Sábado, 23 de noviembre de 2024

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En la fiesta de los inocentes

por Consideraciones sin importancia

 

Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o ‘modernizaciones’. No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana (Papa Francisco)

Ya tenemos nueva ley del aborto y, como no podía ser de otra manera, está servida la polémica. Hemos pasado de una ley de plazos a una ley de supuestos. Es decir, que hemos pasado del exterminio masivo de seres humanos inocentes, amparado por la ley, al asesinato, menos masivo, de vidas humanas también inocentes.

Y, junto a esto, no se puede pasar por alto el sufrimiento psíquico y moral de una mujer que decide abortar. Porque de esto tampoco se habla.

Es cierto que, con la nueva ley, los límites, o mejor dicho, la protección al no nacido es mayor. Se respeta el derecho a la objeción de conciencia de los médicos; exige la autorización de los padres para que las menores de edad puedan abortar; es necesario dos informes de médicos distintos, en caso de anomalía fetal; información oral sobre las consecuencias del aborto; etc., etc.

Con todo esto, el número de abortos se va a reducir, pero ¿se puede ver todo esto como un mal menor? El problema es que, en el caso del aborto, nunca hay un mal menor, porque el asesinato de una persona inocente nunca lo es.

Y lo terrible no es sólo esto. Como decía un amigo, el problema no es que haya una ley que ampare el aborto, el problema es que se aborta. En consecuencia, lo que hace falta no es que se regularice el aborto, sino que se defienda la vida.

Entonces, ¿qué echo de menos en todo esto? Así a vuela pluma:

- Una ley que defienda la vida desde su concepción hasta la muerte natural.

- Una ley que defienda a la familia en general (entendida como la unión de hombre y mujer, por si queda alguna duda), y a la familia numerosa en particular.

- Una ley que defienda la maternidad

- Una ley que facilite la conciliación laboral de los padres (del padre y de la madre).

- Una ley que promueva una sana educación afectiva y sexual, abierta a la vida, y donde el aborto no sea una práctica anticonceptiva.

- Una ley que ayude a las mujeres a superar el trauma del aborto.

- Una ley que ayude a las familias con hijos que han nacido con enfermedades.

- Una ley que facilite la adopción

En definitiva, echo en falta una ley que promueva una civilización del amor y no una civilización de la muerte.

El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, sólo puede ‘encontrar su plenitud’ mediante la entrega sincera de sí mismo. Sin este concepto del hombre, de la persona y de la ‘comunión de personas’ en la familia, no puede haber civilización del amor… En efecto, si por un lado existe la ‘civilización del amor’, por otro está la posibilidad de una ‘anticivilización’ destructora, como demuestran hoy tantas tendencias y situaciones de hecho.[1]



[1] Juan Pablo II, Carta a las familias, 13.

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