¿ Vivir juntos?
¿Vivir juntos?
Hay gente que, a pesar de no tener las cosas muy claras, o precisamente por ello, se van a vivir juntos. Lógicamente, esa convivencia implica una entrega en todos los aspectos, incluido el sexual.
En muchos casos, no es una decisión excesivamente meditada, al menos según mi experiencia. Se desoye toda opinión que parezca o pueda parecer en contra. Lo cual no ocurre en otros aspectos de la vida, como puede ser, invertir dinero, comprarse un coche, una casa o incluso a la hora de casarse.
Lo cual indica que muchas veces, el ser humano, antes de ponerse a pensar, ya ha decidido.
Este no escuchar puede ser por causas muy variadas: no saber realmente las consecuencias de los que se hace; falta de formación emocional; manipulación por parte de la débil cultura que nos rodea; mal uso de la libertad; creerse que aunque a los demás, en buena parte, les vaya mal, a mi me irá bien. Miedo a perder al otro Podríamos seguir añadiendo motivos. La vida es muy variada.
También hay comprobaciones que se quieren hacer cuando se vive juntos: ver si lo nuestro funciona, estar más seguros a la hora de comprometernos más seriamente u otras parecidas. Como he dicho antes, la lista de causas y motivos puede ser muy larga.
Según el Instituto Varnier de la Familia en Canadá en un estudio titulado “Cohabitación y Matrimonio, ¿Cómo se relacionan?” Da un giro de 180º muchas de las creencias populares sobre la utilidad de vivir juntos.
Antes de exponer las conclusiones del estudio, me gustaría indicar que- según ellos mismos- el citado Instituto pertenece al Estado y no se encuentra en absoluto ligado a grupo o movimiento religioso de ningún tipo. Es un instituto independiente, que analiza desde el punto de vista científico, la evolución de la familia.
Las conclusiones del citado estudio dicen que la convivencia antes del matrimonio, para conocerse mejor y probarse, no reduce el riesgo de divorcio, sino que lo incrementa.
En la franja de edad entre los 20 y 30 años, el 63% de las mujeres que habían convivido antes del matrimonio se divorciaron frente al 33% de las que no habían convivido. Casi el doble.
En cuanto a la infidelidad, ocurre lo mismo. Es más frecuente en hombres que cohabitan- el 25% frente al 9%- que en hombres casados. Así como el 22% en mujeres que cohabitan frente al 11% en mujeres casadas. El doble, o incluso más, en ambos casos.
Las cosas son como son, aunque algunas veces nos gustaría que fuesen de otra manera.
La convivencia no es fácil y, cuando no hay compromiso, se busca con más facilidad la puerta de salida. Al principio de una manera más tímida, infidelidad, y después de una manera total, ruptura. A cualquiera que se esfuerce por conocer la naturaleza humana y la falta de valores que ha y en la sociedad, no le puede sorprender lo que estoy diciendo.
Me gustaría ahora detenerme en las circunstancias que aparecen después de vivir juntos.
Desde un punto de vista psicológico podríamos decir que quien ha sido dejado, tiene la sensación de haber fracasado como persona. Se puso a prueba y ha sido rechazado. El que está a prueba en una empresa y se le dice que lo deje, es rechazado profesionalmente. Aquí el rechazo es personal. De una manera total. Muy duro.
Generalmente, como hemos dicho, estas personas se encuentran con una situación dolorosa. Mucho peor que si hubieran dejado un noviazgo. Vivir con una persona y después dejarlo es una cosa que marca. Deja huella para siempre, porque ha sido dejado para siempre. Aunque, según se dice, el tiempo lo cure todo.
¿Rehacer la vida? No es fácil.
La desilusión, el sufrimiento, la aridez que supone el fracaso, el desencanto, la sensación de haber sido rechazado, hace que uno desconfíe más de lo normal.
Hay veces que la autoestima termina por los suelos, se piensa que no se es digno de ser querido como persona. “Nadie me va a querer” El lastre es muy fuerte.
¿Rehacer la vida? ¿Con quién? De alguna forma la vida se ha roto. La ilusión de un amor limpio, exigente, ha desaparecido.
Es probable que las personas con las que uno se relacione, hayan pasado por circunstancias parecidas. Por otra parte, a nadie le gustan los segundos platos. No olvidemos que el reloj biológico también aprieta. Todo esto va haciendo que el compromiso de la segunda vez no sea como el de la primera. Todo es más débil, más rompible. Se viene de vuelta.
No se trata de desesperanzar a nadie. En el terreno de la felicidad siempre se puede empezar, pidiendo perdón, a quien se debe y como se debe. Para esto, vivir de acuerdo con unas creencias ayuda mucho. Si se carece de ellas hay que buscarlas. Si no es así, probablemente, nos dejemos llevar, más de la cuenta por el estado de ánimo. Y este, como bien se sabe, no es un agarradero fuerte.
¿Por qué se fiel cuando los sentidos me tiran para otro lado? ¿Por qué seguir aquí cuando mi imaginación me dice que estaría mejor en otro lado? Son preguntas que, cuando no hay creencias, se hacen todavía más duras.
Las vidas planas, sin creencias, no son completas, falta algo, y es que, se quiera o no, el hombre es un ser trascendente.
Antes de tomar una decisión, siempre se tiene que ver el estado en que uno quedaría si fracasa, si las cosas no salen como se tenía previsto. Si uno no lo ve claro,
Si uno ya ha dejado o ha sido dejado, no rebajar la calidad personal del otro a la hora de buscar.
Buscar a alguien que tenga un porque para vivir, que tenga agarraderas fuertes.
Merece la pena. Está en juego la felicidad
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