En la vida y en la muerte somos de Cristo.
Como consecuencia del pecado original…., venimos a este mundo con el estigma de la concupiscencia. Los diccionarios definen la concupiscencia, término de origen latino, ya que el latín concupiscere quiere decir: codiciar, ansiar vivamente, como una inclinación natural a gozar de los placeres terrenales y particularmente de los placeres sensuales. A este respecto San Agustín nos dice; “Si tu corazón se pega a la tierra, esto es, si en el obrar te propones como fin de tus actos el ser visto de los hombres, ¿cómo puede ser puro lo que se contamina con cosas bajas?”. La concupiscencia no es en sí un pecado, sino la tendencia a cometer el pecado.
La prístina naturaleza de Adán y Eva, que les permitía disponer de los llamados dones preternaturales como consecuencia de haber sucumbido a la demoniaca tentación del maligno, los transformó a ellos dos y a todos sus descendientes, porque ellos no podían transmitirnos lo que ya no tenían.
El parágrafo 397 del Catecismo de la Iglesia católica, nos dice que: “El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf. Gn 3,111) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.
Esencialmente, perdieron los dones preternaturales y lo que es más importante la amistad con Dios y sus divinas gracias, y se convirtieron en esclavos de satanás, dejándonos en herencia la dichosa tendencia al pecado que conocemos con el nombre de concupiscencia. El parágrafo 399 de nuestro Catecismo, nos dice que: La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf. Gn 3,910) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5).
Los hombres estamos todos implicados en el pecado de Adán y Eva, y en este sentido San Pablo nos dice: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm 5,19). A la universalidad del pecado y de la muerte, el apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida" (Rm 5,18).
Para que el hombre pudiese obtener la salvación y alcanzar la vida eterna, era y es condición indispensable que se nos redimiese de nuestra condición de esclavos del pecado y por ello de satanás. El pecado de los descendientes de Adán y Eva, no es un pecado realizado directamente por ellos, pero si contraído. Y Dios en su infinita bondad y misericordia y sobre todo en ese gran amor, a todo lo por Él creado pero en especial a sus criaturas humanas, se compadeció de nuestra degradada condición Y tal como nos dice San Juan en su evangelio, que: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. (Jn 3,16).
Su hijo nuestro Señor, podía habernos redimido con una simple oración, más aún, podía habernos redimido con un simple gesto de su divinidad, pero para marcarnos bien cuál es el camino de la salvación, prefirió pasar por su Pasión y muerte en Cruz, dejándonos un caudal de gracias, más que suficientes, para la salvación de toda la humanidad cualquiera que llegue a ser su número. Nosotros recibimos las gracias divinas, por los canales de los sacramentos, siendo el primero de ellos el Bautismo, que nos hace hijos de Dios y herederos de su gloria.
Es por ello por lo que San Pablo en su epístola a los romanos, les manifiesta:”7 Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí. 8 Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor. 9 Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos”. (Rom 14,7-9). Son muy claras estas palabras de San Pablo. Nosotros tenemos ante sí, dos caminos, uno el de vivir para el Señor, o e oro, atendiendo nuestra concupiscencia, para vivir para nosotros mismos.
Si escogemos el camino de vivir para Cristo, San Pablo nos dice: “3 ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? 4 Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. 5 Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección.6 Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado”. (Rom 6,3-6).
Y en este mismo capítulo 6 de la epístola a los romanos, continua San Pablo diciéndonos: “…8 Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. 9 Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. 10 Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. 11 Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. 12 No permitan que el pecado reine en sus cuerpos mortales, obedeciendo a sus bajos deseos. 13 Ni hagan de sus miembros instrumentos de injusticia al servicio del pecado, sino ofrézcanse ustedes mismos a Dios, como quienes han pasado de la muerte a la Vida, y hagan de sus miembros instrumentos de justicia al servicio de Dios.14 Que el pecado no tenga más dominio sobre ustedes, ya que no están sometidos a la Ley, sino a la gracia. 15 ¿Entonces qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos sometidos a la Ley sino a la gracia? ¡De ninguna manera! 16 ¿No saben que al someterse a alguien como esclavos para obedecerle, se hacen esclavos de aquel a quien obedecen, sea del pecado, que conduce a la muerte, sea de la obediencia que conduce a la justicia? 17 Pero gracias a Dios, ustedes, después de haber sido esclavos del pecado, han obedecido de corazón a la regla de doctrina, a al cual fueron confiados, 18 y ahora, liberados del pecado, han llegado a ser servidores de la justicia”. (Rom 6,718).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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