De San Zacarías, tío de Jesús, en el día de su festividad
por En cuerpo y alma
Que es hoy, cuando yo estoy escribiendo, ayer para Vds., 5 de noviembre.
El caso de Zacarías es un caso singular. En realidad, el personaje sólo registra presencia alguna en el Evangelio de San Lucas, quien le dedica todo un capítulo y casi 900 palabras, y a quien le sirve para abrir su obra. Como acostumbra a hacer en su evangelio, que para eso es el patrón de los historiadores, Lucas enmarca al personaje en las correctas coordenadas geográfico-temporales:
“Hubo en los días de Herodes [“el Grande” se entiende, pinche aquí para aprender a distinguir entre los muchos Herodes del Evangelio], rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad” (Lc. 1, 5-7).
Luego relata el acontecimiento que le trae a las páginas de su Evangelio:
“Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el grupo de su turno, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso.
Se le apareció el ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se sobresaltó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y convertirá al Señor su Dios a muchos de los hijos de Israel e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.» Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer de avanzada edad.» El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Mira, por no haber creído mis palabras, que se cumplirán a su tiempo, vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas.» El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de que se demorara tanto en el Santuario. Cuando salió no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas y permaneció mudo.
Una vez cumplidos los días de su servicio se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel y estuvo durante cinco meses recluida diciendo: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre la gente.»” (Lc. 1, 8-25).
La historia es un clásico bíblico. A parecidas intervenciones divinas practicadas a través de ángeles deben su existencia personajes veterotestamentarios como Isaac, Ismael (pinche aquí si desea conocer el caso), Samuel, o Sansón (pinche aquí si desea conocer el caso). E incluso la mismísima María, como tendremos ocasión de ver en alguna ocasión.
No termina aquí el relato evangélico. Lucas nos relata después como Zacarías recibe la visita de ni más ni menos que María, embarazada de Jesús.
“En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc. 1 39).
Con quien, por cierto, le une un parentesco, que Lucas pone en boca del Arcángel San Gabriel en el episodio de la Anunciación:
“Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril” (Lc. 1, 36).
Un parentesco que convierte a Zacarías en tío de Jesús, y que será más o menos cercano, pero en todo caso, muy estrecho y profundo, cuando María permanece en casa de Zacarías, estando embarazada, hasta tres meses, según nos informa una vez más Lucas (Lc. 1, 56).
Nos cuenta también Lucas lo que acontece cuando Zacarías circuncida a su hijo según prescribe la Torah:
“Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan.» Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.» Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciéndose: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él” (Lc. 1, 59-66).
Y termina con el llamado Cántico de Zacarías o Benedictus, segundo de los tres que recoge Lucas en su Evangelio junto al “Magnificat” de María (Lc. 1, 46-54) y el “Nunc dimitis” de Simeón (Lc. 2, 29-32). Reza así:
“Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo, y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo, como había prometido desde antiguo, por boca de sus santos profetas, que nos salvaría de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian teniendo misericordia con nuestros padres y recordando su santa alianza, el juramento que juró a Abrahán nuestro padre, de concedernos que, libres de manos enemigas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia en su presencia todos nuestros días. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo el conocimiento de la salvación mediante el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de lo alto, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.»” (Lc. 1, 68-79).
Mateo por último menciona un Zacarías por cuyo asesinato Jesús maldice a los judíos:
“Caiga sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del inocente Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el Santuario y el altar”.
Y aunque algún autor de la patrística establece la identidad con el Zacarías de Lucas, la misma se antoja inverosímil.
©L.A.
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