La rendija en la puerta
Me he alarmado mucho al oír al cardenal Kasper decir que hay que permitir la comunión de los divorciados vueltos a casar en determinados casos especialmente sensibles. Él mismo ponía un ejemplo: una señora cuyo hijo va a hacer la primera comunión y quiere acompañar a su niño, comulgando, en un momento tan importante. El caso es de los considerados "lacrimógenos", es decir especialmente sensibles y que ponen inmediatamente a la opinión pública a favor de la persona afectada y de quien lo presenta. Resulta casi inevitable concluir con el cardenal que la Iglesia no puede ser tan cruel como para no permitir que esa señora, divorciada y vuelta a casar, comulgue. ¿Dónde quedaría la misericordia de Dios, si así no lo hiciera? ¿Qué tipo de Iglesia-Madre sería? Y, lógicamente, los que estuvieran en contra -entre los que me encuentro- serían considerados como auténticos cavernícolas sin entrañas, totalmente alejados del espíritu evangélico y además enemigos declarados del Papa Francisco. Por todo esto, como digo, me he alarmado mucho.
Y es que el cardenal Kasper, posiblemente de forma consciente, ha elegido una estrategia ya muy utilizada. Exactamente la misma con la que se aprobaron en los distintos países las primeras leyes del aborto. La cosa empezaba así: elíjase un "caso lacrimógeno" -por ejemplo, el de una menor de edad violada por su cruel padrastro y embarazada- y propóngase a la opinión pública, explicitando el gran trauma que sufre la niña por todo lo sucedido y el aún mayor trauma que -supuestamente- va a padecer si el embarazo llega a su fin y nace la criatura fruto de la violación; después, hágase campaña para convencer a la opinión pública de que se trata de una ley abortista muy limitada y que afecta sólo a casos excepcionales (violaciones, malformaciones graves, peligro de muerte de la madre); una vez que esta ley esté aprobada, inclúyase un cuarto supuesto, el de los sufrimientos psicológicos que va a sufrir la pobre madre que desea abortar; cuando este supuesto, que es un coladero total, esté ya asentado, dese un paso más: que el aborto sea considerado un derecho y no un delito despenalizado; y una vez que esto ya esté logrado, lléguese hasta el final atacando duramente, con multas y cárcel, a los que se oponen al aborto, porque están yendo contra un derecho humano.
En fin, estoy muy preocupado. Si el cardenal Kasper -un teólogo excepcional, cuya "Cristología" fue mi libro de texto en esa asignatura cuando me preparaba para el sacerdocio-, hubiera argumentado con razones teológicas simplemente, no me hubiera alarmado tanto. Pero cuando veo a un cardenal -y no es el único- querer que se abra la puerta de la comunión para todos, según la conciencia o la circunstancia de cada uno, empleando la llave del "caso lacrimógeno" -es decir, que se abra una pequeña rendijita en la puerta, que luego ya la iremos haciendo cada vez más grande- me lleno de miedo. Porque si tenemos que recurrir a eso -y a hacerlo público en una entrevista, como ha hecho el cardenal- pues al final vamos a terminar acosados dentro de la Iglesia los que creemos que la palabra de Dios hay que respetarla y no interpretarla según la comodidad, utilidad o conveniencia de cada uno. Estoy asustado, de verdad. Y pido oraciones. Por el Papa, que es el que tiene la última palabra. Por mí. Y también por el cardenal Kasper.
Comentarios