14 de febrero de 2014 (7)
Ofrecemos hoy la crítica de la Dra. Doña Mª Ángeles Almacellas, experta en el análisis cinematográfico a la luz del método lúdico-ambital del profesor López Quintás y que este martes participó en el pase que para la prensa tuvo lugar en el cine DREAMS de Madrid.
Julio de 1936. Convento de los dominicos en Almagro. A la comunidad llegan, confusas, noticias sobre el levantamiento militar en algunas plazas de España. Daniel García, el alcalde, no quiere tomar partido hasta saber exactamente de qué lado se decantará el poder. El Presidente del Ateneo Libertario y unos cuantos “camaradas” se convierten, de hecho, en la máxima autoridad de Almagro, uno de cuyos principales objetivos es el saqueo y la quema de iglesias y la persecución religiosa. Pronto los dominicos son detenidos, maltratados, humillados y, finalmente, asesinados.
La película narra con rigor histórico los hechos acaecidos en el pueblo manchego, el martirio “bajo un manto de estrellas”, de unos jóvenes dominicos, junto al prior y sus formadores. Pero, como afirma el director, no es una película de la guerra civil, sino en la guerra civil. El tema de la historia es el martirio de los dominicos, en un marco histórico concreto, pero sin ningún juicio político. Y ni tan siquiera, por lo que vemos en escena, se puede uno hacer una idea de qué pudiera estar sucediendo en otras zonas de España. Se habla de comunicaciones cortadas en el norte y que los novicios podrían viajar hacia el sur, pero de eso no se puede inferir nada más. En definitiva, se trata exclusivamente del drama personal de unos hombres que murieron por su fe y que, ante sus verdugos no tuvieron más que palabras de amor y perdón. Y eso es lo que nos transmite el film: firmeza en la fe hasta la muerte, amor sin límites y capacidad de perdón como respuesta al odio y la violencia.
La acción puede parecer a veces demasiado lenta, pero es que lo que se está mostrando es la vivencia de unos hombres paralizados de terror, pero firmemente decididos a defender su fe hasta la última gota de sangre. Así el ritmo que llevan algunas escenas es el tempo lento del miedo que desborda en lágrimas pero con la calma y la seguridad del que siente cercana la presencia del Dios en el que cree. También los diálogos hay que entenderlos en este contexto: los formadores no pueden por menos que mantener la calma porque se sienten obligados a velar espiritualmente por los jóvenes a ellos encomendados. Por eso les hablan mucho, para no dar lugar a los espacios en que el espanto pudiera vencerlos y sumirlos en el vacío de la soledad.
Lo estremecedor es que estamos ante una historia real, que el hondo drama humano que se describe no es fruto de la imaginación de un guionista, sino que está fielmente basado en testigos presenciales y documentos fehacientes. La película tiene, además, el mérito de haber sido rodada en los mismos lugares en que se produjeron los hechos, lo cual le presta todavía más verosimilitud al relato.
Algunos de los actores principales se involucran hasta tal punto que el espectador ya no puede distinguir entre la realidad y la ficción. En este sentido es muy curioso y hasta desconcertante, después de los sentimientos de repulsa que despierta el personaje del Peco, encontrarse cara a cara con la mirada limpia y la sonrisa noble de Antonio Esquinas, que lo encarna en la pantalla. Manuel Aguilar y Pablo Garrido están convincentes como Prior y P. Garrido, así como Julián Teurlais, José Antonio Ortas y Kiko Gutiérrez, entre otros, en sus respectivos papeles. Pablo Pinedo conmueve con su entrañable Fray Arsenio, que soporta pacientemente todas las humillaciones.
En el grupo de los jóvenes dominicos, se percibe la emoción de los actores por estar narrando algo que les concierne, de representar unos personajes con los que se han identificado totalmente. De ahí que muchas escenas estén impregnadas de ingenuidad, de candor, de la limpieza de espíritu de esos muchachos que supieron morir musitando una oración o gritando ¡Viva Cristo Rey!, siempre proclamando su perdón lleno de amor.
Dentro de la modestia de una obra llevada a cabo con muy poco presupuesto, Óscar Parra de Carrizosa nos ofrece un producto cinematográfico que tiene el coraje de proclamar la verdad de unos hechos históricos, como homenaje a los mártires que derramaron su sangre, pero, como ellos mismos, totalmente carente de acritud ni rencor.
Julio de 1936. Convento de los dominicos en Almagro. A la comunidad llegan, confusas, noticias sobre el levantamiento militar en algunas plazas de España. Daniel García, el alcalde, no quiere tomar partido hasta saber exactamente de qué lado se decantará el poder. El Presidente del Ateneo Libertario y unos cuantos “camaradas” se convierten, de hecho, en la máxima autoridad de Almagro, uno de cuyos principales objetivos es el saqueo y la quema de iglesias y la persecución religiosa. Pronto los dominicos son detenidos, maltratados, humillados y, finalmente, asesinados.
La película narra con rigor histórico los hechos acaecidos en el pueblo manchego, el martirio “bajo un manto de estrellas”, de unos jóvenes dominicos, junto al prior y sus formadores. Pero, como afirma el director, no es una película de la guerra civil, sino en la guerra civil. El tema de la historia es el martirio de los dominicos, en un marco histórico concreto, pero sin ningún juicio político. Y ni tan siquiera, por lo que vemos en escena, se puede uno hacer una idea de qué pudiera estar sucediendo en otras zonas de España. Se habla de comunicaciones cortadas en el norte y que los novicios podrían viajar hacia el sur, pero de eso no se puede inferir nada más. En definitiva, se trata exclusivamente del drama personal de unos hombres que murieron por su fe y que, ante sus verdugos no tuvieron más que palabras de amor y perdón. Y eso es lo que nos transmite el film: firmeza en la fe hasta la muerte, amor sin límites y capacidad de perdón como respuesta al odio y la violencia.
La acción puede parecer a veces demasiado lenta, pero es que lo que se está mostrando es la vivencia de unos hombres paralizados de terror, pero firmemente decididos a defender su fe hasta la última gota de sangre. Así el ritmo que llevan algunas escenas es el tempo lento del miedo que desborda en lágrimas pero con la calma y la seguridad del que siente cercana la presencia del Dios en el que cree. También los diálogos hay que entenderlos en este contexto: los formadores no pueden por menos que mantener la calma porque se sienten obligados a velar espiritualmente por los jóvenes a ellos encomendados. Por eso les hablan mucho, para no dar lugar a los espacios en que el espanto pudiera vencerlos y sumirlos en el vacío de la soledad.
Lo estremecedor es que estamos ante una historia real, que el hondo drama humano que se describe no es fruto de la imaginación de un guionista, sino que está fielmente basado en testigos presenciales y documentos fehacientes. La película tiene, además, el mérito de haber sido rodada en los mismos lugares en que se produjeron los hechos, lo cual le presta todavía más verosimilitud al relato.
Algunos de los actores principales se involucran hasta tal punto que el espectador ya no puede distinguir entre la realidad y la ficción. En este sentido es muy curioso y hasta desconcertante, después de los sentimientos de repulsa que despierta el personaje del Peco, encontrarse cara a cara con la mirada limpia y la sonrisa noble de Antonio Esquinas, que lo encarna en la pantalla. Manuel Aguilar y Pablo Garrido están convincentes como Prior y P. Garrido, así como Julián Teurlais, José Antonio Ortas y Kiko Gutiérrez, entre otros, en sus respectivos papeles. Pablo Pinedo conmueve con su entrañable Fray Arsenio, que soporta pacientemente todas las humillaciones.
En el grupo de los jóvenes dominicos, se percibe la emoción de los actores por estar narrando algo que les concierne, de representar unos personajes con los que se han identificado totalmente. De ahí que muchas escenas estén impregnadas de ingenuidad, de candor, de la limpieza de espíritu de esos muchachos que supieron morir musitando una oración o gritando ¡Viva Cristo Rey!, siempre proclamando su perdón lleno de amor.
Dentro de la modestia de una obra llevada a cabo con muy poco presupuesto, Óscar Parra de Carrizosa nos ofrece un producto cinematográfico que tiene el coraje de proclamar la verdad de unos hechos históricos, como homenaje a los mártires que derramaron su sangre, pero, como ellos mismos, totalmente carente de acritud ni rencor.
Mª ÁNGELES ALMACELLAS
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