Lunes, 23 de diciembre de 2024

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¿A quien pertenece el mundo? ¿Quién abrirá el sepulcro?

¿A quien pertenece el mundo? ¿Quién abrirá el sepulcro?

por La divina proporción

En la tierra se difunde un susurro. Se extiende un interrogante: ¿A quien pertenece el mundo? ¿Al Dios-hombre a hombre que se hace Dios? ¿Cristo o anticristo? […] Toda la fuerza del mal, de la herejía y de la incredulidad se concentra hoy en torno a esta mentira, como tras un baluarte ¡El mundo no pertenece a Cristo, sino a sí mismo! Pero aquellos cuya fe en Cristo, que viene en poder y gloria, no ha sido definitivamente asfixiada por la mentira imperante, tienen el corazón agitado por la angustia incesante de una pregunta: ¿Quién quitará la piedra de la entrada del sepulcro? […] El creyente sabe que la Divina-humanidad es el milagro de Dios en el mundo y que la piedra la quita el Ángel con la fuerza de Cristo. […] En el cristianismo nace un sentido de la vida nueva, es decir, que el hombre no debe escapar del mundo, pues Cristo viene al mundo, al convite de Bodas del Cordero, a la fiesta de la Divina-humanidad (L’Agnello di Dio, S. Bulgakov)

 

Estoy leyendo el libro “Teología de la Evangelización desde la Belleza” del Card. Tomas Spidlik y Marko Rupnik. Entre las interesantes citas qu utiliza, está este párrafo del sacerdote ortodoxo, Sergei Bulgakov. El párrafo muestra una realidad que impregna todo el siglo XX y se traslada hacia el siglo XXI con fuerza renovada: la desaparición de Dios. ¿A quien pertenece el mundo? Ante esa aparente desaparición, podemos tomar varias actitudes:

 

·         Festejar la autonomía del ser humano. Ya no importa si Dios existe o no. No está presente. Aparentemente somos libres. El vacío de Dios se llena con nosotros mismos.

·         Sufrir la aparente desaparición. Este sufrimiento nos lleva a escapar de un mundo que no hace posible la presencia de Dios. El vacío de Dios se llena con las apariencias que nos transportan al momento en que Dios estaba presente.

 

La Iglesia no es inmune a estas posturas. Posturas que hacen entender el cristianismo desde puntos de vista difícilmente conciliables.

 

  • En el primer caso, la aparente ausencia de Dios se rellena con la exaltación de la comunidad o del activismo. La comunidad/activismo se convierte en el eje de la fe y el sentido de nuestra actividad religiosa. Los cultos/las actividades se olvidan de Dios, dejándolo en un distante segundo plano. Ya Dios no nos reúne ni cambia el mundo, tenemos que ser nosotros quienes tomemos el relevo de la acción de Dios.
  • En el segundo caso, el "horror vacui" nos lleva a volcamos hacia las apariencias sagradas, buscando que la presencia de Dios vuelva a ser central. Las formas se convierten en el eje de la fe y la única manera de que hacer de nuevo presente a Dios entre nosotros. Esperamos que las apariencias atraigan a Dios y que eso haga cambiar al mundo.  

 

La gran pregunta es ¿Realmente Dios ha desaparecido del mundo? A lo mejor somos nosotros quienes nos hemos vuelto incapaces de verlo entre nosotros. El enemigo es muy astuto y sabe engañarnos con facilidad.

 

El libro del Card. Tomas Spidlik y Marko Rupnik, hace una revisión de la evolución del arte y cómo la ausencia de Dios termina por hacer desaparecer también el sentido de la belleza y por último, el sentido mismo del lenguaje artístico. Parece que no tenemos nada relevante que transmitir a través de la creación. Pero ¿Ha desaparecido la belleza el mundo? ¿Por qué la belleza del mundo no se refleja en el arte? Hemos olvidado la belleza y la tenemos delante de nosotros constantemente.

 

Cuando el ser humano pasa de la niñez a la adolescencia, se da cuenta de todas sus potencialidades y se revela contra las formas que aprisionaban su creatividad y libertad. En la medida que rompe con lo que le recuerda la niñez, podemos sentirnos más libres y felices o atrapados y llenos de incertidumbres. El ser humano tiene limitaciones que debe aceptar para madurar. Ese es el momento en que nos encontramos en el mundo y dentro de la Iglesia. La Iglesia está compuesta por seres humanos idénticos a los que están fuera de Ella.

 

Dios no puede desaparece, está siempre presente, pero nosotros hemos perdido la capacidad de sentir y verlo junto a nosotros. En este sentido, es maravilloso reseñar el redescubrimiento de la sacralidad. Lo sagrado es el vínculo que nos une a Dios y nos permite ver que está a nuestro lado. Lo sagrado impregna todo lo que nos rodea y lo vivifica. El mundo es la manifestación de Dios.

 

Si nos dejamos engañar y aceptamos que todo lo que nos rodea es profano, terminamos por encerrar la presencia de Dios en formalismos que repetimos, alejados del mundo, para hacer a Dios presente en nuestras vidas. Como cristianos no podemos aceptar que ¡El mundo no pertenece a Cristo, sino a sí mismo! La comunidad cristiana pertenece a Cristo, no a si misma. El cristianismo conlleva un sentido de la vida nueva, es decir, que el hombre no debe escapar del mundo, pues Cristo viene al mundo, al convite de Bodas del Cordero. La vivencia cristiana no consiste en escapar del mundo que nos rodea, encerrándonos La vivencia cristiana tampoco puede olvidar a Dios y concentrarse en la comunidad y/o el activismo. Cristo ha venido al mundo y está presente, por eso nos invitado al banquete de bodas.

 

Nuestro problema conlleva la Torre de Babel y su solución se muestra en Pentecostés: aquellos cuya fe en Cristo, que viene en poder y gloria, no ha sido definitivamente asfixiada por la mentira imperante, tienen el corazón agitado por la angustia incesante de una pregunta: ¿Quién quitará la piedra de la entrada del sepulcro? En ese momento estamos ¿Quién y cómo podremos evidenciar la presencia de Cristo entre nosotros? ¿Nosotros solos? ¿Dios solo? ¿Quién hizo que el discurso del Kerigma fuese entendido en todos los idiomas? ¿Qué fue necesario para que la acción del Espíritu se realizara? La piedra la quita el Ángel con la fuerza de Cristo.


El Espíritu Santo es la respuesta y nosotros, la herramienta de su acción. No se trata de cambiar las apariencias para convertirnos a través de nuestras propias acciones. Tampoco se trata de agarrarnos a las apariencias para “atrapar” a Dios entre ellas.

 

Se trata de dejarnos atrapar por el Espíritu Santo para que, a través de nosotros, Cristo se haga presente en el mundo. Al menos esta es mi humilde reflexión. 

 

Les recomiendo leer del libro “Teología de la Evangelización desde la Belleza”, ya que ofrece muchos espacios de reflexión para esta etapa de postmodernidad en que vivimos.

 

 

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