encuentra su mejor modelo.

Aún adolescente, escucha en su interior: “Hija mía, ten cuidado de no dejar apagar esa llama que he encendido en tu corazón y que te impulsa con tanto celo a mi servicio”, y siente deseos de entregar toda su vida a Dios. Pero, a causa de la situación relajada de los conventos, su padre no le permite abrazar la vida religiosa. Así, a los 17 años, se casa con Gastón de Monferrant.

Durante veinticuatro años continúa cultivando su vida interior, y se dedica al cuidado de su esposo y de sus siete hijos. Tras un feliz matrimonio, a los 41 años queda viuda después de haber sufrido la pérdida de su padre y de su tío Miguel. Ve entonces el momento de entrar en religión e ingresa en el monasterio cisterciense de las Fuldenses de Toulouse. Sin embargo, cae gravemente enferma y debe salir. La última noche en el convento tiene la visión del Infierno, en la que ve cómo las almas de las jóvenes caen al fuego eterno y piden que alguien les tienda una mano.

De nuevo en el mundo, Juana busca incansable la Voluntad de Dios y comprende la necesidad de fundar una Orden dedicada a la juventud femenina, que una el espíritu monástico y el apostolado.

Pronto encuentra apoyo en los jesuitas Padre Raymond y Padre De Bordes, que descubren en ella a la elegida por Dios para llevar a cabo la fundación.

Santa Juana reúne a las que serán, con ella, las primeras religiosas de la Compañía de María: Serena Coqueau, Margarita Poyferre, Isabel de Maissoneuve y Magdalena Landrevie.

Por fin, el 7 de abril de 1607, el papa Paulo V aprueba la nueva Orden con el Breve “Salvatoris et Domini”. El 1 de mayo de 1608 toman el hábito y, no sin dificultades, el 8 de diciembre de 1610 hacen los primeros votos.
 

Ante todos los sufrimientos de su vida, la Santa encuentra en la Cruz del Señor su apoyo y su fortaleza. Dios no se deja vencer en generosidad, y Juana conoce en vida treinta nuevas fundaciones en Francia.

En 1638 se imprimen las Constituciones, adaptadas de las de la Compañía de Jesús, y dos años después, el 2 de febrero de 1640, rodeada de todas sus hijas, muere, pronunciando sus últimas palabras: “Jesús, José y María”.
 

La incorruptibilidad del cuerpo de Santa Juana

La incorruptibilidad del cuerpo de Santa Juana, fue otro portento que manifestaba la gloria que gozaba su alma allá en el cielo. Para consuelo de la M. de Rives, priora de la Casa de Béziers, que deseaba una reliquia de la santa Fundadora, el año 1644 se abrió el sepulcro, y se encontró el cuerpo en estado de perfecta conservación. En el año 1680 se reconoció por segunda vez el cadáver, y se halló con todas sus carnes, y flexible como si estuviese vivo.

Esta maravilla continuó hasta el año 1793, época terrible para la Iglesia de Francia, en que la Revolución violó los sepulcros de ilustres antepasados, profanó los restos de los muertos, y esparció a los cuatro vientos las cenizas de los Santos. La Asamblea Constitucional había ya confiscado los bienes de las Comunidades religiosas, y la Legislativa abolió los votos sagrados de Religión; pero estas medidas desastrosas sólo eran como el preludio del golpe fatal que intentaban dar, destruyendo por completo todas las Órdenes religiosas.

Las religiosas, temerosas de que, a no tardar, se verían arrancadas por la fuerza revolucionaria de su santo asilo, y deseosas de poner a salvo el precioso tesoro que guardaban, resolvieron con tiempo sustraer el venerable cadáver de la rapacidad de los perseguidores.

En el mes de Septiembre del año 1792, siendo superiora de Burdeos la Rvda. M. Poyferré, hizo colocar el cuerpo de la santa Fundadora en una caja de clavicordio, y lo confió al Sr. de Galathau, pariente de la santa Madre, en cuya casa estuvo guardado hasta que, llegada la época nefanda (como gozase dicho señor del buen nombre de honrado y virtuoso), fue preso en nombre de la libertad. Se apercibieron los centinelas que custodiaban al Sr. de Galathau, de la caja que con el rótulo “Depósito de las Religiosas de Nuestra Señora, de la calle de Hâ” guardaba dicho señor, e inmediatamente dieron parte a la Sección de tal descubrimiento, y el precioso depósito fue llevado con escolta a la Casa Consistorial.

Isabeau, presidente del Consejo, informado de la captura del cadáver, remitió al Comité de Vigilancia la instrucción de este grave asunto. En una relación firmada por dos vicarios generales del Arzobispo de Burdeos, se lee lo siguiente:

Grande disputa se promueve: un cuerpo enterrado hace ciento setenta y tres años, con traje de Religiosa, depositado por unas Religiosas, aterroriza a los pretendidos representantes del pueblo; su robo sacrílego los aturde, y entre largas deliberaciones, dejan sin pensarlo por espacio de cinco días, el cuerpo de la Beata Madre expuesto a la pública veneración. Acude gente de todas partes y la proclaman santa; toman tantas partecitas de sus vestidos, que guardan como verdaderas reliquias, que casi la dejan del todo descubierta; los malos acompañan a sus propios hijos para ver a la santa, dándole ellos mismos este elogio”.
 
Así, pues, en plena época del Terror, en que las iglesias estaban desiertas, se vio convertida en santuario una sala de la Casa Consistorial, a donde acudía la gente como en romería. El Tribunal revolucionario, dándose cuenta del “movimiento supersticioso” que se operaba (así se apellidaba la piedad y devoción de los fieles cristianos), y mandó retirar el cuerpo de la Madre de Lestonnac para que fuese echado al Arsenal, hoy Morgue, como si fuese un cadáver despreciable, al cual no correspondiese un lugar más digno.

Muy entrada la noche se abrió en un jardín perteneciente al Municipio una  fosa, con la orden de que se enterrase allí a la veneranda Religiosa. Mas este ultraje no bastaba para saciar su odio, y concibieron la idea, que la pluma se resiste a describir, de echar un caballo muerto en el mismo foso en que debían sepultar tan precioso tesoro. Tales son las brutales locuras que engendra una pasión antirreligiosa. El Señor, que velaba por el cuerpo de su Sierva, no permitió que se realizase tan sacrílega idea, y fueron sepultados sus preciosos despojos a ocho pies de distancia de aquel animal. Más aunque fue grande ultraje enterrar un cadáver santo, tan cerca de un irracional, con todo, este acto sacrílego de los revolucionarios será un medio que descubrirá a las religiosas el venerable cuerpo de Santa Juana.

Bajo estas líneas el actual sepulcro.



Del libro La Beata Madre Juana de Lestonnac. Fundadora de la Orden de religiosas Hijas de Nuestra Señora (Enseñanza). Biografía extractada de varios autores por una religiosa de la misma Orden del Convento de Barcelona (Barcelona 1900). Aquí puede leerse entero:
http://cdigital.dgb.uanl.mx/la//1080021255/1080021255.PDF
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