Lunes, 23 de diciembre de 2024

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De los Diez Mandamientos según el Nuevo Testamento

por En cuerpo y alma


            Después de ver hace apenas una semana algo sobre la formulación de los Diez Mandamientos en el Antiguo Testamento (pinche aquí para conocer los pormenores), toca hoy conocer su tratamiento en el Nuevo, no exento de particularidades.

            Jesús se ve varias veces expuesto ante el decálogo. Se trata siempre de la versión inicial, la que recogían las tablas que Moisés destruyera presa de un ataque de ira cuando conoce que su pueblo está adorando al becerro de oro. Y aunque no llega propiamente a cuestionarlos -“más fácil es que el cielo y la tierra pasen que no que caiga un ápice de la ley” (Lc. 16, 17)-, sí que matiza prácticamente el contenido de todos y cada uno de ellos.

            “Habéis oído que se dijo a los antepasados: “no matarás, y aquél que mate será reo ante el tribunal”. Pues yo os digo, todo aquél que se encolerice contra su hermano será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil” será reo ante el sanhedrín; y el que le llame “renegado” será reo de la gehena de fuego” (Mt. 5, 21-22).

            “Habéis oído que se dijo: “no cometerás adulterio” Pues yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt. 5, 27-28).

            “Habéis oído que se dijo a los antepasados: “No perjurarás sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno” (Mt. 5, 33-34).

            En otra ocasión, Jesús realiza una nueva síntesis del decálogo en la que omite los deberes frente a Dios e incide sólo en los que lo son frente a los hombres, y uno de ellos, el relativo a la codicia, lo re-enuncia como “no seas injusto”, de acuerdo con el siguiente esquema:

            “Ya sabes los mandamientos: no mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc. 10, 19).

            Cuando es requerido para ello, Jesús compendia los mandamientos en dos grandes capítulos:

            “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todo tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mt. 22, 36-40).

            Y hasta se permite añadir al decálogo un nuevo mandamiento:

            “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn. 15, 12).

            San Pablo, en la misma línea que Jesús, establece:

            “En efecto, lo de no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud” (Ro. 13, 9, 10).

            De los mandamientos veterotestamentarios, dos tropiezan claramente con el espíritu de la religión que a partir del mensaje de Jesús, se escinde del tronco común judío. El primero de ellos es el que dice:

            “No te harás escultura ni imagen alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra” (Dt. 5, 8).

            Aunque no existe en el Evangelio un pronunciamiento concreto de Jesús sobre la representación de imágenes, sobradamente conocido es que en la religión cristiana no existe dificultad alguna para proceder a la representación pictórica o escultórica no sólo de Dios mismo, sino también de seres humanos a los que se rinde culto, María Virgen, los santos... Si bien no es mentira que también en el seno del cristianismo ha lugar para la cuestión, y que el asunto de la veneración de imágenes, será, muchos siglos más tarde, una de las cuestiones que sacudirá con virulencia sus cimientos.

             El segundo es el que reza:

             “Guardarás el día del sábado para santificarlo [...] No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que vive en tus ciudades; de modo que puedan descansar como tú tu siervo y tu sierva” (Dt. 5, 1214).

             Aquí sí, el pronunciamiento de Jesús es muy claro. Uno de los elementos que con mayor frecuencia enfrenta a Jesús con algunos de sus contemporáneos es la concepción que uno y otros tienen sobre la santificación del sábado. A partir de la doctrina según la cual “el sábado ha sido instituído para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 27), Jesús despoja al sábado de sus aspectos más formales y rígidos, convirtiéndolo en un día tanto para el ocio, como para el descanso, como para la consagración. Para la completa desvinculación del sábado frente a dichos elementos, no pasará mucho tiempo sin que los cristianos incluso rompan con él, y lo trasladen a un día diferente de la semana.

 

            ©L.A.

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