Lunes, 23 de diciembre de 2024

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¿Qué pruebas tenemos de la presencia de San Pedro en Roma?

por En cuerpo y alma


            Que el apóstol Pedro visitó la que entonces era la capital del mundo, vale decir la capital del Imperio Romano, Roma, y que en ella entregó la vida a causa de su fe en Jesucristo es una tradición tan importante que es la que convierte a la ciudad italiana en la capital de la cristiandad y en la sede del papado, por lo que la pregunta se presenta obvia: ¿qué sabemos sobre la presencia de San Pedro en Roma?

            Lo primero que se ha de decir es que de dicha presencia queda en los textos canónicos un rastro si se quiere indiciario. En su Primera Carta que forma parte del Nuevo Testamento, el propio Pedro se despide con estas palabras:

            Os saluda la que está en Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos” (1Pe. 5, 13)

            Donde la tradición realiza una doble identificación: por un lado, la que uniría a la Roma capital imperial con la Babilonia a la que metafóricamente se refiere Pedro. Y por otro, al Marcos del que habla Pedro, -que por cierto no sería otro, según la misma tradición, que el evangelista-, con el Marcos del que habla Pablo -“Te saludan Epafras, mi compañero de cautiverio en Cristo Jesús, Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores” (Flm. 1, 23-24)- cuya presencia en Roma consta.

            Fuera del cuerpo canónico, el testimonio más importante que acostumbra a presentarse es la “Carta de Clemente a los Corintios”, del año 95, para que nos hagamos una idea de su antigüedad y cercanía con los hechos, anterior a las últimas obras del cuerpo canónico de escritos cristianos, las obras de San Juan. Este Clemente de Roma es el obispo que reinó en Roma entre los años 88 y 97, el papa para que nos entendamos, aunque en dicha época el papado no se entendiera como ahora. Pues bien, en ella Clemente nos cuenta lo siguiente:

            “Por causa de celos y envidia fueron perseguidos y acosados hasta la muerte las mayores y más íntegras columnas de la Iglesia. Miremos a los buenos apóstoles. Estaba Pedro, que, por causa de unos celos injustos, tuvo que sufrir, no uno o dos, sino muchos trabajos y fatigas, y habiendo dado su testimonio, se fue a su lugar de gloria designado. Por razón de celos y contiendas Pablo, con su ejemplo, señaló el premio de la resistencia paciente. Después de haber estado siete veces en grillos, de haber sido desterrado, apedreado, predicado en el Oriente y el Occidente, ganó el noble renombre que fue el premio de su fe, habiendo enseñado justicia a todo el mundo y alcanzado los extremos más distantes del Occidente; y cuando hubo dado su testimonio delante de los gobernantes, partió del mundo y fue al lugar santo, habiendo dado un ejemplo notorio de resistencia paciente.

            A estos hombres de vidas santas se unió una vasta multitud de los elegidos, que en muchas indignidades y torturas, víctimas de la envidia, dieron un valeroso ejemplo entre nosotros. (EpClm. 5-6).

            Donde el párrafo más importante no es otro que el último, el que reza “dieron un valeroso ejemplo entre nosotros”, de donde la exégesis infiere sin excesiva dificultad que dicho testimonio ocurrió en Roma, ciudad desde la que escribe el autor del documento, Clemente.



            Jacobo de la Vorágine por último, en su célebre “Leyenda Aurea”, uno de los más importantes tratados hagiográficos medievales escrito hacia el 1264, nos dice al respecto:

             “San Pedro llegó a Roma el año cuarto del Imperio de Claudio [lo que situaría el evento en el año 45 de nuestra era] y en esta ciudad permaneció veinticinco años gobernando su iglesia” (op. cit. 89)



            ©L.A.

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