Soy un deudor insolvente
Me explicas..., que no tienes grandes problemas en tu vida, bueno algún que otro contratiempo, quien no lo ha tenido o lo tiene. En mi matrimonio, siempre ha marchado todo muy bien, después de muchos años de casados. No voy a decir que jamás hemos tenido ninguna desavenencia, pero siempre han sido episodios intranscendentes, generalmente por culpa de los hijos y en relación a su educación, aunque reconozco que siempre han sido todos unos buenos hijos, estudiosos y respetuosos con sus padres. Mi vida religiosa, es decir mis relaciones con Dios, no voy a decir que siempre he sido un santo, pero si he caído, me he levantado y he ido al confesionario, he tratado de vivir en gracia y amistad con Dios, he ido a misa los domingos e incluso he comulgado en casi todas las misas si es que me encontraba en gracia de Dios…. Pero no recuerdo nunca haber ido a misa sin haber estado en gracia de Dios. Algunas veces he tenido poderosas razones, por razón del trabajo u otras obligaciones, pero siempre he tratado de compensar esa misa del domingo con alguna otra de otro día de la semana.
Y yo te pregunto ¿te crees bueno? ¿Crees que has hecho más de lo que otros hacen y eso eleva tu categoría frente a Dios? Pues mira yo pienso de ti, que no eres consciente de las gracias que has recibido a lo largo de tu vida y que frente a Dios tú lo que eres es un deudor insolvente. Frente a Dios, todos somos deudores insolventes, pero hay una gran diferencia, entre los que pertenecen a un grupo y los que pertenecen a otro. La diferencia está, en que unos como tú, se creen acreedores y no tiene consciencia de ser deudores espirituales, frente al Señor. Los del otro grupo dada su humildad, tienen plena conciencia de ser unos deudores espirituales frente a Dios, aunque materialmente no tengan ni un duro para cubrir sus necesidades materiales.
En los evangelios, el Señor ya nos avisó de que unos se creen cumplidores de sus obligaciones y otros se creen deudores frente a Dios. Es la parábola del fariseo que sube al Templo a orar y al lado tiene a un publicano. La parábola la recoge San Lucas y dice así: "9 Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: 10 Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. 11 El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. 12 Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias” 13 En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" 14 Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”. (Lc 18,914).
Unos más y otros menos todos somos unos deudores insolventes frente al Señor. La parábola de la oración del fariseo y el publicano, sigue plenamente vigente entre nosotros. Independientemente de que se tengan o no se tengan en propiedad bienes materiales, los hay ricos de bienes materiales, que son ricos también en espíritu, porque están desprendidos de sus bienes materiales, lo cual hay que reconocer que es algo bastante difícil, pues las riquezas materiales atan al hombre y el conseguir uno su desapego a ellas, no es esta una tarea fácil. Pero hay pobres en bienes materiales, que por razón de sus deseos y sueños son también, tan ricos como los que tienen bienes materiales. La intencionalidad y los deseos son también causa de la ruina espiritual de muchos.
En todo caso hay algo muy claro y evidente y es que la riqueza material genera siempre soberbia en el hombre, unas veces conscientemente y otras inconscientemente. Y la soberbia no olvidemos que es ahí donde los demás vicios, tienen su raíz. Por eso se la llama a la soberbia el padre de todos los vicios. En sentido contrario tenemos a la humildad que es la antítesis de la soberbia. La pobreza material desde luego que es una generadora de la virtud de la humildad, sin perjuicio de que puedan existir y de hecho existen, ricos materiales que gozan de la virtud de la humildad, son estos la antítesis de los pobres de riquezas materiales sueñan con ellas y anteponen sus sueños y deseos de poseer riqueza material a todo y lo que es peor al amor a Dios. Al igual que todo vicio tiene su raíz en la soberbia, la humildad es la madre de todas las virtudes. Es bien sabido, que Dios ama al humilde y aborrece al soberbio.
El soberbio piensa que todo lo que es, y lo que tiene, solo se lo debe a su inteligencia y capacidad de trabajo, a él nadie le ha regalado nada en esta vida, todo lo ha conseguido él y él no es deudor de nadie ni siquiera de Dios. Decía San Agustín: ¿Qué tienes tú que no hayas recibido? Empezando por nuestra propia existencia, todo absolutamente todo lo hemos recibido y si se trata de bienes materiales, estos se tiene y no se tiene en un abrir y cerrar los ojos, máxime ahora en estos tiempos de crisis económicas, en los que vemos como se levantan fortunas de bienes materiales que con la misma facilidad que se levantan se hunden. Y es que ya se sabe que en esta vida: Lo que muy deprisa sube, muy deprisa baja, nos dice el refrán.
Meditemos con el Libro de Job, y el ejemplo que él nos dio, pues siendo inmensamente rico todo lo perdió, y cuando se le incitaba a no resignarse y revolverse contra el Señor, él manifestaba: Dios me los dio, Dios me lo quitó, bendito sea su santo nombre. Job se reconocía a pesar de sus inmensas riquezas, como un insolvente deudor de Dios Y es que tengamos en cuenta que nuestra insolvencia frente a Dios no solo puede ser de bienes materiales, sino lo que es más importante insolvencia de bienes espirituales, porque todo nos lo proporciona el Señor y bien claro nos dejó dicho: "5 Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. 6 El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. 7 Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará”. (Jn 15,5-7).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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