Sexo sí, niños no: ¿una pareja plena es una que no tiene hijos?
«La vida libre de hijos» es el titular de portada de un número de agosto de 2013 de la revista TIME. El subtítulo no hace sino matizar la idea que se quiere transmitir: «Cuando tenerlo todo significa no tener hijos». El mensaje de texto está reforzado por la imagen que lo acompaña: una pareja joven disfrutando aparentemente su «libertad». Un buen reflejo de la cultura dominante hodierna.
Fue a mediados del siglo pasado, con la aparición de la píldora abortiva, que la sexualidad sufrió una revolución: el acto sexual quedó desligado de su función procreativa y unitiva entre un hombre y una mujer que se aman y están comprometidos para siempre. El sexo pasó a convertirse en objeto de consumo y así fue como se masificó su comercialización (pornografía, prostitución, métodos anticonceptivos, etc.). En un inicio se dijo que se trataba de una manera de planificación y liberación de la mujer. Hoy día es evidente que no se trata de eso.
Al desvincular la sexualidad humana del ámbito que le es propio (el matrimonio) y presentarla como objeto de consumo, no fue necesario ningún otro paso para que las consecuencias comenzaran a hacerse patentes en otros ámbitos: promiscuidad, abortos, la crisis del matrimonio e incluso la promoción de la homosexualidad como algo natural. Y es que son consecuencias «obvias»: si la sexualidad humana pierde su contexto y finalidad bien puede banalizarse en algo que el eslogan «sexo sí, niños no» recoge perfectamente.
Sí, en el fondo está una visión egoísta de la vida: importa satisfacer el placer del momento, identificar la felicidad con la irresponsabilidad donde nadie se responsabiliza de los propios actos y donde lo único realmente importante es el presente.
¿Y si esta hubiera sido la portada de TIME? |
Quien así piensa ¿habrá reflexionado en lo que supone realmente el amor?: ese sentirse y saberse acompañado por una persona que le ama para siempre. Es verdad que el «para siempre» atraviesa hoy una crisis en parte debida a todos esos avatares del pasado reciente. Pero en definitiva es esa la ilusión más profunda del corazón humano, el saberse y sentirse querido, más aún, amado «para siempre». Y ese amor es distinto, aunque igualmente pleno, en el matrimonio que en la relación padres-hijos: este segundo es una forma de amor que se hace prolongación de la propia existencia, una manera en que se colma el deseo interior de trascendencia. Quien ha escuchado la palabra «papá» o «mamá» de labios de sus hijos sabe que la vida con ellos es diferente porque dota de un ulterior sentido a la propia existencia.
Tal vez TIME, sin saberlo, nos ha dado materia para reflexionar privadamente sobre el valor auténtico del matrimonio y de la familia y para dar gracias por ambos. A fin de cuentas el ser humano es un ser social y lo social se vive con intensidad precisamente en el hogar: con risa y regaños, con gritos y consejos, con trabajos y alegrías… Y esas son las portadas diarias del álbum familiar que el compromiso y el «para siempre» conserva con marcos de oro en el corazón de quienes siguen mostrando la belleza del matrimonio y de los hijos. De la libertad que significa tenerlo todo cuando se tiene un esposo, una esposa y unos hijos.
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