Déjate salvar
Navidad es, como dice el Papa Francisco, el tiempo de la ternura y de la misericordia. Viene el Hijo de Dios, pero no viene a darse una vueltecita turística por este rincón de la galaxia, por este planeta maravilloso llamado Tierra donde viven aquellas de sus criaturas que Él hizo a su imagen y semejanza, los hombres. El Hijo de Dios no es el capataz de la finca que revisa de vez en cuando sus lejanas posesiones para ver si todo está en orden o para cobrar los impuestos.
Cristo vino al mundo para hacer un trabajo. Él es el Salvador. Es nuestro Salvador. Es mi Salvador. Esta es su “profesión”, la tarea que le ha encargado el Padre dentro de la economía de la Santísima Trinidad. Cristo es el que salva. Pero para poder salvar necesita algo, sin lo cual no puede llevar a cabo su misión: necesita que el que va a recibir la salvación quiera dejarse salvar. Muy difícil, por no decir imposible, lo tiene el médico para curar al enfermo si éste no quiere ser curado –salvo que lo haga a la fuerza, y ese no es el método de Dios-. Es decir, si nosotros no queremos que el Señor nos salve, Él no lo hará en contra de nuestra voluntad. Libremente pecamos y por eso libremente tenemos que dejar que el Señor nos salve. No nos salvamos a nosotros mismos, lo mismo que el enfermo no se cura a sí mismo por el hecho de ir al médico, sino que es el doctor el que le sana, pero el primer paso para ser curados consiste en admitir que estamos enfermos e ir al médico.
Por eso me preocupa tanto que se difumine, que se debilite, que desaparezca el concepto de pecado. Es como si desapareciera la noción de enfermedad. Si, con ello, desapareciera la enfermedad misma, sería estupendo, pero por negar que estamos enfermos no nos vamos a curar; al contrario, dejamos que el mal avance y cuando queramos admitir que tenemos un problema ya será demasiado tarde.
Una predicación de la misericordia divina que no vaya unida a una iluminación de las conciencias, a la ayuda que el Magisterio debe aportar para que el hombre se dé cuenta de que existe la objetividad en el bien y en el mal, puede ser tan dañina para el ser humano como si el médico le dijera al enfermo que está sano no estándolo o como si el propio enfermo se engañara a sí mismo y no quisiera reconocer que tiene un problema de salud.
Cristo es el Salvador y para cumplir su trabajo necesita que acudamos a Él a dejar que nos salve. No lo haremos mientras no nos hagamos conscientes de que necesitamos ser salvados, de que necesitamos que nos perdone, de que tenemos pecados. No nos va a regañar, no nos va a insultar, no nos va a alejar. Al contrario, Él es el Buen Pastor que ha venido a dar la vida por las ovejas, es el Salvador que está deseando salvar a la oveja perdida. Pero Él es también la Verdad. Más aún, como Él mismo dijo, es el Camino que, a través de la Verdad, conduce a la Vida, que es la salvación.
Es Navidad. Por favor, déjate salvar por Cristo. No tengas miedo. Es el Dios de la misericordia. Muéstrale tus heridas, tus pecados, para que las cure, para que los perdone. Pero no se los ocultes, no pienses que no le necesitas, que eres perfecto, que todo lo haces bien, porque entonces Él respetará tu libertad y no te podrá salvar. Es Navidad, déjate salvar, deja que la ternura de Dios te abrace, te cure, te salve.
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