Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Serás la obra perfecta de Dios. San Ireneo de Lyon

Serás la obra perfecta de Dios. San Ireneo de Lyon

por La divina proporción

 El hombre es una mezcla de alma y carne, una carne formada para ser semejante a Dios y modelada por sus dos Manos, es decir, el Hijo y el Espíritu. Dirigiéndose a ellos [, Dios] dijo: «Hagamos al hombre» (Gn 1,26). 

Pero ¿cómo podrás un día ser divinizado si todavía no eres hombre? ¿Cómo podrás ser perfecto, siendo así que apenas eres un ser creado? ¿Cómo llegarás a ser inmortal siendo así que no has obedecido a tu Creador en una naturaleza mortal?... Puesto que eres obra de Dios espera pacientemente la Mano de tu Artista que hace todas las cosas a su tiempo oportuno. Preséntale un corazón flexible y dócil y conserva la forma que te ha dado ese Artista, guardando en ti el agua que viene de él y sin la cual, endureciéndote, rechazarás la huella de sus dedos.  (San Ireneo de Lyon. Contra las herejías IV, Pr 4; 39,2) 

Hablaba con unos amigos sobre la dignidad humana y el drama que conlleva que no aceptemos esa dignidad en nosotros mismos. Hoy en día sucede que nadie nos reconoce ni nos informa de la dignidad poseemos por se hijos de Dios. Quien no sabe de su dignidad, no la valora y la pierde con facilidad. Quien se siente indigno no duda en denigrarse y dejarse arrastrar por todo aquello pervierte. Una sociedad que olvida a Dios, está enferma y condenada a vagar sin sentido entre las aparentes felicidades que ofrecen los listos de turno. 

Quien se sabe digno, empieza por no dejarse arrastrar por aquello que le destruye. Después, si somos capaces de darnos cuenta que somos una obra maravillosa de Dios, pero inacabada, dejaremos que la mano de Dios nos vaya dando forma. ¡Que gran gracia es dejar que la marca de los dedos de Dios quede impresa en nosotros! Que gran locura, perder el agua del Espíritu y endurecer nuestro ser hasta impedir que Dios actúe en nosotros. 

El Evangelio de hoy domingo, nos relata la maravillosa parábola del Publicano y el Fariseo. Es una parábola que puede llegar a confundirnos, ya que parece que el Señor desprecia a quien actúa bien en todo momento (el Fariseo) y apoya a quien reconoce que no es bueno (El Publicano). ¿Quiere Dios que siempre actuemos mal? 

La diferencia entre el Publicano y el Fariseo queda mucho más clara tras leer el texto de San Ireneo de Lyon. El Fariseo se considera perfecto, completo y ejemplar. Ya no necesita a Dios, con sí mismo se basta. El problema del Fariseo es que ha expulsado el agua que permite a Dios imprimir su huella en él. 

En cambio, el Publicano tiene el corazón abierto a la mano del Artista. Sus errores pueden ser graves, pero no cierra sus puertas a la Gracia de Dios. ¿Quién puede llegar a ser la obra perfecta de Dios? Sin duda el Publicano. El Fariseo se considera ya acabado del todo, no por obra de Dios, sino por sí mismo. 

Pero puede haber Publicanos tan soberbios o más que el Fariseo y Fariseos tan humildes como el Publicano. La cuestión es reconocer que la dignidad que reside en nosotros parte de Dios, no parte de nosotros mismos. Si en algún momento nos sentimos “salvados”, “puros” o “perfectos” pensemos que el enemigo anda detrás de ese pensamiento. 

Además, cuando nos creemos perfectos, salvados y puros, no necesitamos de nadie más que nosotros mismos. La comunidad deja de tener sentido y hasta Dios se convierte en una herramienta para darnos gloria. Miremos al Fariseo, visitaba el templo porque era un precepto, pero la finalidad real era que los demás le vieran y le envidiaran. Que vida más horrible la que nos lleva a creer que Dios es una herramienta a nuestra disposición y que si no cumple nuestras expectativas, simplemente no lo necesitamos.

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