Lunes, 23 de diciembre de 2024

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De la Conferencia Episcopal y el perdón cristiano

por En cuerpo y alma

 
            Con gran satisfacción escucho ayer las palabras del Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Rouco, que amén de expresar con toda claridad su preocupación por la fractura de la patria, -un concepto que hemos trivializado, banalizado y con el que hemos frivolizado hasta el exceso en los últimos cuarenta años en España-, hacía esta declaración explícita sobre lo que debe constituir el verdadero camino cristiano hacia el perdón.
 
            Decía ayer Monseñor:
 
            “Nos preocupa que las heridas causadas por el terrorismo a tantas víctimas y a la sociedad entera no se curen por el camino del arrepentimiento, del propósito de la enmienda y de la satisfacción de las víctimas. Es decir, que no se curen en su raíz por el camino del perdón y de la misericordia buscada, aceptada y concedida de corazón”.
 
            Perfectamente acorde con lo que constituye la doctrina cristiana del perdón, recogida en el propio Catecismo de la Iglesia Católica:
 
            “El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres actos realizados por el penitente [a saber], el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados […] y el propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia” (Catecismo, 1491)
 
            Lejanos los tiempos en los que desde la misma Conferencia Episcopal, aunque representada entonces por otras personas, todo sea dicho, se hacían afirmaciones tan irenistas, tan impostadamente ingenuas y tan inducentes al error y a la confusión como éstas:
 
            [Si ETA] “deja las armas definitivamente y de verdad, la sociedad vasca y la española serían generosas para ayudar a la integración social”.
 
            Ya entonces decíamos en esta misma columna (pinche aquí si desea verlo):
 
            “Nadie, ni siquiera la Iglesia, ni siquiera un obispo, ni el mismísimo Papa de Roma como se acostumbra a decir –por algo se hartó de proclamar Juan Pablo II que “no existe paz sin justicia”-, tiene derecho a perdonar a los que hicieron un daño en nombre de los que lo recibieron. Eso lo tendrán que hacer éstos. Y después, y sólo después, pero mucho después, la sociedad, primero; la Iglesia en segundo lugar; y el estado por último, empezarán a gozar de alguna legitimidad para ser generosos o para lo que les plazca. Pero ni un minuto antes: las cosas, por su orden.”

            La misma Conferencia que, en execrable error, se adhería entonces a conceptos tan erróneos y tan falsos como que “la sociedad vasca es la primera víctima de ETA”, en ominoso olvido de la verdadera primera víctima, que no era y sigue sin serlo la sociedad vasca, sino aquéllas con nombre y apellido, de carne y hueso, que han perdido a su hijo o a su hija, a su padre o a su madre, a su esposo o a su esposa, y por supuesto, cuantos han perdido la misma vida o una parte de ella y de su cuerpo. Y que ni aún la segunda era, siendo así que las víctimas en otras partes de España multiplican por bastante a las producidas dentro del País Vasco, y que los atentados etarras no buscaban más daño que el que se procuraba a España, aunque de resultas de ellos, haya sido no poco el que se ha infligido también al País Vasco.
 
 
            ©L.A.
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