Viernes, 22 de noviembre de 2024

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La vida humana a la luz de un teléfono móvil

por Crecer hacia lo alto

La tecnología nos abruma, cada día da pasos de gigante. Somos arrollados por nuevas formas de conectarnos con el mundo, de enterarnos de manera inmediata lo que sucede allende el mar. No hemos aprendido aún a manejar ciertos equipos cuando nos vemos en la imperiosa necesidad de actualizar nuestros conocimientos para no quedarnos en las cavernas del saber. En ese sentido los niños nos llevan la delantera, conocen la funcionalidad de complejas aplicaciones en los teléfonos móviles, descargan permanentemente todos los software posibles para de esa forma conectarse con el mundo y desde allí “manejar” su vida social, afectiva, económica, familiar y lúdica, entre otras. No se concibe un teléfono de alta gama en manos inexpertas puesto que consideramos como desperdicio que un equipo de semejante talla solo sea utilizado para realizar y responder llamadas. Hoy la telefonía celular no se utiliza únicamente para lo que pensó Alexander Graham Bell (inventor del teléfono), es decir, para acortar distancias y comunicarse de manera rápida e inmediata con los demás, pues hubo a quien se le ocurrió que podía hacerse mucho más con este invento y lo ha logrado de manera increíble.

Haciendo un paralelo con la vida humana podemos pensar algo semejante. Cuando aprendimos biología nos enseñaron que todo ser vivo es aquel que “nace, crece, se reproduce y muere”; como los seres humanos hacemos parte de ese mundo biológico, pues caemos en la misma definición. ¿Pero podemos limitar nuestra experiencia de vida únicamente a esto? Estoy seguro que una vida humana en manos expertas tiene como respuesta un “no”.

La vida humana, como los celulares de alta gama, tiene infinidad de “aplicaciones”, pero en manos inexpertas se limitará a cumplir el ciclo básico de la existencia viviente: nacerá, crecerá, se reproducirá y morirá. Dicho hasta aquí podemos deducir la vida como un enorme desperdicio. El hombre no es únicamente un ser vivo sino un ser viviente, entendiendo el ser viviente no como mera pasividad de ser sobre la tierra, sino como un dinamismo en el que todas las potencias se vuelven acto hasta llegar a ser lo que pensó el Creador para él.
Ahí radica la analogía que elaboro entre un teléfono convencional y un móvil de alta tecnología con un ser vivo y un ser que vive. El ser vivo se limita a respirar y buscar la manera de perpetuarse mediante la reproducción antes de morir, mientras que EL SER QUE VIVE aspira a lograr desarrollar con su existencia todas las opciones posibles de su presencia en el mundo de tal manera que su huella permanezca indeleble en la tierra y su vida haya permitido tocar otras de un modo tan profundo que haya sido capaz de transformarla con un simple roce.

Veamos un poco:
Como los móviles, la vida humana necesita un botón de inicio y una adecuada configuración: en esto, los padres son claves pues son los que en principio dan un nombre, una identidad, una cultura a su hijo. Mediante el Bluetooth y el Wifi hacen que sus hijos puedan conectarse culturalmente, espiritualmente, socialmente, pero con el debido cuidado para saber a qué “equipo” y redes enlazan para no ser envenenados con virus que les desconfigurarán la vida.

Viene acondicionada con unos programas pre-establecidos que son los que le ayudarán a llamar y responder adecuadamente al mundo, la familia, al amor, pero sobre todo a Dios. Siempre podrá hacer una llamada de emergencia aun cuando no tenga un chip, aun cuando esté bloqueado, pues Dios no cierra en modo alguno la opción de llamarle cuando lo necesitamos así sea solo en casos de SOS. Trae consigo la aplicación para correo electrónico, para que sepa a quien dirigirse oportunamente en caso de necesidad o de gratitud. Viene con un GPS integrado para ubicarse en el mundo y no creer que su estar en el mundo es sinónimo de ser tirado al mundo sin ton ni son, es decir, que hay un camino, una meta, una finalidad. Hay mapas que nos ubican en donde estamos y hacia dónde vamos; trae reloj integrado y carpeta de mensajes pues Dios siempre quiere llamarnos y hablarnos a la hora oportuna y con la palabra oportuna; trae una cámara que es capaz de captar los mejores momentos de la vida para perpetuarlos en la memoria y volver sobre las fotos de los mejores momentos captados ante Dios. Nuestro equipo vital trae integrada las mejores redes sociales ya que estamos llamados a vivir comunitariamente, a amarnos los unos a los otros, a mirarnos a los ojos mediante nuestro propio Skype.
Y por si no fuera suficiente con todo lo que el equipo trae desde la fábrica, viene con una “tienda virtual” supropia Play Store, la tienda inteligente, que nos permite descargar miles y miles de aplicaciones gratuitas para que cada uno le dé a su vida un dinamismo, una identidad y estilo propio que lo haga siempre único e irrepetible.

Su batería es recargable y necesita conectarse a la corriente de Dios diariamente, con la oración, la vida interior, la vida de comunión con otros. No funciona para siempre con la primera recarga que trae del almacén. Tiene un gran defecto que se convierte en nuestra mayor ventaja: no es posible la reposición de equipo pues no hay reencarnación posible. Lo que sí puede hacerse es dejarlo permanentemente nuevo cuando en el taller del Maestro nos dejamos restaurar por él.
Hay que tener la suficiente humildad de reconocer que necesitamos abrir el manual (La Biblia), que nos enseña cómo se le saca la mayor ventaja posible. La “empresa” fabricante (Dios), no ha querido dejar su utilización al mero ensayo y su uso a través del acierto y del error. Vamos más seguros cuando leemos las indicaciones del fabricante. No tiene el equipo garantía de perpetuidad física, pero sí es cierto que su número de identificación nunca será clonado (el IMEI) para ser utilizado por otro. Dios conoce cada “equipo” por su nombre y no los hace en serie, aunque se parezcan mucho uno con otro.
La vida humana es como un equipo de alta gama: en manos inexpertas suele desperdiciarse.

Ahora, dime, ¿te parece que sólo estamos llamados a reproducirnos para poder morir tranquilos?

Juan Ávila Estrada
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