Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Los Magos, anuncian y preguntan, creen y buscan. San Agustin

Los Magos, anuncian y preguntan, creen y buscan. San Agustin

por La divina proporción

Estamos en las vísperas de la Epifanía del Señor. Los Magos de Oriente adoran al Señor y le ofrecen sus presentes. El episodio evangélico no tiene desperdicio, tal como podemos leer en el siguiente pasaje de San Agustín:

 

Pero hoy hemos de hablar de aquellos a quienes la fe condujo a Cristo desde tierras lejanas. Llegaron y preguntaron por él, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo. Anuncian y preguntan, creen y buscan, como simbolizando a quienes caminan en la fe y desean la realidad. ¿No habían nacido ya anteriormente en Judea otros reyes de los judíos? ¿Qué significa el que éste sea reconocido por unos extranjeros en el cielo y sea buscado en la tierra, que brille en lo alto y esté oculto en lo humilde? Los magos ven la estrella en oriente y comprenden que ha nacido un rey en Judea. ¿Quién es este rey tan pequeño y tan grande, que aún no habla en la tierra y ya publica sus decretos en el cielo? Sin embargo, pensando en nosotros, que deseaba que le conociésemos por sus escrituras santas, quiso que también los magos, a quienes había dado tan inequívoca señal en el cielo y a cuyos corazones había revelado su nacimiento en Judea, creyesen lo que sus profetas habían hablado de Él. Buscando la ciudad en que había nacido el que deseaban ver y adorar, se vieron precisados a preguntar a los príncipes de los sacerdotes; de esta manera, con el testimonio de la Escritura, que llevaban en la boca, pero no en el corazón, los judíos, aunque infieles, dieron respuesta a los creyentes respecto a la gracia de la fe. Aunque mentirosos por sí mismos, dijeron la verdad en contra suya. ¿Era mucho pedir que acompañasen a quienes buscaban a Cristo cuando les oyeron decir que, tras haber visto la estrella, venían ansiosos a adorarlo(San Agustín. Sermón 199, 2)

 

En la Epifanía celebramos la manifestación de Dios en la tierra; entre nosotros. ¿Qué pensaríamos si una persona se plantara ante nosotros y nos dijera a la cara que él era dios? Seguramente le tomaríamos por un bromista o por un loco. ¿Qué pensaríamos si Dios se manifestara ante nuestros ojos en la figura de un niño que reposa en un pobre comedero de animales, en una ciudad perdida de un lejano país? ¿Nos arrodillaríamos para adorarle? ¿Le entregaríamos los tesoros que traíamos para el rey de Israel?

 

Los Magos de Oriente no eran personas normales. Salieron de sus países por causa de una señal en el cielo que les habló de lo que iba a suceder. Embarcarse en un viaje así requiere mucho amor, esperanza y fe. Arrodillarse y adorar a un niño tendido en un comedero de animales, requiere una visión inmensa sobrenatural.

 

Pensemos en los pastores, que fueron convocados por un Ángel. Dejaron sus rebaños en el campo y se acercaron al portal, atendiendo al anuncio que se les entregó. Los pastores eran personas pobres y no muy bien vistas por la sociedad de su tiempo, pero fueron los primeros convocados para adorar al Señor. Los Magos de Oriente tampoco fueron especialmente bien recibidos en Judea. Pensemos en la desconfianza que tuvo que producir que un grupo de extranjeros vinieran a “descubrir” lo que los judíos pensaban que era de su propiedad. Además, no vinieron a partir de las profecías sino a partir de la ciencia de los cielos. ¿Puede haber algo más sospechoso que una persona que se guía por la ciencia y el razonamiento para acercarse a Dios?

 

Si hoy en día, un científico dice que su fe parte de sus estudios científicos, seguramente todos lo miraríamos de reojo. Desconfiamos que la ciencia conduzca hacia Dios, aunque existen muchos testimonios en ese sentido. Desconfiamos de la revelación natural, porque creemos en un dios alejado y desentendido de nosotros. No podemos imaginar que Dios se manifieste y se comunique con nosotros a través de su propia creación.

 

Pero hay algo más que resalta en el pasaje de la adoración de los Magos de Oriente: los presentes que ofrecieron: oro, incienso y mirra. Presentes que podrían ser rechazados por ser demasiado “ricos”, pero que no lo fueron. Cada cual aporta al Señor según los talentos que Dios les ha dado y lo hace con total humildad. No se trata de sopesar la humildad por las apariencias, sino por el corazón que se abre y comparte sus dones.

 

Nadie dudó de la humildad de los Magos de Oriente, por muy espléndidas vestiduras y presentes que trajesen consigo. Nadie desconfió de la humildad de la Sagrada Familia que los aceptó como un don providencial. Después les servirían para ponerse a salvo en Egipto. Dios se vale de simbolismo para enseñarnos y mostrarnos su Voluntad. Hoy en día despreciamos el simbolismo porque  pensamos que es algo antiguo que no tiene relación con la realidad que vivimos. Algo similar a lo que le pasó a Herodes cuando los Magos le dijeron que leyeron los signos en el cielo. Tendemos a ver en los símbolos las apariencias externas y nos olvidamos que lo importante es lo que se revela a través de ellos.

 

¿Qué pensaríamos de una familia sencilla que recibe oro, incienso y mirra de unos elegantes señores extranjeros? Seguramente pensaríamos en que el oro significa riqueza y les señalaríamos como cómplices del sistema económico imperante. Si vemos el incienso y la mirra, pensaríamos en que su fabricación conlleva injusticias sociales en donde fueron recogidos. Terminaríamos por desconfiar de la familia que acepta unos regalos que los hacen “ricos” y diferentes de las demás. Todo lo que ponga en cuestión la igualdad en la mediocridad, atenta a nuestra soberbia y enciende nuestra envidia. Pero todos estos razonamientos parten únicamente de las apariencias externas. Las apariencias que tanto valoramos y que marketing emplea con tanta eficacia con nosotros. Lo triste es que olvidamos que detrás de las apariencias existe un lenguaje simbólico. Si olvidamos este lenguaje perdemos el 99% de la revelación de Dios. Dios que se manifiesta de forma indirecta y personal a través de este maravilloso lenguaje.

 

Quizás dentro de poco, seamos incapaces de entender el relato de la adoración de los Magos. A lo mejor ya somos incapaces y por eso hay que leerlo rápido, flojito y no comentar nada que sea políticamente incorrecto.

 

Tendríamos que intentar ser como los Magos de Oriente: “los magos, a quienes había dado tan inequívoca señal en el cielo y a cuyos corazones había revelado su nacimiento”, para ser capaces de leer lo que Dios nos dice a cada uno de nosotros a través del oído que tenemos en nuestro corazón. Solía decir Cristo “…quien tenga oídos que oiga

 

¿Cómo se revela Dios hoy en día a cada uno de nosotros? ¿Es Dios un dios lejano, sin voz? ¿Nuestra fe es cada día más socio-política y menos un sobrenatural? A lo mejor es que tenemos cerrados nuestros corazones con el candado de la ideología y el lenguaje simbólico nos parece incomprensible y hasta rechazable.

 

 

Nuestra sociedad, como la sociedad judía del siglo I, no está dispuesta a escuchar ni a seguir lo que Dios habla en nuestro corazón. ¿Era mucho pedir que acompañasen a quienes buscaban a Cristo cuando les oyeron decir que, tras haber visto la estrella, venían ansiosos a adorarlo? Hoy en día sigue siendo mucho pedir.


 

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