Domingo, 22 de diciembre de 2024

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De papiros y pergaminos: ¿la misma cosa?

por En cuerpo y alma

 
            A Vd. que frecuenta esta página, probablemente -si no por otras razones-, porque le interesa la arqueología bíblica, no le ha pasado en modo alguno desapercibido que mientras a unos documentos nos referimos como “papiros” (pinche sobre su nombre si desea conocer sobre el Papiro Rylands, o sobre los papiros Chester Beatty, o sobre los papiros Bodmer), a otros en cambio nos referimos como “pergaminos” (pinche aquí para conocer por ejemplo sobre el Códice Amiatinus), y sabe perfectamente que uno y otro no son la misma cosa.
 
            Papiro y pergamino son los principales materiales sobre los que nos han llegado los ejemplares más antiguos de los manuscritos bíblicos o no bíblicos. Su naturaleza es, sin embargo, bien diferente.
 
            El papiro, mucho más antiguo que el pergamino, es el material elaborado a partir de una planta acuática, de la familia de las ciperáceas, el “Cyperus papyrus”, frecuente en el río Nilo y en otros lugares de la cuenca mediterráneo. Recibe el nombre del latín “papyrus”, procedente del griego “πάπυρος” (“papiros”), procedente del copto “per-peraâ”, “flor del rey”, así llamada por ser su elaboración en el Egipto faraónico un monopolio real.
 
            Probablemente, el papiro más antiguo nunca hallado sea el descubierto en la tumba de Hemaka, del Faraón Den, en la necrópolis de Saqqara, aunque no nos han llegado los signos que haya podido tener impresos. Entre los papiros cristianos, el más antiguo es el Papiro Rylands, un fragmento de apenas 8,9 x 6 centímetros. Su uso comenzó a declinar con la decadencia de la cultura egipcia, siendo sustituido por el pergamino, más aún a partir del s. V y definitivamente en el s. XI.
 
            Utilizado principalmente para la escritura, de que tal no era el único uso que se le confería da buena cuenta el pasaje bíblico en que se narra cómo su madre salva a Moisés de la muerte a la que estaba llamado por ser un vástago judío:
 
            “No pudiendo esconderlo por más tiempo, tomó una cestilla de papiro, la calafateó con betún y pez, metió en ella al niño, y la puso entre los juncos, a la orilla del Río” (Ex. 2, 3).
 
            De hecho, la misma palabra “biblia”, como sinónimo en este caso de “libro”, procedería del término “biblos”, que es como los griegos designaban la médula blanda de la planta del papiro. La ciudad fenicia de Biblos debe su nombre a haber sido un importante centro de la industria del papiro.

            En cuanto a su elaboración, el tallo de la planta se mantenía en remojo una o dos semanas, se cortaba en finas tiras llamadas “phyliae” y se prensaban con un rodillo, una cara en horizontal y la otra en vertical, frotándose finalmente con una concha o una pieza de marfil durante varios días. Se solían fabricar rollos de unas veinte plagulas u hojas que se pegaban entre sí, con un tamaño medio de unos cinco metros. Las inscripciones se realizaban en el anverso, la cara del papiro que tenía dispuestas las tiras horizontalmente.
 
            El papiro es muy vulnerable a la humedad, y si se han descubierto bastantes sobre todo en los últimos dos siglos, ha sido siempre en ambientes muy secos como el del desierto: Egipto, mar Muerto.
 
            Poco a poco, el papiro ira cediendo terreno a favor de un segundo material llamado “pergamino”, sobre todo cuando el formato “códice” empezó a sustituir al formato “rollo”, para el que el papiro era más adecuado por la longitud que podía alcanzar. Otra de las ventajas del pergamino es que permitía escribir por ambas caras, algo muy difícil en el papiro.
 
            El pergamino recibe su nombre de la ciudad de Pérgamo, en el noroeste de Asia Menor, en la actual Turquía, cuya biblioteca era la más importante de su época después de la de Alejandría, y es un material hecho a partir de la piel de una serie de animales en cualquier caso jóvenes, ternero, cordero o cabrito.

            De las tres partes que componen una piel, el pergamino se fabrica solo con la dermis, consistiendo su proceso de manufactura precisamente en eliminar la epidermis y la hipodermis, para lo que se utiliza una solución a base de cal. A continuación, se tensa el pergamino en un caballete, mientras se frota la superficie con piedra pómez o mediante otro instrumento cortante.
 
            El pergamino de mayor calidad es la “vitela”, fabricada con animales nonatos o recién nacidos, reservado para los códices más lujosos.
 
 
            ©L.A.
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