Nos unen los milagros y los dogmas. San Juan Crisóstomo
Nos unen los milagros y los dogmas. San Juan Crisóstomo
O llama claridad a la gloria que resulta de los milagros y los dogmas, y para que sean unánimes: por lo que añade: "Para que sean una cosa en nosotros, como somos nosotros una misma cosa"; pues esta gloria de estar unánimes, es mayor que la de hacer milagros, y todos los que por los apóstoles creyeron son una misma cosa; y si algunos se han separado ha sido efecto de su desidia, lo cual a El no se le ocultó. (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el Evangelio de San Juan, hom. 81)
Esta semana estamos llamados a orar por la unidad de los cristianos. Como es lógico, lo primero que se nos pasa por la mente es orar por la unidad de todos los cristianos que han ido separándose de la Iglesia católica a través de los siglos. No cabe duda que esta intención es suficiente para orar una semana y todo el año. Si nos lo tomamos en serio y sentimos el gran escándalo de que vivamos separados quienes creemos en el mismo Dios y tenemos la misma Fe, toda oración debería tener presente la necesidad de unidad.
Pero el problema de la unidad de los cristianos se puede entender en dos dimensiones adicionales: la unidad interna de la propia Iglesia Católica y la necesidad de reintegrar a aquellos que se han alejado de por tibieza o desafecto. Al final de todo, la unidad conlleva reintegrarnos dentro de un orden que acepte los diferentes carismas y sensibilidades. Reintegrarnos conlleva dejar a un lado la tolerancia que ignora y sutilmente desprecia y enfrentarnos a la necesidad de respetarnos de forma activa. Es decir, amarnos tal como somos y valorar lo que cada uno de nosotros aporta a la Iglesia universal.
Aparte del movimiento teológico que busca reintegrarnos con los hermanos ortodoxos, luteranos, anglicanos, etc, deberíamos dedicarnos a la tarea de dar solidez a nuestras comunidades. ¿Qué es lo que nos separa: “y si algunos se han separado ha sido efecto de su desidia, lo cual a El no se le ocultó”. La desidia, que no es más que indiferencia que se esconde detrás de la tolerancia. No nos afecta quien se aleja o se va. Parece que una vez desaparece quien discrepa, ganamos en libertad y paz, aunque esto sea una falacia. En todo caso ganamos la libertad que propugnaba John Ford al ofertar su Ford T con el color que quisieran los compradores, “mientras fuese negro”. La paz del silencio y la lejanía, no es realmente paz sino el extremo de una guerra no violenta.
Pretendemos que los hermanos separados se reintegren y que los alejados vuelvan a su casa, pero ¿Qué casa les espera cuando vuelvan? ¿Merece la pena volver? Por desgracia no nos encontramos con ese amor que distinguía a las primeras comunidades cristianas. Rara vez alguien dirá “mirad como se aman”. Más bien dirán, mirad como se soportan y se pelean por la mínima diferencia.
Dicho todo esto, debo reconocer que no soy capaz de ofrecer un modelo de comunidad que reúna diversidad y la cercanía entre quienes la componen. Las diferencias nos alejan porque desconfiamos de ellas y de quienes las evidencian. Pero hay algo seguro, para que una comunidad sea fraterna, hace falta una fuerte base común. Por eso San Juan Crisóstomo habla de los milagros y los dogmas. ¿Milagros y dogmas? ¿No son cosas del pasado? Parece que no es así.
Los milagros son importantes porque evidencian que el poder de Dios está con nosotros. ¿Se producen milagros en nuestras comunidades? No pienso en milagros como el paso del Mar Rojo o la caída de los muros de Jericó. Pienso en milagros más sencillos y cotidianos, empezando por el milagro del amor que debería unirnos en la comunidad. ¿Cómo vamos a esperar milagros si no somos capaces de orar juntos? El milagro es que no tengamos rencillas explosivas entre nosotros, pero este milagro no se corresponde con lo que Dios desea para nosotros.
Los dogmas son igual de importantes, aunque hoy en día resulte impensable que les demos valor. ¿Cómo podemos construir unidos si no coincidimos en los cimientos que necesitamos? Ya sé que el amor es cimiento más importante, pero el amor de verdad nos debería de llevar a aceptar lo que Dios ha revelado. Si no aceptamos a Dios, que no lo vemos ¿Cómo vamos a aceptar a nuestro hermano que está siempre dispuesto a contradecirnos?
Tenemos que meditar mucho sobre la unidad interna de la Iglesia. Nos queda un largo camino junto al Espíritu Santo.