Beatos Mártires Maristas de Toledo
Esta es la crónica de una de las muchas celebraciones que en tantas diócesis españolas se están celebrado tras la beatificación en Tarragona de los 522 mártires, el pasado 13 de octubre. Empezamos con un video que han preparado los Hermanos Maristas de Toledo.
Hace diez años
El 24 de octubre de 2003 se procedió al reconocimiento legal, ante un tribunal eclesiástico, de los restos mortales de ocho de los once hermanos pertenecientes a la Comunidad mártir de Hermanos Maristas de Toledo. En esos aciagos días de 1936 formaban la Comunidad 16 hermanos; pero 4 hermanos jóvenes se habían ido a Murcia para realizar unos cursos de verano. No mataron al hermano Claudio Luis que hará de testigo de sus compañeros asesinados.
Fueron en total once los martirizados, 10 el 23 de agosto y uno, el hermano Jorge Luis, al día siguiente; pero solamente se encontraron los restos mortales de 8. El 25 de octubre de 2003 se procedió a la inhumación de los restos mortales de estos ocho hermanos en la Parroquia de Santa Teresa, próxima al Colegio Maristas Santa María de Toledo. Los restos habían sido introducidos en unas pequeñas urnas. Estas, una vez terminada la Santa Misa y llevadas por un miembro de la familia, fueron depositadas en un sarcófago de mármol, junto a la Capilla del Santísimo.
Misa de Acción de Gracias
Así que, exactamente, diez años después (el jueves, 24 de octubre de 2013), la parroquia de Santa Teresa se vestía con sus mejores galas para celebrar la Misa de Acción de Gracias que presidía Monseñor Braulio Rodríguez, con motivo de la beatificación, el pasado 13 de octubre, de los Mártires Maristas.
Los rostros de los Beatos hermanos Cipriano José (director) -Julián Iglesias-, Abdón -Luis Iglesias- Bruno José -Ángel Ayape-, Anacleto Luis -Emiliano Busto-, Eduardo María -Francisco Alonso-, Félix Amancio -Amancio Noriega-, Jean Marie -Félix Celestin Gombert de origen francés-, Evencio -Florencio Pérez-, Javier Benito -Jerónimo Alonso-, Jorge Luis -Lorenzo Lizasoáin- y Julio Fermín -Julio Múzquiz- encabezaban la procesión de entrada de la Santa Misa en cruces flanqueadas por sendas palmas, símbolos del martirio.
Una docena de sacerdotes concelebraban: entre ellos algunos que fueron alumnos Maristas (José Carlos Gómez-Menor; Félix del Valle; Jesús Balmori y Rafael Torregrosa); el párroco de Santa Teresa, Amadeo Galán y sus coadjutores, uno de los cuales, Pedro Carpintero, es el Capellán del Colegio y de la Comunidad.
Además familiares del Beato hermano Jorge Luis, venidos de Navarra, patria chica del mártir; el Hno. Ambrosio Alonso, Provincial de Ibérica; el Hno. José Félix Martín Bernal, director del Colegio, junto a la actual Comunidad Marista de Toledo: hermanos Enrique Benito (superior), José Ignacio Peña, Nemesio García, Jesús María Lara y Joaquín López; hermanos Eduardo y Aniceto, antiguos directores. Así como hermanos de comunidades cercanas: Talavera, Madrid, Guadalajara, Villalba, Los Molinos… algunos de ellos antiguos profesores; antiguos alumnos, familias de alumnos, amigos, religiosos, fieles, y también el espectacular coro del Colegio.
De los 522 mártires beatificados en Tarragona, 68 de ellos eran Maristas -66 hermanos y 2 laicos-, once de Toledo.
De los 522 mártires beatificados en Tarragona, 68 de ellos eran Maristas -66 hermanos y 2 laicos-, once de Toledo.
Don Braulio, en su homilía, a la luz de la Palabra de Dios, nos hizo reflexionar sobre el sentido de las Beatificaciones, vivido con paz y alegría.
En la oración de los fieles nos sentimos Iglesia universal, trayendo al altar la necesidad de paz para el mundo, especialmente en las regiones donde los hermanos aún hoy arriesgan su vida: Siria, Pakistán, Líbano, Argelia… Encomendamos a la actual Comunidad Educativa, de tal forma que la fortaleza de los mártires la acompañe en su testimonio de fe.
Al presentar las ofrendas, junto al pan y vino, la luz nos recordaba la fe viva e iluminadora; la estola, bordada para la ocasión, la sangre de nuestros mártires derramada; la chasca, su entrega a la educación de niños y jóvenes y la imagen de la Buena Madre, el camino seguro para llegar a Cristo.
El coro de los alumnos de 5º y 6º animó la celebración, elevando a lo alto plegarias por una humanidad en paz.
Como acción de gracias pudimos compartir la del hermano Miguel Ángel Martínez, familiar del hermano Eduardo María, que trabaja en Centroamérica desde hace 15 años. La familia del antiguo alumno de los hermanos, Miguel Rojo, martirizado junto a los Maristas, nos dio motivos para de unirnos a su plegaria repetida desde aquel lejano 1936 con los tres claveles rojos dejados en la fuente Salobre en memoria del tío Miguel, del hermano Amancio, su profesor, y de quienes les quitaron la vida.
Ante la tumba de los mártires terminamos la Celebración, poniendo en manos de la Buena Madre los deseos de seguir el ejemplo de estos Beatos Mártires Maristas.
De Guatemala a Toledo
Un Hermano Marista de la Comunidad de Talavera de la Reina leyó el testimonio del Hermano Miguel Ángel Martínez:
Día Mundial de las Misiones.
Su servidor, Miguel Ángel Martínez Alonso, hermano marista actualmente radicado en Guatemala por más de 15 años y pariente de uno de los hermanos martirizados en Toledo en 1936.
Queridos celebrantes, hermanos, familiares de los hermanos y fieles reunidos en la celebración de acción de gracias a Dios por la reciente beatificación de nuestros hermanos mártires en la fe.
Me invitaron a dirigirles unas palabras con motivo de su celebración. Tengo la dicha de contar con un tío abuelo que fue llamado por el Señor cuando formaba parte de la comunidad de hermanos maristas en Toledo en 1936.
No me siento digno de ser escogido para dirigirme a ustedes, pues soy joven, no los conozco personalmente y poco tengo que decir de las circunstancias que rodearon la muerte de nuestros hermanos, hoy declarados beatos por la Iglesia en su condición de mártires.
La Divina Providencia me llevó a tomar el mismo estado de vida que mi tío abuelo, Eduardo María. Ya son 15 los años en los que intento responder a la fidelidad del Señor en estas tierras centroamericanas. Precisamente, Guatemala, país donde me encuentro en la actualidad, y más concretamente el pueblo de Chichicastenango, en la diócesis de El Quiché, donde los Hermanos Maristas compartimos con la gente a través de la educación y la catequesis, son lugares donde ha pasado la sombra de la guerra, que durante 36 años diezmó valles, pueblos y cantones en un conflicto armado sin sentido. Muchos aquí también perdieron la vida por defender su fe o ser fieles a su credo.
Por otro lado siento alegría de contar entre mis familiares cercanos a un testigo de la fe, que junto con otros hermanos, están siendo reconocidos como verdaderos seguidores de Jesús y fieles a Dios hasta las últimas consecuencias.
Es motivo de dicha y agradecimiento a Dios poder compartir estos momentos de la historia junto con todos los familiares de los hermanos que formaron parte de esa comunidad de Toledo y manifestar a Dios esa gratitud, a la vez que pedir a nuestros mártires que intercedan por nosotros para que no perdamos el rumbo de nuestra propia fe.
Hermanos y hermanas en la fe, doy gracias a Dios y me uno a la acción de gracias de todos los familiares y amigos de nuestros beatos hermanos. Que Dios les tenga en la gloria e intercedan por nosotros.
Muchas gracias.
Beato Eduardo María (Francisco) Alonso
El día 10 de octubre de 1915 Pantaleón y Teófila tuvieron la alegría de ver nacer a su hijo Francisco, en Valtierra de Albacastro, lugar situado a mil metros de altura en la cordillera Ibérica, en la provincia y diócesis de Burgos. El mismo día de su nacimiento recibió las aguas bautismales en la parroquia de su pueblo, donde también fue confirmado el 29 de abril de 1919.
La familia Alonso Fontaneda vivía de la agricultura y del pastoreo, sin nadar en la abundancia, pero sin padecer la miseria. En familia, se respiraba un ambiente de piedad, de orden y de respeto a los demás, lo que, sin duda, favorecía una educación basada en la sobriedad y en la sencillez cristiana. Francisco recibió la enseñanza elemental en la escuelita del pueblo. Era un niño vivaz, bondadoso, trabajador y paciente, muy apreciado por su maestro. Tímido e inocente, y acostumbrado a hablar bien, no quería oír palabrotas y no soportaba los engaños. En su cara, siempre se apreciaba una agradable sonrisa. Obedecía con prontitud, era muy sufrido y rara vez se lamentaba.
A su madre le decía: “No he nacido para el campo, he nacido para ser religioso”. Este deseo, al principio confuso, fue madurando en su adolescencia. Un día se encontró con un compañero del pueblo vecino, que estudiaba en el seminario marista de Arceniega (Álava), quien le comentó lo que hacían y lo invitó a que se fuera con él. Así se decidió a ingresar, a los 14 años, en este mismo seminario, el día 20 de septiembre de 1929.
Comienza su noviciado el 6 de octubre de 1932, en Las Avellanas (Lérida), y viste el hábito marista el 2 de julio de 1933, tomando el nombre de H. Eduardo María. Después del año de noviciado, emite los primeros votos religiosos el 12 de julio de 1934. Al principio de su formación, vivió las virtudes de las que ya había dado muestras en su niñez; estas le sirvieron para adquirir una profunda espiritualidad marista. Destacó en piedad, modestia, afabilidad y espíritu de servicio. El maestro de novicios dio de él esta apreciación: “Es un joven muy serio, de juicio recto y de voluntad bien templada que deja entrever un porvenir de grata esperanza”.
Después del noviciado, se prepara para ejercer la enseñanza, dedicándose muy especialmente al estudio de los métodos pedagógicos necesarios para desempeñarla. Como maestro auxiliar, empieza a ejercerla en la ciudad de Toledo, desde septiembre de 1935 hasta el 23 de agosto de 1936. En esta fecha, con los demás miembros de su comunidad, contando tan sólo 20 años, le arrebataron su vida por su condición de ser religioso.
De Guatemala a Toledo
Un Hermano Marista de la Comunidad de Talavera de la Reina leyó el testimonio del Hermano Miguel Ángel Martínez:
Día Mundial de las Misiones.
Su servidor, Miguel Ángel Martínez Alonso, hermano marista actualmente radicado en Guatemala por más de 15 años y pariente de uno de los hermanos martirizados en Toledo en 1936.
Queridos celebrantes, hermanos, familiares de los hermanos y fieles reunidos en la celebración de acción de gracias a Dios por la reciente beatificación de nuestros hermanos mártires en la fe.
Me invitaron a dirigirles unas palabras con motivo de su celebración. Tengo la dicha de contar con un tío abuelo que fue llamado por el Señor cuando formaba parte de la comunidad de hermanos maristas en Toledo en 1936.
No me siento digno de ser escogido para dirigirme a ustedes, pues soy joven, no los conozco personalmente y poco tengo que decir de las circunstancias que rodearon la muerte de nuestros hermanos, hoy declarados beatos por la Iglesia en su condición de mártires.
La Divina Providencia me llevó a tomar el mismo estado de vida que mi tío abuelo, Eduardo María. Ya son 15 los años en los que intento responder a la fidelidad del Señor en estas tierras centroamericanas. Precisamente, Guatemala, país donde me encuentro en la actualidad, y más concretamente el pueblo de Chichicastenango, en la diócesis de El Quiché, donde los Hermanos Maristas compartimos con la gente a través de la educación y la catequesis, son lugares donde ha pasado la sombra de la guerra, que durante 36 años diezmó valles, pueblos y cantones en un conflicto armado sin sentido. Muchos aquí también perdieron la vida por defender su fe o ser fieles a su credo.
Por otro lado siento alegría de contar entre mis familiares cercanos a un testigo de la fe, que junto con otros hermanos, están siendo reconocidos como verdaderos seguidores de Jesús y fieles a Dios hasta las últimas consecuencias.
Es motivo de dicha y agradecimiento a Dios poder compartir estos momentos de la historia junto con todos los familiares de los hermanos que formaron parte de esa comunidad de Toledo y manifestar a Dios esa gratitud, a la vez que pedir a nuestros mártires que intercedan por nosotros para que no perdamos el rumbo de nuestra propia fe.
Hermanos y hermanas en la fe, doy gracias a Dios y me uno a la acción de gracias de todos los familiares y amigos de nuestros beatos hermanos. Que Dios les tenga en la gloria e intercedan por nosotros.
Muchas gracias.
Beato Eduardo María (Francisco) Alonso
El día 10 de octubre de 1915 Pantaleón y Teófila tuvieron la alegría de ver nacer a su hijo Francisco, en Valtierra de Albacastro, lugar situado a mil metros de altura en la cordillera Ibérica, en la provincia y diócesis de Burgos. El mismo día de su nacimiento recibió las aguas bautismales en la parroquia de su pueblo, donde también fue confirmado el 29 de abril de 1919.
La familia Alonso Fontaneda vivía de la agricultura y del pastoreo, sin nadar en la abundancia, pero sin padecer la miseria. En familia, se respiraba un ambiente de piedad, de orden y de respeto a los demás, lo que, sin duda, favorecía una educación basada en la sobriedad y en la sencillez cristiana. Francisco recibió la enseñanza elemental en la escuelita del pueblo. Era un niño vivaz, bondadoso, trabajador y paciente, muy apreciado por su maestro. Tímido e inocente, y acostumbrado a hablar bien, no quería oír palabrotas y no soportaba los engaños. En su cara, siempre se apreciaba una agradable sonrisa. Obedecía con prontitud, era muy sufrido y rara vez se lamentaba.
A su madre le decía: “No he nacido para el campo, he nacido para ser religioso”. Este deseo, al principio confuso, fue madurando en su adolescencia. Un día se encontró con un compañero del pueblo vecino, que estudiaba en el seminario marista de Arceniega (Álava), quien le comentó lo que hacían y lo invitó a que se fuera con él. Así se decidió a ingresar, a los 14 años, en este mismo seminario, el día 20 de septiembre de 1929.
Comienza su noviciado el 6 de octubre de 1932, en Las Avellanas (Lérida), y viste el hábito marista el 2 de julio de 1933, tomando el nombre de H. Eduardo María. Después del año de noviciado, emite los primeros votos religiosos el 12 de julio de 1934. Al principio de su formación, vivió las virtudes de las que ya había dado muestras en su niñez; estas le sirvieron para adquirir una profunda espiritualidad marista. Destacó en piedad, modestia, afabilidad y espíritu de servicio. El maestro de novicios dio de él esta apreciación: “Es un joven muy serio, de juicio recto y de voluntad bien templada que deja entrever un porvenir de grata esperanza”.
Después del noviciado, se prepara para ejercer la enseñanza, dedicándose muy especialmente al estudio de los métodos pedagógicos necesarios para desempeñarla. Como maestro auxiliar, empieza a ejercerla en la ciudad de Toledo, desde septiembre de 1935 hasta el 23 de agosto de 1936. En esta fecha, con los demás miembros de su comunidad, contando tan sólo 20 años, le arrebataron su vida por su condición de ser religioso.
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