Lunes, 23 de diciembre de 2024

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De la condición davídica de Jesús en el Evangelio de Juan

por En cuerpo y alma

 
            Después de ver que en Mateo la condición davídica de Jesús es conditio sine qua non de su mesianismo (pinche aquí si desea conocerlo); de ver posteriormente que para Marcos la cuestión se presenta casi como tangencial (pinche aquí si desea conocerlo); y de conocer la variable posición de Lucas sobre el tema (pinche aquí si desea conocerla), corresponde hoy conocer el enfoque que de la misma cuestión hace el último de los evangelistas, Juan, de quien lo primero que debemos recordar es que escribe su Evangelio entre treinta y cuarenta años después de que lo hicieran los Sinópticos.
 
            En todo su Evangelio, Juan no hace una sola mención del reino de David, y menos aún, de la condición davídica del maestro galileo. Y eso que en su obra se puede leer esta explícita mención sobre los ancestros de Jesús:
 
            “Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: ‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo’. Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?’” (Jn. 6, 41-42).
 
            Y aunque es verdad que Juan sí llega a citar que los judíos nombran a Jesús “rey de Israel”, cuando dicha alusión aparece en Juan se halla desprovista de toda connotación davídica. Obsérvese por ejemplo, como trata Juan el episodio de la entrada de Jesús en Jerusalén, común a los cuatro evangelios (Mt. 21, 910; Mc. 11, 911; Lc. 19, 35-38; Jn. 12, 1213).
 
            “Al día siguiente, al enterarse la numerosa muchedumbre que había llegado para la fiesta, de que Jesús se dirigía a Jerusalén, tomaron ramas de palmera y salieron a su encuentro gritando: ‘¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, y el rey de Israel!’” (Jn. 12, 1213)
 
            Sin referencia alguna, pues, al Rey David.
 
            No es la única vez que en el Evangelio de Juan se hace una referencia a la condición real de Jesús. Lo hace el apóstol Felipe bien al comienzo del Evangelio:
 
            “Le respondió Natanael: ‘Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel’” (Jn. 1, 49).
 
            Lo hace Pilatos en el juicio en nada menos que cuatro ocasiones. En dos ocasiones dirigiéndose al pueblo:
 
            “¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al rey de los judíos?” (Jn. 18, 39)
 
            “¿A vuestro rey voy a crucificar?” (Jn. 19, 15).
 
            En otra ocasión cuando realizando toda una declaración programática, hace constar la condición real de Jesús en el texto de la sentencia:
 
            “Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: ‘Jesús el Nazareno, el rey de los judíos’” (Jn. 19, 19).
 
            Y sobre todo cuando, en pleno juicio, se lo pregunta al propio Jesús:
 
            “Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: ‘¿Eres tú el rey de los judíos?’” (Jn. 18, 33).
 
            Ocasión que por cierto, Jesús podría haber utilizado para exponer sus pretensiones davídicas, respondiendo sin embargo con este lacónico y hasta evasivo si quieren Vds. desde el punto de vista que nos ocupa “mi Reino no es de este mundo”. (Jn. 18, 36)
 
            Para ser totalmente honestos con la verdad, en el Evangelio de Juan sí se hace una mención al añorado Rey David, pero dicha mención no es precisamente una declaración a favor de la condición davídica de Jesús. Juzgue, si no, el lector:
 
            “Muchos entre la gente, que le habían oído estas palabras, decían: ‘Este es verdaderamente el profeta’. Otros decían: ‘Este es el Cristo’. Pero otros replicaban: ‘¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David?’ Se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de él” (Jn. 7, 42-44).
 
            Una cuestión que, si por un lado deja bien claro que el mesías que esperaban los contemporáneos de Jesús tenía una clara pertenencia a la Casa de David, por otro, curiosamente, parece aquélla a la que da respuesta Jesús en todos los evangelios menos el de Juan, ninguno de los cuales, sin embargo, recoge la pregunta, como sí lo hace en cambio Juan. La respuesta de la que hablamos es ésta:
 
            “Jesús, tomando la palabra, decía mientras enseñaba en el Templo: ‘¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies.
            El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?’ La muchedumbre le oía con agrado”. (Mc. 12, 35-37, similar a Mt. 22, 41-46 y a Lc. 20, 41-44)
 
            No es la única vez que Juan se plantea la cuestión del lugar del que el protagonista de su obra es originario. Cuando Jesús está enrolando entre sus discípulos a los que vienen a ser el cuarto y el quinto de tan honorable colegio, esto es lo que ocurre:
 
            “Felipe encuentra a Natanael y le dice: ‘Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret’. Le respondió Natanael: ‘¿De Nazaret puede haber cosa buena?’” (Jn. 1, 45-46)
 
            Una referencia que, como se ve, viene vinculada una vez más a la importante relación que los judíos contemporáneos de Jesús establecen entre el lugar de origen y la condición profética, no digamos mesiánica, del personaje.
 
            Por lo que cabe concluir que en la polémica suscitada entre los Sinópticos a propósito de la estirpe davídica de Jesús entre Mateo y Lucas -éste en su Evangelio de la infancia, no tanto en el Evangelio del ministerio- en un bando, y Marcos en el contrario, Juan toma claro partido por Marcos, por lo que la cuestión queda resuelta finalmente… aunque sólo sea con un claro empate.
 
 
            ©L.A.
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