6 de noviembre con don Ángel Rubio
Monseñor Ángel Rubio Castro, obispo de Segovia, publicó como la mayoría de los obispos españoles una carta pastoral como preparación a la beatificación de Tarragona. En ella nos habla de los cuatros mártires segovianos cuya fiesta celebramos hoy. Cualquiera puede cambiarlos por los propios de su diócesis, y el resto nos sirve a los sacerdotes para la predicación de la Santa Misa de hoy y a los fieles para su meditación.
Además, don Ángel, nos desvela un nuevo sitio de peregrinación (¡son tantos!): el segoviano Santuario de Nuestra Señora de El Henar, donde descansan los restos de dos de los nuevos beatos.
Carta pastoral del Obispo de Segovia
Además, don Ángel, nos desvela un nuevo sitio de peregrinación (¡son tantos!): el segoviano Santuario de Nuestra Señora de El Henar, donde descansan los restos de dos de los nuevos beatos.
Carta pastoral del Obispo de Segovia
El pasado domingo 13 de octubre se celebró en Tarragona la beatificación de más de quinientos hermanos nuestros en la fe que dieron su vida por amor a Cristo, en diversos lugares de España, durante la persecución religiosa de los años 30 del siglo XX. Desde ahora sus nombres serán inscritos en el Martirologio de la Iglesia y serán objeto de veneración y de culto. Tres obispos, 99 sacerdotes diocesanos, 391 religiosos, seminaristas y laicos, hasta un total de 522 cuatro de los cuales están vinculados con nuestra Diócesis de Segovia.
Sor Martina Vázquez, hija de la Caridad cuyos restos reposan en el camarín de la Virgen del Henar, nació en Cuéllar en 1885. Sirvió en el Hospital y Colegio “Medalla Milagrosa” de Zamora. Viajó a Segorbe donde colaboró en algunas escuelas y puso en marcha el comedor de la Caridad, potenciando la institución “la Gota de leche”. Fue fusilada en octubre de 1936 en Castellón.
Fray Alberto Vicente fue fusilado, a la edad de 20 años, en un viaje a Cuéllar viniendo del Convento del Carmen de Onda (Castellón). En la entrada del cementerio de Carabanchel una lápida recuerda el fusilamiento de Vicente junto a los otros siete carmelitas. Sus restos fueron trasladados al claustro del Santuario del Henar (bajo estas líneas) en 1950.
El tercer mártir vinculado con Segovia lleva por nombre Fray Manuel de la Sagrada Familia. Monje jerónimo, también martirizado en Paracuellos el 7 de noviembre de 1936. Había nacido en Sotodosos (Guadalajara) el 31 de diciembre de 1887. Desempeñó los trabajos de factor ferroviario en diversos lugares de España, hasta llegar a Madrid donde su vida y su palabra sirvieron de testimonio cristiano entre sus compañeros. Su intimidad con el Señor y el trato con las monjas Jerónimas le llevan a hacer el propósito de consagrarse a Dios y restaurar la Orden de San Jerónimo en el Monasterio de Santa María del Parral en Segovia, propósito que realizó en 1925 en compañía de seis hombres abnegados. Aquí se preparó y formó para ser ordenado presbítero el 22 de diciembre de 1928. Dos años después realizó su profesión monástica solemne. Aquí trabajó lo indecible para rehabilitar el edificio monacal y hacerlo mínimamente habitable. En 1936, estando en Madrid por enfermedad, fue apresado por odio a la fe y trasladado a la cárcel Modelo de donde fue sacado entre los días 6 y 8 de noviembre del mismo año para ser asesinado. Sus restos descansan en una fosa común en el cementerio de mártires de Paracuellos del Jarama.
El cuarto segoviano que por el testimonio de su vida y la heroicidad de su martirio le hace acreedor de su beatificación es Saturnino Sanz Sanz, nacido en Riaza el 9 de abril de 1879. Hermano de las Escuelas Cristianas de La Salle se le conoce con el nombre religioso de Hermano Pablo de la Cruz. Pertenecía a la comunidad y centro La Salle del “Asilo del Sagrado Corazón de Jesús” de Madrid. Tenía 57 años, 32 de vida religiosa y 29 de profesión perpetua, cuando fue asesinado junto con cinco hermanos más de la comunidad en Paracuellos del Jarama el 30 de noviembre de 1936.
Alguien puede preguntarse ¿por qué son beatificados estas personas y no otras? La respuesta es muy sencilla: serán beatificados como víctimas de una persecución religiosa y por considerar que la violencia sistemática ejercida contra los miembros de la Iglesia católica lo fue por esa condición. Los mataron “por odio a la fe” por el solo hecho de ser católicos, ya fueran religiosos o laicos, y porque no quisieron apostatar de su fe para salvar la vida. En una contienda o en una revuelta mueren muchas personas pero no todas fallecen por razón de su creencia religiosa. Ahí está la diferencia.
Los obispos españoles hemos ofrecido un mensaje en esta hora de gracia. La Beatificación del Año de la Fe es una ocasión de gracia, de bendición y de paz para la Iglesia y para toda la sociedad. Vemos a los mártires como modelos de fe y, por tanto, de amor y de perdón. Son nuestros intercesores, para que pastores, consagrados y fieles laicos recibamos la luz y la fortaleza necesarias para vivir y anunciar con valentía y humildad el misterio del Evangelio (cf. Ef. 6, 19), en el que se revela el designio divino de misericordia y de salvación, así como la verdad de la fraternidad entre los hombres. Ellos han de ayudarnos a profesar con integridad y valor la fe de Cristo.
Los mártires murieron perdonando. Por eso, son mártires de Cristo, que en la Cruz perdonó a sus perseguidores. Celebrando su memoria y acogiéndose a su intercesión, la Iglesia desea ser sembradora de humanidad y reconciliación en una sociedad azotada por la crisis religiosa, moral, social y económica, en la que crecen las tensiones y los enfrentamientos. Los mártires invitan a la conversión, es decir, “a apartarse de los ídolos de la ambición egoísta y de la codicia que corrompen la vida de las personas y de los pueblos, y a acercarse a la libertad espiritual que permite querer el bien común y la justicia, aun a costa de su aparente inutilidad material inmediata”. No hay mayor libertad espiritual que la de quien perdona a los que le quitan la vida. Es una libertad que brota de la esperanza de la Gloria.
+ Ángel Rubio Castro, Obispo de Segovia
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