Yo evangelizo, tu evangelizas, el evangeliza…
Yo evangelizo, tu evangelizas, el evangeliza…
Luego añadió: “No tengáis miedo, pequeño rebaño!” (Lc 12,32) tened confianza en el Señor. No os preguntéis el uno al otro: ¿Cómo vamos a predicar nosotros, ignorantes e iletrados?” Acordaos, más bien, de las palabras del Señor a sus discípulos: “Yo os digo: no seréis vosotros los que hablaréis sino que el Espíritu Santo hablará por vosotros.” (Mt 10,20) Es pues, el Señor mismo quien os comunicará su Espíritu y su sabiduría para exhortar y predicar a los hombres y mujeres la senda y la práctica de sus mandamientos. (Vida de San Francisco de Asís. Anónimo de Perusa, 18)
El evangelio de hoy XIV domingo del tiempo ordinario nos hace volvernos hacia lo que el Señor espera de nosotros.
- “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” (Mc 16,15)
- “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19)
¿Por qué tenemos que evangelizar? ¿No es suficiente ir a misa y recibir los sacramentos? El mandato de evangelizar es mucho más directo e imperativo de lo que solemos pensar. Si el mismo Cristo nos llama a difundir la Buena Noticia ¿A qué esperamos?
Para olvidar la misión evangelizadora tenemos un buena cantidad de excusas: no tenemos tiempo, no sabemos hacerlo, ¿Quién somos nosotros para hacer algo que le corresponde a los curas?, “Yo cumplo con los mandamientos” y cientos de variaciones similares. Todas ellas son simples excusas, ya que se evangeliza en la misma vida cotidiana. No se trata de sacar tiempo, sino de emplear la propia vida para hacerlo. ¿Evangelizar e sólo cosa de curas? Me temo que el imperativo es para todo cristiano. Quizás la formación puede ser, en cierta forma, la excusa que mejor hay que rebatir.
Sin duda, los católicos tenemos una formación en la fe con graves carencias. La formación que hemos recibido la mayoría de nosotros, es una formación infantil y además muy sesgada a determinados aspectos. Se suele hacer mucho hincapié en los aspectos sociales y anímicos, dejando los aspectos cognitivos, espirituales y volitivos sin casi tratar. Pero la evangelización no es dar catequesis, sino testimonio personal de nuestra fe.
Evangelizar cuando estamos llenos de dudas, es una locura. De ahí la importancia que debiera haber tenido este año de la fe y el compromiso que cada uno de nosotros ha debido de tomar para cimentar su fe y robustecerla. Pero, permítanme indicar que mirando el interés de la mayoría de nosotros, creo que no hemos avanzado demasiado.
¿Quién puede evangelizar? Aquel que no tiene dudas y puede dar testimonio creíble de su fe. No hacen falta doctorados ni masters en teología para compartir con las demás personas algo que debería ser fundamental para nosotros.
Nos permite evangelizar justo lo que los primeros discípulos de Cristo tenían en abundancia: la experiencia directa del Señor. ¿Se puede dar testimonio de alguien con el que no nos hemos cruzado en toda la vida? Evangelizar es comunicar la Buena Noticia que es Cristo. Evangelizar es comunicar cómo el encuentro con el Señor nos ha transformado y cómo puede transformar la vida de las personas que nos escuchan. Es lanzar el Kerigma como hizo Pedro tras recibir el Espíritu día de Pentecostés. Pero ¿Hemos recibido el Espíritu? Ya que como indica San Francisco, será el Espíritu quien hable por nuestra boca.
Un cristiano que no ha tenido experiencia de Cristo y que no hay recibido el Espíritu ¿Es plenamente cristiano? Preguntémonos a nosotros mismos ¿Somos plenamente cristianos? A lo mejor nuestro cristianismo es parcial o intermitente, lo que explica que no nos sintamos capacitados para evangelizar.
Es un tema para que cada uno de nosotros reflexione y se plantee lo mismo que indica San Francisco: “Yo os digo: no seréis vosotros los que hablaréis sino que el Espíritu Santo hablará por vosotros.” (Mt 10,20)