El "Consejo de la Corona"
La reunión que el Papa Francisco ha celebrado esta semana con el grupo de ocho cardenales elegido por él -que ha sido ya denominado como C8, a semejanza del G8 de los países más ricos del mundo, o como el "Consejo de la Corona"-, para que le asesoren en el gobierno de la Iglesia ha despertado un gran interés. No podía ser de otro modo, pues se trata de una de las novedades introducidas desde los primeros momentos de su pontificado por el Papa.
Hay que aclarar, como dice el quirógrafo firmado por el Pontífice que ha sido publicado justo antes de la citada reunión, que se trata de un órgano consultivo y no deliberativo. Es decir, con su existencia no se está entrando en un proceso de democratización de la Iglesia equivalente a un parlamentarismo, donde se vota y se hace lo que diga la mayoría. Es un consejo de asesores, procedentes de distintos continentes, que el Papa ha elegido entre los cardenales con quien tiene una sintonía mayor, para escuchar sus opiniones y luego tomar él, con su autoridad y responsabilidad, las decisiones. Es, pues, una forma inteligente de gobernar que, por otro lado, se aplica en general en todas las diócesis del mundo y en las empresas que tienen relevancia.
No es, además, el único equipo de consultores que tiene el Pontífice. El primero de ellos es la propia Curia romana y por eso el Papa se reunió con los jefes de todos los dicasterios (que son como los ministerios en un gobierno) para escuchar sus opiniones en un debate franco y abierto, varios días antes de reunirse con el C8.
En cuanto a los temas que se han tratado, ha salido a la luz algunos de ellos. Ma parecen de especial importancia dos, uno es el de la reforma del Sínodo de los Obispos y el otro es el de la reforma de propia Curia romana.
Durante muchos años he participado como periodista en los Sínodos de los Obispos y he escuchado desde el principio múltiples quejas sobre la ineficacia de su funcionamiento. De hecho, siempre pensé que Benedicto XVI introducirías las reformas necesarias para hacerlo más ágil y convertirlo en un verdadero foro de debate que sirviera mejor para lo que fue creado aplicando las recomendaciones del Concilio Vaticano II, que buscan hacer más colegial el gobierno de la Iglesia. Estoy seguro de que esa reforma necesaria se pondrá en marcha ahora y confío en que sea acertada.
Acerca de la reforma de la Curia se ha dicho mucho en estos meses y no poco de lo que se ha dicho ha sido calumnioso e injusto. Se ha presentado a la Curia como un nido de víboras, como un antro de ambiciosos carreristas ansiosos de poder, como un lugar desde el que se mantiene una opresión tiránica hacia el resto de la Iglesia, o como un contubernio de gays, masones y corruptos. Todas estas cosas son falsas y terriblemente injustas. Por supuesto que en la Curia romana hay ambiciosos y carreristas, pero no más que en las Curias diocesanas o entre el propio clero, donde no faltan los que sueñan en alcanzar parroquias cada vez más ricas. Claro que hay corruptos, gays y masones, y eso es horrible, pero la mayoría son sacerdotes, religiosas y laicos, entregados a Dios y que llevan a cabo su misión con un gran espíritu de sacrificio y de amor. En cuanto a que se trate de un mecanismo de opresión y control sobre las diócesis, por desgracia a Roma llegan problemas que deberían haber sido resueltos a tiempo por los respectivos obispos diocesanos o por los superiores generales de las congregaciones, y que al final hay que afrontar y resolver en Roma porque no queda más remedio. Hace falta, naturalmente, una reforma de la estructura, pues con el paso del tiempo la "Pastor Bonus" de Juan Pablo II, que es la constitución con que el Papa polaco organizó la Curia en 1988, ha quedado desfasada. No en vano han pasado 25 años y, en este tiempo, se ha visto que la maquinaria tenía no pocos fallos, como se ha demostrado con el escándalo de la filtración de documentos, el llamado "Vatileaks". El Papa Francisco tiene todo el derecho a reestructurar a su equipo de gobierno, desde las estructuras a las personas, como lo tuvo el Papa Benedicto, el Papa Juan Pablo o el Papa Pablo VI.
Por eso, quiero terminar recordando algo que algunos están olvidando: debemos acompañar al Papa con nuestra oración. No debemos dejarle solo. Es lo que él ha pedido desde el primer momento y eso lo que tenemos que hacer. Confiar en el Espíritu Santo, que es quien guía a la Iglesia, y rezar por la persona que ese mismo Espíritu ha puesto para gobernarla.
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