De esos dichos populares provenientes del Evangelio y uno sin tener ni idea (11)
por En cuerpo y alma
Que el lenguaje diario está lleno de modismos procedentes del Evangelio es algo en lo que ya hemos tenido ocasión de entrar en esta columna con una serie de entregas (pinche en cada una de ellas si quiere ver la primera, la segunda, latercera, la cuarta, la quinta, la sexta, laséptima, la octava, la novena o la décima). Pues bien, vamos ya con la undécima de la serie, y con ella, el análisis de otras dos expresiones evangélicas de nuestra vida cotidiana.
No juzguéis para no ser juzgados
Es una versión amable del “ojo por ojo, diente por diente”, en virtud de la cual con la misma actitud y acritud (cuando uso esta palabra no puedo evitar acordarme de Felipe González que la rescató del cajón secreto del diccionario) con la que juzguemos los comportamientos de los demás, serán juzgados los nuestros, invitándonos a la discreción y a ejercer la crítica en tono mesurado y ocasional.
Aunque también lo recoge Lucas (ver Lc. 6, 37), la fuerza argumental y literaria que adquiere el adagio en el Evangelio de Mateo nos obliga una vez más a recurrir a su relato en detrimento de todos los demás. Dice Jesús según Mateo:
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá”. (Mt. 1-2)
Donde como vemos al “no juzguéis para no ser juzgados” aún añade el no menos importante “porque con el juicio que juzguéis seréis juzgados, y con la medida que midáis seréis medidos”. Una frase menos coloquial pero llena de enseñanza y contenido y que viene tan a cuento cuando hacemos juicios absolutamente crueles y despiadados contra las generaciones que nos precedieron, a las que acusamos de todas las aberraciones imaginables simplemente porque se organizaron de manera diferente a aquélla en la que lo hacemos nosotros, y que me hace pensar en el juicio que recibirá nuestra generación no sólo por las cosas que estamos haciendo en franco desafuero -se me ocurre el holocausto infantil en el que consisten los 50 millones de abortos que se producen al año en el mundo-, sino de muchas otras que ni siquiera sospechamos, que hacemos de buena voluntad y que sin embargo no serán bien entendidas en el futuro. En realidad, es a lo que nos referíamos cuando hablábamos del peligro y el error de descontextualizar la historia (pinche aquí si lo desea y no se acuerda, para saber a qué nos referíamos entonces)
El que tenga oídos para oír que oiga
Frase de lo más coloquial que se utiliza para explicar que algo es muy fácil de entender y conocer, demasiado evidente, y que nadie que tenga una oreja para oír está justificado para alegar no haberse enterado.
Aquí más que de un refrán o enseñanza, tenemos que hablar de un verdadero latiguillo en el lenguaje de Jesús, utilizado por él en múltiples ocasiones. En Mateo aparece por lo menos tres veces. Así, cuando hablando de Juan el Bautista afirma que “no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él” (Mt. 11, 15). Así, cuando expone la parábola del sembrador (Mt. 13, 9), en la que por cierto, también la ponen en boca de Jesús tanto Marcos (Mc. 4, 9), como Lucas (Lc. 8, 8). Así cuando expone la parábola de la cizaña (Mt. 13, 43).
Y si en el texto de Mateo la expresión aparece como prontísima en la boca de Jesús, en el de Marcos aún más. Así, la recoge el segundo de los evangelistas cuando Jesús pregunta a los discípulos si alguien en su sano juicio traería la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho y no sobre el candelero (Mc. 4, 23). O cuando afirma que “nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre” (Mc. 7, 16). O cuando a sus incrédulos discípulos les tiene que recordar que con cinco panes alimentó a cinco mil y les vuelve a preguntar: ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? (Mc. 8, 18).
A Lucas, por último, le sirve para poner colofón al discurso en el que Jesús se pregunta “si también la sal se torna insípida, ¿con qué se la sazonará? No es útil ni para la tierra ni para el estercolero; la tiran fuera” (Lc. 14, 35)
Como quiera que sea, la locución en cuestión no es sino adaptación de la profecía de Isaías citada en el propio Evangelio de Mateo:
“Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane”. (Mt. 13, 14-15).
©L.A.
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