Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Yo brillo, pero tú, no me miras. Simeón NuevoTeologo

Yo brillo, pero tú, no me miras. Simeón el Nuevo Teologo

por La divina proporción

Adviento es un momento prepararse a recibir al Señor en la Navidad. Para recibir al Señor, hay que verlo y en la sociedad que vivimos, esto es cada vez es más difícil. Quisiera reflexionar sobre la pregunta que le hicieron a Cristo, sobre el mandamiento principal: 

Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (Mt 22, 36-40)

 

En estos tiempos que corren, se nos está olvidando el mandamiento mayor y el segundo más grande, tampoco lo llegamos a tener muy claro. De hecho, en las catequesis, homilías, libros diversos, conferencias, se suele hablar del segundo mandamiento porque nos resulta más cercano y accesible. El primer mandamiento nos resulta complicado de comprender y de hacerlo realidad. Si ya nos cuesta amar al prójimo que vemos, ¿Cómo vamos a amar a Dios si no lo vemos?, pero ¿Realmente no lo vemos?

 

Para clarificar la cuestión traigo un texto de Simeón el nuevo teólogo, monje ortodoxo que vivió entre el siglo X y el XI. El texto nos habla con una especial clarividencia de este tema:

 

Cuando cree a Adán, le di el don de poderme ver y por ese don establecerse en la dignidad de los ángeles. Con sus ojos corporales veía todo lo que yo había creado pero también con los ojos de la inteligencia, veía mi rostro, me veía a mí, que soy su Creador. Contemplaba mi gloria y conversaba conmigo en todo momento. Pero, cuando transgrediendo mi mandamiento, saboreó el árbol, se volvió ciego y cayó en la oscuridad de la muerte.

 

Pero me apiadé de él y vine de lo alto. Yo, el absolutamente invisible, compartí con él la opacidad de la carne. Recibiendo de la carne un principio, llegué a ser hombre y fui visto por todos. ¿Por qué, pues, acepté hacer todo esto? Porque la verdadera razón de haber creado yo a Adán es esta: que me pudiera ver. Cuando se volvió ciego, y, detrás de él todos sus descendientes al mismo tiempo, yo no podía soportar estar en la gloria divina y abandonar a los que había creado con mis manos; pero me hice en todo semejante a los hombres, corpóreo con los corpóreos, y me uní voluntariamente a ellos. Ves tú cuál es mi deseo de ser visto por los hombres. ¿Cómo, pues, puedes decir que me escondo de ti, que no me dejo ver? En verdad, yo brillo, pero tú, no me miras. (Simeón el Nuevo Teólogo.  Himno 53)

 

Realmente no vemos a Dios con los ojos físicos pero Dios brilla a nuestro alrededor. ¿Dónde podemos ver a Dios? En muchas partes, por ejemplo a través de los trascendentales: Unidad, Bondad, Belleza y Verdad. No creo descubrir ningún misterio si digo que estos cuatro trascendentales han sido demolidos y olvidados por la sociedad en que vivimos. ¿Cómo ver a Dios si olvidamos la Belleza o la Bondad? Simplemente, Dios desaparece de delante de nosotros cuando su manifestación se desprecia o se ignora.

 

Hemos sustituido la Unidad por la desafectada y lejana tolerancia. La belleza se ha convertido en estética e incluso nos admiramos ante el feismo, llamándolo arte. La bondad se ha convertido en una aséptica, desconfiada y organizada solidaridad. ¿La Verdad? ¿Qué es la Verdad? Preguntó Pilatos. La Verdad se ha sustituido por la realidad subjetiva de cada cual.

 

Si no somos capaces de amar a Dios. ¿Cómo seremos capaces de ver Su imagen en las personas con las que convivimos? Al ser incapaces de ver a Dios, sólo lo intuimos como un ser lejano e indiferente con nosotros. ¿Cómo, pues, puedes decir que me escondo de ti, que no me dejo ver? En verdad, yo brillo, pero tú, no me miras. Si Dios no está en nuestros hermanos, ¿cómo podremos amarlos?  No cabe duda que no tenemos nada claro en qué consiste amar a Dios sobre todas las cosas, lo que repercute en que amemos a nuestro prójimo de forma sesgada y a veces, equivocada.

 

Si no sabemos dónde mirar para ver a Dios, ¿Cómo veremos nacer el Niño Dios delante de nosotros en Navidad? Es lógico que la Navidad se haya convertido en una fiesta consumista y mundana. Si Dios no está presente ¿Qué celebra el mundo? Se celebra a sí mismo y se vanagloria de lo que el mismo se ha dado: consumo, fatuidad, tolerancia desafectada, estética feísta, solidaridad aséptica y la total ruptura de la unidad entre nosotros y en nosotros.

 


En Navidad nace quien viene a salvarnos de todos estos sinsentidos. Nace quien es sentido de todo lo que existe, la Palabra que es Camino, Verdad y Vida. Intentemos ser capaces de ver a Dios y enseñar a las demás personas a verlo.

 

 

 

 

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