La gran familia
La catalogación por el franquismo de La gran familia como película de interés cultural implica que para la progresía Alberto Closas es la sonrisa del régimen disfrazada de aparejador y Ámparo Soler Leal el abnegado símbolo de la sección femenina. Pero lo cierto es que, viéndola hoy con mis hijos en 13 TV, los críos, que todavía no están contaminados por la ideología, han entendido que sus padres hacen lo que pueden para sacarlos adelante, que, muy a su pesar, no tienen un padrino pastelero y que no es aconsejable endosar cinco críos de una tacada a Pepe Isbert para pasear por la plaza Mayor.
La progresía esgrime que la película es propaganda del modelo de familia impuesto por el generalísimo, ese en el que las hijas mayores estaban destinadas a ser buenas esposas y los varones a estudiar en la Universidad Laboral de Gijón. Puede, pero la mía, que era de izquierdas, tenía mucha semejanza con el clan Alonso. Más que nada porque refleja a la perfección la alegría que emana de la infancia criada en un entorno idóneo. Habrá quienes no estén de acuerdo, pero serán lo mismos que consideran que Karina dedicó su estribillo clásico, estas flechas van contigo donde quiera que tú vas, a un novio falangista.
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