Servidor de los pobres
“Guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Y les contó una parábola: ‘Un hombre rico tuvo una gran cosecha... Pero Dios le dijo: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" (Lc 12, 14-21)
Necesitamos renovar nuestra fe en la vida eterna. Es una verdad importantísima, una de las claves de nuestra religión. Sólo ella nos da la verdadera medida de las cosas y nos ayuda a relativizar tantos problemas a los que damos excesiva importancia. Es con esta dimensión eterna con la que podemos afrontar las dificultades del presente, sin perder la paz y la esperanza. Todo pasa en este mundo, pero en cambio el mundo venidero, la eternidad con Dios, no pasa nunca. Con esta perspectiva debemos afrontar también la caridad con el prójimo necesitado. Aunque el primer motivo de nuestro amor a Dios y al prójimo sea la gratitud hacia el Señor, que tanto nos ha amado, no hay que olvidar otro, que el Señor nos recuerda en la parábola de este domingo: el premio por las buenas obras. Cristo nos advierte de que hay un “más allá”, cruzando la estrecha puerta de la muerte, en el que seremos juzgados por el amor que hayamos tenido en esta tierra. Si tuviéramos delante esa medida, ese juicio, no dudaríamos en servir a los pobres, pues lo consideraríamos una magnífica inversión de cara al futuro, una inversión que nos va a proporcionar los más elevados intereses justo cuando más los necesitaremos. Por lo tanto, primero por agradecimiento y en segundo lugar para poder recibir de Dios el regalo de la vida eterna, guardémonos de toda clase de codicia. Está claro que tenemos necesidades materiales y que es aconsejable ser prudente y guardar para posibles malas épocas. Pero ¿hay que guardar tanto, mientras otros no pueden ni siquiera llegar al día de mañana?