Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Nuestro primer sacramento

por El Blog de Juan del Carmelo

            A cualquiera que profese nuestra fe…, y se le pregunte cuál es el primer sacramento, que nos abre las puertas del cielo y nos hace hijos de Dios, desde luego que nos dirá, que es el bautismo sopena de que sea un ignorante, porque lo bautizaron de niño sin enterarse y luego jamás recibió un mínimo de instrucción religiosa.        
          
         Como, sabemos por el sacramento del bautismo, quedamos limpios de la mancha del pecado original, que heredamos de Adán y Eva, pero no de las consecuencias de esa mancha, que es la nefasta tendencia que tenemos al mal por razón de la concupiscencia, de la cual carecían Adán y Eva y en su lugar, eran unos privilegiados que disponían de los llamados dones preternaturales, que los tiraron por la borda cuando se tragaron, el cuento del demonio de que serían como dioses, si pecaban y pecaron, robándonos a toda la humanidad una herencia conforme a la cual, nuestra vida habría sido diferente.

            El bautismo derrama en el bautizado, una serie de dones y gracias, que muchas de ellas no son bien conocidas. Lo más importante que nos sucede al ser bautizados, es que cada uno de los bautizados, nos hacemos uno con Cristo; Nos unimos a Cristo de una forma que nuestra mente humana no puede ni comprender, ni siquiera intuir. Y nuestro ser pasa a estar inhabitado por la Santísima Trinidad. La inhabitación Trinitaria, es un algo que desgraciadamente es muy incomprendido por muchos de nosotros.

     El problema reside en el tremendo sentido antropomórfico que los humanos tenemos, dado que todo lo queremos ver y entender por razón de la materia de nuestro cuerpo y no por la espiritualidad de nuestra alma.         Cuando vivimos en gracia de Dios, somos templos vivos de Él. La Santísima Trinidad inhabita en nuestra alma. Esto no lo ven los ojos materiales de nuestra cara, pero si los ojos espirituales de nuestra alma, y en la medida que una persona se preocupa del desarrollo espiritual de su alma, los ojos de ella van captando la luz espiritual divina y llegan a encontrar a Dios dentro de sí mismo. San Agustín se lamentaba diciendo: “Tarde te hallé Señor, estabas dentro de mí y yo te buscaba por fuera”.

            En el bautismo, se nos confiere también una filiación divina, pasamos a ser hijos de Dios. Cuanto más se entra en esta realidad, más se penetra en la intimidad de Dios. Él es hijo del Padre, no metafóricamente ni conforme al simple accidente de una denominación simbólica, sino tal como lo afirman las palabras de San Juan: “1 Mirad que amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos de verdad”. (1Jn 3,1)

            El Bautismo es el primer paso para entrar en la senda de la maduración del amor, para demostrarle al Señor que le amamos, pues a esto hemos venido a este mundo a superar una prueba de amor. Durante el transcurso de esta prueba nuestro amor, ha de madurar nuestro amor a Dios. Hemos de madurar en el amor al Señor, y para ello disponemos de toda una vida, que es el tiempo que Dios nos da a cada uno de nosotros. El tiempo no es igual para todos, unos maduran de inmediato, en plena juventud, otros en la madurez de la vida, otros en la senectud y desgraciadamente otros nunca. Para la meditación de este punto es conveniente pensar en la parábola del dueño de la viña que busca jornaleros para trabajar en su viña a diferentes horas del día.

            Esta maduración en el amor, es la que no hace transformar a unos buscando la imitación y semejanza con el Señor, y lo que no se transforman es porque no lo desean, porque oportunidades las tiene siempre a su mano. A ellos habría que recordarles el soneto anónimo del XVI que dice 

            Mira que te mira Dios,
            mira que te está mirando,
            mira que vas a morir,
            mira que no sabes cuándo.

            Para hacer madurar nuestro amor al Señor, es básico que tengamos en cuenta la importante característica del amor que es la semejanza. El que ama siempre tiende a buscar la semejanza con su amado. De aquí, la importancia que tiene para crecer en nuestra vida, la imitación de Cristo. El que imita ama. Y si amamos hemos de imitar.

            El bautismo infunde siete virtudes en el alma. Las tres primeras se relacionan con Dios y son: fe, esperanza y caridad. La otras cuatro se llaman virtudes morales y son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

            En el bautismo, la persona humana, resulta realmente implicada, en aquello que un día aconteció a Cristo: Su paso de la muerte a la vida; Su Misterio Pascual. Este es el profundo significado del Bautismo. Somos bautizados en Cristo Jesús, mejor aún, para decirlo con mayor precisión, en Su muerte. Por tanto esto nos confiere los mismos efectos, que Dios quería que hubiese de tener la muerte de su Hijo: fundamentalmente, la destrucción del pecado…. El hombre en el bautismo es realmente liberado de su condición de pecador, en cuanto que en el bautismo participa misteriosa mente del acontecimiento de la Cruz.

            El uso del agua en el sacramento del bautismo, tiene un fuerte carácter simbológico. Ya que agua se usa para librarnos del polvo y de la suciedad. Por lo tanto puede ser y es el signo de un lavado espiritual, que nos libra del pecado original. Pero también simboliza la vida y la muerte. Uno puede sumergirse en el agua y ser ahogado por ella, y ése es un símbolo de muerte. Pero, después de la sumersión, uno pude emerger del agua, y así esta es una señal de resurrección. El descendimiento a las aguas ha sido siempre símbolo descriptivo de la penetración en profundas y misteriosas fecundidades.

            Desde otro punto de vista, el agua es un excelente símbolo del bautismo, porque constituye un abierto signo de separación. Las aguas son muy a menudo el límite natural entre la ciudad y ciudad, entre estado y estado, entre nación y nación, entre continente y continente, entre tribu y tribu. Los que viven a un lado de las aguas están separados de los que viven al otro lado.

            En el campo los ganaderos marcan su ganado y los antiguos romanos marcaban a sus esclavos, así Dios marcó a los suyos, tanto en el Antiguo como en el N. T. con la  circuncisión en la carne en el Antiguo y con la circuncisión del espíritu o bautismo en el Nuevo. Y ¡ay de aquellos!..., que no quisieron ser marcados o de aquellos otros que habiendo sido marcados como ovejas del rebaño del Señor, menospreciaron el camino del Pastor.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

            Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

  • Libro. BUSCAR A DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461164516
  • Libro. AMAR A DIOS.- www.readontime.com/isbn=978461164509
  • Libro. ENTREGARSE A DIOS.- www.readontime.com/isbn=8460975940
  • Nuestra coronación    16-10-09
  • Nuestra salvación final          15-03-10
  • ¿Nos preocupa nuestra salvación?    21-03-11
  • Aún estamos a tiempo           15-06-12
  • ¿Y que es eso, de la salvación?         13-06-13
  • Quienes nos aman y quienes nos odian        (Prox)
  • Lo mucho que nos jugamos   21-07-11
  • Salvarse si, ¿pero...?  13-09-11 

            La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.

            Si se desea acceder a más glosas relacionadas con este tema u otros temas espirituales, existe un archivo Excel con una clasificada alfabética de temas, tratados en cada una de las glosas publicadas. Solicitar el archivo a: juandelcarmelo@gmail.com

 

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