¿Claudicar o morir?
Los datos de la situación de la Iglesia católica en Alemania son contundentes. Para el 69 por 100 de los católicos, no tiene importancia aceptar los dogmas de la Iglesia. El 86 por 100 aprueba el uso de anticonceptivos. Incluso en la católica Baviera, siete de cada diez divorciados vueltos a casar va a comulgar sin problemas de conciencia. Y los jóvenes están aún peor: nueve de cada diez practica el sexo al margen de cualquier norma moral, sin ningún tipo de remordimientos.
Ante esta situación sólo hay, aparentemente, dos opciones: adaptarse o morir. Es decir, o la Iglesia asume lo más rápidamente posible el relativismo moral -y luego el dogmático- o está condenada a desaparecer. Algunos obispos alemanes parecen haber optado ya por la adaptación, a juzgar por sus recientes declaraciones.
Pero he dicho que sólo aparentemente caben dos opciones. Porque en realidad hay una tercera: evangelizar. Una evangelización que no tiene nada que ver con atrincherarse en grupos reducidos e irreductibles, como si fueran fuertes inexpugnables que resisten el paso del tiempo y el sitio del enemigo. Más bien, se trata de llevar a cabo una evangelización que salga fuera, que use los medios de comunicación, que se atreva a ser interpelada y aproveche los ataques y las críticas para dar razones de la propia fe, de la propia moral, del verdadero dogma católico. Tenemos que hacer un esfuerzo, con la oración, el testimonio y la palabra, para mostrar y demostrar que las enseñanzas morales de la Iglesia son la mejor opción para ayudar a la persona a encontrar la felicidad, que tener sexo con el primero que se presenta no es auténticamente humano ni realiza a la persona, que matar al no nacido es un crimen equiparable al genocidio nazi, que acabar con los ancianos o enfermos -por mucho que se disfrace de muerte dulce o por compasión- es una forma egoísta de construir la sociedad.
Benedicto XVI, alemán y buen alemán, que conocía cómo estaba su país y cómo estaba el resto de Occidente, quiso prepararnos para pasar un duro invierno, pero no a base de rendirnos ni de aislarnos, sino a base de formarnos intelectual y espiritualmente para hacernos capaces de reconquistar Europa para la fe. Las periferias de que habla el Papa Francisco no están sólo en los rincones escondidos de África o en las favelas de Río de Janeiro. Están también en las muchedumbres, incluso bautizadas, que ya viven como ovejas sin pastor y, como consecuencia, son víctimas de los lobos feroces, a la vez que se convierten ellas mismas en lobos para otros.
La alternativa ante la tragedia que vive la Iglesia alemana, y la francesa, y la holandesa, y la belga, y la austriaca y también la italiana y la española, no es claudicar o morir. Es evangelizar. La fórmula no es nueva y ha sido probada con éxito muchas veces: oración, sacrificio, testimonio y formación. Es un reto, ciertamente, pero un reto apasionante. Lo que no es apasionante es tirar la toalla y decir que lo malo es bueno según lo decidan los que mandan a través del truco de las estadísticas.
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