Valor de la simplicidad divina
Los seres humanos…, estamos todos constituidos por una parte de materia y otra de espíritu. Fuera de nosotros, en el mundo en que vivimos y en el universo entero, todo es materia. Es materia pura la tierra y la roca donde físicamente nos asentamos, el agua de los mares y los ríos, todo el orden vegetal y todo el orden animal, es también materia pura excepto, la parte de nuestro ser que no es materia es decir, nuestra alma. Y con referencia al universo en su inmenso y por nosotros descocido tamaño, que se ha de medir empleándose la mayor medida que conocemos, que es la del año-luz y son cientos de millones de años-luz, los que necesitamos para tratar de alcanzar un final que posiblemente no exista porque todo es Creación de Dios, y mientras lo nuestro es la limitación, lo suyo es la ilimitación en todo.
Pues bien todo esto que nos rodea es materia, y salvo nuestra alma, en el universo, en lo poco que sabemos de algunos planetas de nuestra galaxia, no se ha encontrado ninguna vida animal, y mucho menos vida humana. Lo que le ha llevado a los científicos a la enunciación del llamado principio antrópico, en virtud del cual "Si en el Universo se deben verificar ciertas condiciones para nuestra existencia, dichas condiciones se verifican ya que nosotros existimos". El conocido físico, que ha pasado su vida con limitaciones en su forma de comunicarse y sentado en una silla de ruedas, Stephen W. Hawking, en su libro Historia del tiempo, habla del principio antrópico aplicado al tema del origen y formación del universo. Hawking dice: "vemos el universo en la forma que es porque nosotros existimos". Como creyentes a la vista de estas formulaciones científicas podemos pensar que Dios que es omnipotencia absoluta, nos ha hecho una demostración de esta omnipotencia suya creando el universo, solo en razón de nuestra existencia.
El hombre, creado con una parte del orden superior del espíritu que es su alma, y una marte material que es su cuerpo, cuando fue creado y antes de la ofensa de Adán y Eva, la persona de ellos estaba perfectamente equilibrada en un orden pues el alma, elemento superior tenia a sometido a su cuerpo elemento inferior, y cuando el orden superior es el que domina al inferior, todo funciona correctamente, pero cuando es al contrario nace el caos. Tomemos por ejemplo una unidad militar, cuando manda la oficialidad, hay obediencia y orden, si la manda la tropa y anula a la oficialidad hay desobediencia y caos.
En Adán y en Eva, como causa de su pecado, sus cuerpos tomaron las riendas y sojuzgaron a sus almas. Esta situación en razón del amor de Dios a los hombres, se ha ido modificando lentamente: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. (Jn 3,16). Jesucristo Hijo de Dios Padre, nos redimió y no enseñó el camino y los medios para de librarnos de la posibilidad de ofender a Dios. Y para dejar de ofender a Dios, es necesario que nuestra alma controle nuestro cuerpo y sigamos sus caminos amándole y comprendiéndole.
Y para amar y comprender a Dios, hemos de tener un mayor conocimiento de Él, porque el amor genera siempre deseos de conocimiento de aquello que se ama y cuanto más se ama, más aumenta el deseo de conocer al amado. Y para mejor conocerle, es de tener presente que es nuestra alma la que le ama y le desea conocer, no nuestro cuerpo que desde luego no nos ayuda nada en esta labor. Por ello vamos a tratar sobre la simplicidad de Dios. Nosotros hemos oído más de una vez, que Dios es la simplicidad total y para poder llegar a comprender algo de este atributo divino, Hay que entender simple es lo que no tiene composición de partes y no es, por tanto, ni divisible ni corruptible, porque la corrupción nace cuando las partes se separan.
Pero cuando algo no es simple y por lo tanto está formado de partes, estas pueden desunirse y por lo tanto se descomponen y subsiguientemente el todo fenece. La materia siempre está compuesta de partes, por ello cuando estas partes por razón del tiempo, se descomponen la materia desaparece. El tiempo es un factor fundamental en la materia, pues es su paso el que determina cuando ha de descomponerse la materia y fenecer. Pero cuando se trata de seres simples los ángeles, los demonios, nuestras almas, tanto las de los santificados como la de los condenados y por supuesto, las de los que todavía estamos aquí bajo, a ninguno el tiempo nos hace mella en nuestras almas y todas ellas son eternas y viven en la eternidad al igual que Dios. Pero actualmente dado el predominio de la materia de nuestro cuerpo sobre el espíritu de nuestra alma, vivimos pendientes del tiempo y así la mayoría de las personas se lamentan de cumplir años, olvidándose de que son personas eternas, que aún no han entrado en esa eternidad que las espera.
El Abad Benedik Baur, nos dice: “El santo amor de Dios simplifica enormemente tanto la vida exterior como la vida interior del hombre. Dios como Espíritu puro es esencial e infinitamente simple; el amor que nos une con Dios nos hace semejantes a Él y nos comunica su santa simplicidad. Hace sencilla nuestra inteligencia, nuestros juicios, y criterios y nuestras aspiraciones. (…). Lo que antes amábamos, conversaciones, lecturas, etc… se nos vuelve cada vez más insípido. Coartamos nuestro trato y comercio con los hombres. El amor propio se bate en retirada en todos los frentes”. No cabe la menor duda de que el alma de la persona, es la que más se ocupa de sus relaciones con Dios. La gracia divina, poco a poco va penetrando en su alma y esta va creciendo y engrandeciéndose en el amor a Dios, así como en su fe y en su esperanza, pues las tres virtudes teologales, aumentan o disminuyen en el alma humana siempre al unísono. Cuanto más crece un alma en su desarrollo espiritual, más gracias divinas recibe para seguir creciendo. Recuérdese, la Parábola de los talentos, conforme a la cual, más se le dará al que más tiene.
El concilio IV de Letrán y el concilio del Vaticano II nos enseñan que Dios es sustancia o naturaleza absolutamente simple «substantia seu natura simplex omnino»); Dz 428,1782. La expresión «simplex omnino» quiere decir que de Dios se excluye toda composición, tanto física como metafísica. En el ámbito de la teología, la doctrina de la divina simplicidad establece que Dios no posee partes. La idea general de la divina simplicidad se puede resumir en el siguiente concepto: El ser de Dios es idéntico a los atributos de Dios. En otras palabras, características tales como la omnipresencia, la bondad, la verdad, la eternidad…, etc. son idénticas a su ser, no cualidades que conforman su ser. Es decir no es que Dios tenga un amor infinito, es que Él es amor y solo amor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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