Lunes, 23 de diciembre de 2024

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¿Somos arrogantes los cristianos? Papa Francisco

¿Somos arrogantes los cristianos? Papa Francisco

por La divina proporción


A veces en nuestra andadura como cristianos nos encontramos con sorpresas. Sorpresas como la carta que el Santo Padre, Francisco, ha enviado al director del diario “La Repubblica”, Eugenio Scalfari. La carta es sencilla, directa y muy pastoral. Una carta digna de ser leída y meditada, sobre todo porque el mismo Papa señala que las reflexiones plansmadas en la carta, son “una respuesta tentativa y provisional, pero sincera y confiada, con la invitación que le hice de andar una parte del camino junto 

Quiero detenerme en una de las reflexiones que me ha llamado más la atención. En concreto la que habla sobre la aparente arrogancia de la Fe. 

La segunda circunstancia, para quien busca ser fiel al don de seguir a Jesús en la luz de la fe, viene del hecho de que este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente: es en cambio una expresión íntima e indispensable. Permítame citarle una afirmación en mi opinión muy importante de la Encíclica: visto que la verdad testimoniada por la fe es aquella del amor –subraya- «está claro que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; por el contrario, la verdad lo hace humilde, consciente de que, más que poseerla nosotros, es ella la que nos abraza y nos posee. Lejos de ponernos rígidos, la seguridad de la fe nos pone en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» (n. 34). Este es el espíritu que anima las palabras que le escribo 

Lo primero que es interesante determinar es a qué se llama arrogancia. Cuando una persona tiene algo pesado en sus manos y dice a los demás que, si lo suelta, se caerá al suelo ¿Actúa de forma arrogante? Si las demás personas tienen dudas y refuerza sus palabras razonadamente ¿Se comporta de forma arrogante? Desde mi humilde punto de vista, la arrogancia pasa no se evidencia por la defensa de una opinión o creencia, sino por el desprecio y soberbia de quien se siente superior. Cuando uno defiende su fe con ánimo, audacia y vehemencia no debería ser tachado de arrogante, ya que puede hacerlo con humildad. Como indica el Santo Padre, humildad que sabe que la Fe, “más que poseerla nosotros, es ella la que nos abraza y nos posee”. 

El problema es que en una sociedad relativista y prepotente, toda actitud que contradiga con firmeza lo establecido, se tacha de arrogante. Arrogante porque no acepta que toda verdad es tan respetable y válida como todas las demás. De hecho defender que la Verdad es única conlleva ser definido como “ultra”, fanático o fundamentalista. 

Evidentemente, es imposible enunciar completamente la Verdad, ya que Dios es inabarcable. Pero la Verdad no puede contradecirse a si misma. En todo caso, los diferentes enunciados de la Verdad serán complementarios. Por lo tanto no es posible aceptar que verdades contrapuestas puedan ser equivalentes e igualmente respetables. ¿Decir esto es arrogancia? Tal vez la arrogancia se confunda con la certeza de quien defiende lo que evidente y razonable. Ahí creo que está nudo de este asunto, la necesidad de ser testigos de la Verdad que no entran en tibiezas. 

La sociedad postmoderna tiene como fundamento la tibieza, el desafecto, la lejanía y la soledad. Ser tibio es lo que permite aceptar todo como válido sin que nada tenga verdaderamente valor. Ser tibio no compromete ni nos llama a dar testimonio de nuestra Fe. ¿Es eso lo que nos pide Cristo? Más bien no. 

En la Iglesia del momento, estamos descubriendo que los enfoques abiertos tienen mejor acogida en la sociedad que los enfoques rígidos. A nadie le gusta que le toquen la herida que tanto le duele y agradece que señalemos cualquier otra cosa que no le haga daño. El enfoque pastoral tiene una serie de ventajas que nadie puede negar. Se trata de acoger y dar calor a quienes siente el frío de la postmodernidad y el relativismo. 

El problema viene después ¿Nos quedamos ahí o profundizamos? ¿Nos quedamos en el Sermón de la Montaña o hablamos de cargar con la cruz y negarse a si mismo? Tal como indica el Papa Francisco: “¿No lo dijo acaso el mismo Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»? En otras palabras, la Verdad es en definitiva una unidad con el amor, requiere la humildad y la apertura para ser encontrada, acogida y expresada. Por lo tanto, hay que entender bien las condiciones y, quizás, para salir de los confines de una contraposición... absoluta, replantear en profundidad el tema 

Cristo es Camino y por lo tanto, a la propuesta de Pedro en el Monte Tabor “Señor, ¡qué bien estamos aquí!; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías” (Mt 17, 4) sólo cabe retornar a la realidad y seguir el Camino con la Verdad. Si eso se considera arrogancia, tendremos que cargar con esa cruz detrás de Cristo.
 
 
 
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