Domingo, 22 de diciembre de 2024

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San Juan Pablo II (6)

por Victor in vínculis




9.
TOTUS TUUS

 
Se cuenta que la apasionada devoción de Juan Pablo II a la Virgen arranca de una anécdota del día de su nacimiento. Cuando Karol nació su madre pidió que dejaran abierta la ventana de la habitación para que el bebe escuchara los cantos a María de la iglesia de Wadowice, que estaba muy próxima a su casa.
 
El Papa manifestó en repetidas ocasiones su reconocimiento a San Luis María Grignion de Montfort, que le había ayudado a descubrir, por medio de su obrita Tratado de la Verdadera Devoción el lugar que ocupa María en la Iglesia de Jesucristo y en la vida de cada cristiano.
 
“La lectura del “Tratado de la Verdadera Devoción” -nos confiaba el Papa- ha marcado en mi vida un cambio decisivo... Recuerdo haberlo llevado mucho tiempo conmigo, incluso a la fábrica de sodio; tanto, que su hermosa cubierta quedó manchada de cal. Leía y releía pasajes sin cesar. Muy pronto me di cuenta de que, más allá de la forma barroca del libro, se trataba de algo fundamental. Resulta que la devoción de mi infancia e incluso de mi adolescencia hacia la madre de Cristo ha dejado sitio a una nueva actitud, una devoción surge de lo más profundo de mi fe, como del mismísimo corazón de la realidad trinitaria y cristológica".
 
También durante su pontificado se celebró el 750 aniversario de la devoción del Escapulario del Carmen, cuyo promotor singular fue San Simón Stock. Dos verdades evoca el Escapulario: la protección continua de la Virgen Santísima, no sólo en el paso por la vida, sino también en el momento del tránsito a la plenitud de la gloria eterna; y el convencimiento de que esta devoción debe llevarnos a la frecuencia de los Sacramentos y al ejercicio de las obras de misericordia…Quien viste el escapulario del Carmen, quien lleva la medalla de la Virgen del Carmen se quiere revestir de María para estar cada vez más cerca de Jesús. Y Juan Pablo II decía en una ocasión a un grupo de jóvenes de Roma:
 
“Llevad siempre el escapulario. Yo lo llevo desde mi infancia, constantemente, y esta devoción me ha hecho un gran bien. Debo deciros que en mi edad juvenil ella me ayudó. Me ayudó a encontrar la gracia propia de mi edad, de mi vocación”.
 
El resumen del amor y devoción profunda que el Papa siempre tuvo por la Santísima Virgen María estaba expresado en el lema de su escudo: “TOTUS TUUS” (todo tuyo soy).
 
El 16 de junio de 1983, cuatro años después de su primera visita, el Beato Juan Pablo II regresaba a Polonia. En este viaje acudió a Czestochowa, para conmemorar el sexto centenario de la presencia de la imagen de la Virgen Negra en el Santuario de Jasna Gora. Allí depositó como ex-voto el fajín blanco teñido con su sangre por el atentado de la plaza de San Pedro del 13 de mayo de 1981 (bajo estas líneas).

 
13 de mayo de 2000, la beatificación de Jacinta y Francisco
 
En la explanada del Santuario de Nuestra Señora de Fátima. Al finalizar la bellísima ceremonia para la más emotiva de las beatificaciones, la de Jacinta y Francisca Marto, “el Papa de las sorpresas” añadió una nueva: la revelación del tercer secreto de Fátima. Juan Pablo II exhibió una extraordinaria vitalidad para su edad y, sobre todo, una inmensa y profunda alegría. Nada más llegar a Portugal, el Papa había recordado que en la primera aparición del 13 de mayo de 1917 “la Virgen preguntó a los pastorcillos: ¿Queréis ofreceros a Dios y soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros para la conversión de los pecadores? Y los niños respondieron: “-Sí, queremos”. Y el Pontífice añadió: “No tengáis miedo a la santidad. Entreguémonos también nosotros a Dios diciéndole sí, sí, sí”. Tras ello propuso de nuevo el mensaje de Fátima: Rezad por la conversión de los pecadores y la paz del mundo”.
 
Al final de las beatificaciones fue el Cardenal Secretario de Estado, Monseñor Angelo Sodano, el encargado de desvelar el secreto. Afirmó que la visión de Fátima a la que se refiere el llamado tercer secreto tenía que ver sobre todo con la lucha de los sistemas ateos contra la Iglesia y los cristianos, y que en él se describe el inmenso sufrimiento de los testigos de la fe en el último siglo del segundo milenio, como un interminable Vía Crucis dirigido por los Papas del siglo XX. Según la interpretación de los pastorcillos, interpretación confirmada por Sor Lucía, “el Obispo vestido de blanco que ora por todos los fieles es el Papa. También él, caminado con fatiga hacia la Cruz entre los cadáveres de los martirizados (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y numerosos laicos), cae a tierra como muerto, bajo los disparos de arma de fuego...”.
 
Algunos, mientras hablaba el Cardenal Sodano, oíamos resonar en nuestro interior aquella canción del sacerdote Gonzalo Mazarrasa: “Vestido blanco, manchado de sangre”. Gonzalo compuso esa canción cuando el turco Alí Agca atentó contra la vida de Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981. Él mismo contaba que cuando en una ocasión el Papa visitó el Colegio Español de Roma, donde Gonzalo estudiaba, al cantarle esta canción san Juan Pablo II, que estaba junto a don Marcelo, seguía atentamente la letra de la canción... el Obispo vestido de blanco.
 
Antes de morir, Juan Pablo II envió una carta a los religiosos del santuario de Jasna Gora, en Czestochowa, y entregó como don unas coronas de oro (una para la Virgen y otra para el Niño Jesús) para el icono de la Virgen Negra, corazón espiritual de Polonia. “Encomiendo nuestra Patria, toda la Iglesia y a mí mismo a su protección maternal”, afirmaba el Papa en su misiva, dirigida al prior general de los monjes de San Pablo Ermitaño del monasterio de Jasna Gora. Y, al final, añadía “¡Totus tuus!”


10. SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE
 
Durante los ejercicios espirituales de la Cuaresma de 1976, el entonces Cardenal Wojtyla, arzobispo de Cracovia, predicando al Papa Pablo VI  dijo:
 
"El amor es una energía y el contenido principal de la salvación. El hombre, incluso el más alejado del Evangelio, está dispuesto a reconocer el estrecho vínculo existente entre el amor y la salvación.
 
Los campos de concentración quedarán para siempre como auténticos símbolos del infierno sobre la tierra. En ellos quedó expresado el maximum del mal que el hombre es capaz de hacer a otro hombre. En uno de estos campos de concentración moría en 1941 el padre Maximiliano Kolbe. Todos los prisioneros sabían que había muerto por propia voluntad, ofreciendo su vida en lugar de otro compañero de prisión. Y con esta revelación particular del amor pasó, a través de aquel infierno, sobre la tierra el soplo de una intrépida e indiscutible bondad, una especie de sentido de la salvación.
 
Murió un hombre. ¡Pero se salvó la humanidad! ¡Tan estrecho es el vínculo entre el amor y la salvación! De este modo el amor se ha convertido en fundamento de la victoria de Cristo, de la victoria preanunciada por Dios en el capítulo tercero del Génesis: 'El te aplastará la cabeza...' Es Cristo ese preanunciado: El realiza la promesa y transforma el Protoevangelio en Evangelio[1]".
 
Antes de cumplirse el primer año de su pontificado Wojtyla viajó a Polonia, su tierra natal, para dirigir al mundo entero una meditación sobre el hombre; sobre su grandeza y su miseria; sobre la guerra y sus terribles consecuencias... y lo hizo desde los campos de concentración de Oswieçim y Brzezinka. Sobre el fondo planeaba la primera encíclica, publicada hacia unos meses, sobre el misterio de la Redención.


 
La foto del Beato Juan Pablo arrodillado en la celda donde fue asesinado el Padre Kolbe (sobre estas líneas) fue contemplada por millones de ojos. El 7 de junio de 1979 en el campo de concentración de Brzezinka resonó la voz del Pontífice:
 
Vengo aquí hoy como peregrino. Se sabe que he estado aquí muchas veces... ¡Cuántas veces! Y muchas veces he bajado a la celda de la muerte de Maximiliano Kolbe y me he parado ante el muro de exterminio y he pasado entre las escorias de los hornos crematorios de Brzezinka. No podíamos menos de venir aquí como Papa.
 
Vengo pues a este particular santuario, en el que ha nacido -puedo decir- el patrono de nuestro difícil siglo lo mismo que hace nueve siglos nació bajo la espada, en Rupella, San Estanislao, Patrono de los polacos.
 
Vengo para orar junto con todos vosotros que habéis llegado aquí -y al mismo tiempo con toda Polonia- y con toda Europa. Cristo quiere que yo, Sucesor de Pedro, dé testimonio ante el mundo de lo que constituye la grandeza del hombre de nuestros tiempos y de su miseria. De lo que constituye su derrota y su victoria.
 
Vengo pues y me arrodillo en este Gólgota del mundo contemporáneo, sobre estas tumbas, en gran parte sin nombre, como la gran tumba del Soldado Desconocido…” 
 
En el transcurso del proceso de canonización, y con una fuerte oposición por parte de los expertos en teología, sólo faltaba por responder a una pregunta: ¿El P.Kolbe sería inscrito en el catálogo de los Santos como "confesor" o como "mártir"?


 
Juan Pablo II despejó las dudas el día de su canonización y proclamó a Maximiliano María Kolbe santo y mártir. André FROSSARD en su libro "No olvidéis el amor". La pasión de Maximiliano Kolbe (Madrid 1991) relata en el primer capítulo la jornada de aquel intenso 10 de octubre de 1982.
 
Con esta solemne fórmula, hablando "ex cathedra" y bajo infabilidad pontificia auxiliado por la acción del Espíritu Santo, Juan Pablo II declaraba:
 
"En honor de la Santa e Individua Trinidad, para exaltación de la fe católica e incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, y con la Nuestra, después de madura deliberación y tras implorar intensamente la ayuda divina, oído el consejo de muchos de nuestros Hermanos, decretamos y definimos que el Beato Maximiliano María Kolbe es Santo y lo inscribimos en el catálogo de los Santos, estableciendo que sea venerado devotamente entre los Santos Mártires, en toda la Iglesia. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén".
 
 [1] Karol WOJTYLA, Signo de contradicción (Madrid 1979) p.67.
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