¿Por qué no es fácil ser un hombre de fe?
No es fácil ser un hombre de fe. La experiencia propia me lo ha demostrado, el contacto con la gente y ser protagonista de un momento histórico como el que vivimos lo deja palpable. No es fácil ser un hombre de fe.
El secularismo y el relativismo, dos fuerzas que mueven el pensamiento de la humanidad, han ido arrastrando al mundo, de manera seductora, a aquello que llamamos entusiastas, “modernidad”. Y no es que sea mala la modernidad, es que sencillamente aún no hemos comprendido que los pueblos que olvidan sus raíces y su historia no son capaces de sobrevivir cuando el referente religioso, y en el caso concreto nuestro, de fe, da paso a una interpretación del mundo y de la ética, aislada del sentido de trascendencia y espiritual que cada ser humano lleva en su interior. Es que no se puede ser moderno con sacrificio de lo fundamental, de lo estructuralmente inamovible y eterno. Es por eso que en una sociedad como la nuestra, donde cada uno se erige a sí mismo como el último bastión de la moral es más fácil autodeterminarse en principios que son naturales y eternos y terminar por definir por sí mismo lo que nos gusta o no nos gusta para determinar qué es lo bueno y lo malo. Hoy es moderno contemporizar con el mundo, relativizar todo, abandonar a Dios para no tener que rendir cuentas a nadie, ni siquiera a nuestra propia conciencia y dejar que sea la sociedad la que por medio de un consenso quien determine cuando una conducta es apropiada o no (Ahora no se le llama bueno o malo a nada).
Dejar todo a la interpretación de las culturas actuales es lo que ha ido llevando al declive grandes sociedades que en otro tiempo fueron baluartes intelectuales y morales. Es ahí donde pienso lo difícil que resulta ser creyente, pues la coherencia no es fácil. Es más fácil la hipocresía religiosa: rezar para cumplir, invocar a un Dios, en el que supuestamente creemos, para que venga a apagar los incendios que hemos provocado, pedirle de manera instrumental que enderece, a veces mágicamente, lo que nosotros mismos hemos torcido. Queremos un Dios que lo arregle todo, que lo entregue todo pero que no pida nada y nos deje ejercer el libre desarrollo de nuestra personalidad, que nos deje regular a nosotros mismos, que no cuestione ni pregunte nada. Nos hemos ido forjando una idea de Dios distinta a la que nos presenta Jesús: un Dios que deje al mundo ser mundo, que sea ajeno a nuestras conductas, que no le de una interpretación moral a ninguna de nuestras acciones y que si en algún momento interviene sea para limpiar todas nuestras embarradas.
Por eso no es moderno sino oscurantista y medieval defender la vida en todas sus manifestaciones: la embrionaria, aquella que va formándose con discapacidades y malformaciones, en la ancianidad y en todas aquellas que el mundo considera inútiles e inservibles. Es que nunca ha sido fácil creer que necesitamos ser lámparas en medio de la oscuridad (Mt. 5,1415) y luchar aun contra corriente, parecer bichos raros capaces de oponerse concienzuda y valientemente para saber decir desde la fe “no” a lo que todo mundo le parece más fácil decir “si”. Nadie quiere parecer extraterrestre, anticuado, moralista, obcecado, en un mundo que arrastra, donde ya nada es bueno ni malo sino que el bien y el mal dependen de la cultura, de la historia y del momento en que se vive (esto es el relativismo moral); donde cada uno construye su propia moral dependiendo de sus necesidades e intereses y que no existen verdades eternas e inmutables.
No es fácil ser un hombre de fe. Para serlo es preciso correr el riesgo de chocar contra todo lo que nos rodea, empezar a ser coherentes con lo que profesamos y empezar a vivir al estilo como lo ha enseñado Jesús; para ser de fe es necesario no solo creer en el Señor sino además creerle al Señor y esto a veces resulta más difícil que lo primero, pues en ocasiones argumentamos que las enseñanzas de Cristo están circunscritas en un marco histórico y cultural distinto al nuestro y por lo tanto el hombre moderno debe hacer caso omiso de cosas que hoy no tienen validez.
Es que en últimas es más fácil ser señores de nosotros mismos y así no tendremos que rendirle cuentas a ningún creador, ya no sentiremos el peso de la prohibición de comer del árbol del conocimiento, ahora de ese árbol no solo se comió sino que además se ha derribado para que nunca nadie tenga necesidad de preguntar nada sino que cada uno decida lo que quiere hacer. No es fácil ser un hombre de fe pero es necesario ser un hombre de fe. Ella no está hecha para los mediocres sino para los valientes, para aquellos que han tomado en serio la vida, que no se contentan con nacer, crecer, reproducirse y morir sino que sienten que su vida está dada para algo más grande que eso y por lo tanto buscan un nuevo estilo una nueva manera de interpretar la existencia teniendo en cuenta las enseñanzas del Evangelio. Ahí donde muchos ven inutilidad nosotros vemos oportunidad, donde muchos viven de espaldas a Dios nosotros le miramos frente a frente y nuestras decisiones están todas ancladas en Él; ahí donde todo mundo relativiza y decide por conveniencia nosotros decidimos por convicción después de haber sido formados por el Señor y haber entendido que sus leyes no están hechas para coartar la libertad sino para desplegarla en su plenitud. Un cristiano es un hombre que sabe mirar las cosas de la manera como Dios las ve. Hoy es fácil ser un hombre religioso pero no un hombre de fe.
Juan Avila Estrada Pbro.
El secularismo y el relativismo, dos fuerzas que mueven el pensamiento de la humanidad, han ido arrastrando al mundo, de manera seductora, a aquello que llamamos entusiastas, “modernidad”. Y no es que sea mala la modernidad, es que sencillamente aún no hemos comprendido que los pueblos que olvidan sus raíces y su historia no son capaces de sobrevivir cuando el referente religioso, y en el caso concreto nuestro, de fe, da paso a una interpretación del mundo y de la ética, aislada del sentido de trascendencia y espiritual que cada ser humano lleva en su interior. Es que no se puede ser moderno con sacrificio de lo fundamental, de lo estructuralmente inamovible y eterno. Es por eso que en una sociedad como la nuestra, donde cada uno se erige a sí mismo como el último bastión de la moral es más fácil autodeterminarse en principios que son naturales y eternos y terminar por definir por sí mismo lo que nos gusta o no nos gusta para determinar qué es lo bueno y lo malo. Hoy es moderno contemporizar con el mundo, relativizar todo, abandonar a Dios para no tener que rendir cuentas a nadie, ni siquiera a nuestra propia conciencia y dejar que sea la sociedad la que por medio de un consenso quien determine cuando una conducta es apropiada o no (Ahora no se le llama bueno o malo a nada).
Dejar todo a la interpretación de las culturas actuales es lo que ha ido llevando al declive grandes sociedades que en otro tiempo fueron baluartes intelectuales y morales. Es ahí donde pienso lo difícil que resulta ser creyente, pues la coherencia no es fácil. Es más fácil la hipocresía religiosa: rezar para cumplir, invocar a un Dios, en el que supuestamente creemos, para que venga a apagar los incendios que hemos provocado, pedirle de manera instrumental que enderece, a veces mágicamente, lo que nosotros mismos hemos torcido. Queremos un Dios que lo arregle todo, que lo entregue todo pero que no pida nada y nos deje ejercer el libre desarrollo de nuestra personalidad, que nos deje regular a nosotros mismos, que no cuestione ni pregunte nada. Nos hemos ido forjando una idea de Dios distinta a la que nos presenta Jesús: un Dios que deje al mundo ser mundo, que sea ajeno a nuestras conductas, que no le de una interpretación moral a ninguna de nuestras acciones y que si en algún momento interviene sea para limpiar todas nuestras embarradas.
Por eso no es moderno sino oscurantista y medieval defender la vida en todas sus manifestaciones: la embrionaria, aquella que va formándose con discapacidades y malformaciones, en la ancianidad y en todas aquellas que el mundo considera inútiles e inservibles. Es que nunca ha sido fácil creer que necesitamos ser lámparas en medio de la oscuridad (Mt. 5,1415) y luchar aun contra corriente, parecer bichos raros capaces de oponerse concienzuda y valientemente para saber decir desde la fe “no” a lo que todo mundo le parece más fácil decir “si”. Nadie quiere parecer extraterrestre, anticuado, moralista, obcecado, en un mundo que arrastra, donde ya nada es bueno ni malo sino que el bien y el mal dependen de la cultura, de la historia y del momento en que se vive (esto es el relativismo moral); donde cada uno construye su propia moral dependiendo de sus necesidades e intereses y que no existen verdades eternas e inmutables.
No es fácil ser un hombre de fe. Para serlo es preciso correr el riesgo de chocar contra todo lo que nos rodea, empezar a ser coherentes con lo que profesamos y empezar a vivir al estilo como lo ha enseñado Jesús; para ser de fe es necesario no solo creer en el Señor sino además creerle al Señor y esto a veces resulta más difícil que lo primero, pues en ocasiones argumentamos que las enseñanzas de Cristo están circunscritas en un marco histórico y cultural distinto al nuestro y por lo tanto el hombre moderno debe hacer caso omiso de cosas que hoy no tienen validez.
Es que en últimas es más fácil ser señores de nosotros mismos y así no tendremos que rendirle cuentas a ningún creador, ya no sentiremos el peso de la prohibición de comer del árbol del conocimiento, ahora de ese árbol no solo se comió sino que además se ha derribado para que nunca nadie tenga necesidad de preguntar nada sino que cada uno decida lo que quiere hacer. No es fácil ser un hombre de fe pero es necesario ser un hombre de fe. Ella no está hecha para los mediocres sino para los valientes, para aquellos que han tomado en serio la vida, que no se contentan con nacer, crecer, reproducirse y morir sino que sienten que su vida está dada para algo más grande que eso y por lo tanto buscan un nuevo estilo una nueva manera de interpretar la existencia teniendo en cuenta las enseñanzas del Evangelio. Ahí donde muchos ven inutilidad nosotros vemos oportunidad, donde muchos viven de espaldas a Dios nosotros le miramos frente a frente y nuestras decisiones están todas ancladas en Él; ahí donde todo mundo relativiza y decide por conveniencia nosotros decidimos por convicción después de haber sido formados por el Señor y haber entendido que sus leyes no están hechas para coartar la libertad sino para desplegarla en su plenitud. Un cristiano es un hombre que sabe mirar las cosas de la manera como Dios las ve. Hoy es fácil ser un hombre religioso pero no un hombre de fe.
Juan Avila Estrada Pbro.
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