Viernes, 22 de noviembre de 2024

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¿Es difícil orar? San Juan de la Cruz nos ayuda

¿Es difícil orar? San Juan de la Cruz nos ayuda

por La divina proporción

Esta semana he tenido rondando por la cabeza el tema de la oración. El pasado jueves estuve conversando sobre el tema con un grupo de personas y en las reflexiones que hicimos, encontré un hilo que creo interesante compartir con usted. 

Cristo nos pide que oremos de forma continua y para ello nos pone el ejemplo del Juez Injusto. San Agustín señala que esta oración continua no puede estar basada en el recogimiento, ya que es imposible estar en las tareas cotidianas orando de rodillas. Habla de orar en el deseo; el deseo de Dios. 

Entonces, podemos pensar en orar mediante la inteligencia, emoción y voluntad. La oración vocal, explícita, necesita de nuestra inteligencia para crear un “discurso” que nos comunique con el Señor. Pero también existe la posibilidad de orar emocionalmente, sin palabras, de manera que la comunicación provenga de aquello que sentimos en nuestro interior. También es posible la oración volitiva, que no necesite ni de palabras ni de sentimientos. Una oración que sea acción práctica en nuestra propia vida. 

He estado buscando referencias y la más clara que he encontrado es de San Juan de la Cruz: 

Para de veras encontrar a Dios no es suficiente orar con el corazón y con las palabras, ni aprovecharse de ayudas ajenas. Esto hay que hacer, pero, además, esforzarse lo que pueda en la práctica de las virtudes. En efecto, aprecia más Dios una acción que haga la propia persona, que otras muchas que otras personas hagan en su favor (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, 3, 2). 

La práctica de las virtudes es también una forma de encontrar a Dios. Es una forma de orar con nuestra voluntad y perseverancia. Esta reflexión da un mayor sentido al esfuerzo que realizamos para obrar bien. No se trata de un lucha en que buscamos hacer la Voluntad de Dios, sino un forma de dialogar con el Señor. 

Tenemos claro que nuestra voluntad es limitada y nuestra perseverancia siempre tiene un límite. Necesitamos de la Gracia del Señor para seguir adelante. San Pablo nos dijo que: “nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26) Cuando las palabras no son capaces de expresar y comunicarnos con el Señor, los sentimientos y la voluntad toman el relevo. El Espíritu Santo recoge esa oración no verbal y la traslada al Señor. Los gemidos inefables del Espíritu son el medio de comunicación más directo y certero, por lo que no nos sintamos mal si no somos capaces de orar vocalmente con soltura y nos distraemos a la primera de cambio. Si no salen las palabras, ofrezcamos nuestras emociones y nuestras acciones como oración al Señor. 

Clemente de Alejandría también incide en esta necesidad de orar como y cuando no sea posible: 

Se nos ha mandado venerar y honrar al Logos [Cristo], a nosotros, persuadidos por medio de la fe de que Él es Salvador y Guía, y por Él al Padre, no en días elegidos, como hacen otros, sino continuamente, durante toda la vida y de todas las formas posibles (...). De ahí que no en un lugar señalado, ni en un templo determinado, ni en fiestas y días prefijados, sino en toda la vida, el cristiano, ya esté él a solas, ya con otros de su misma fe, honra a Dios, es decir, le da gracias por el Conocimiento y por su forma de vida. ” (Stromata VII, 7, 35, 1. 3). 

En la vida cotidiana, los espacios y momentos propicios para la oración, son a veces muy escasos. Cuando encontramos un momento, a veces, nos sentimos incapaces de hilar más de una frase de agradecimiento y/o de petición. Estas dificultades nos frenan y nos desalientan muy a menudo. Dejemos el desaliento a un lado y pensemos en que Cristo nos mira y acepta que oremos de todas las formas posibles y en todos los lugares posibles. El desea ser “importunado” por nuestras oraciones, como nos lo hizo saber en la parábola del juez injusto. 

Oremos sin palabras, Dios sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. Dejemos que el Espíritu Santo interceda por nosotros en el lenguaje que sólo Dios conoce y comprende totalmente: el Amor.

 

 

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