Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Cristianismo y formas de espiritualidad alternativas

Cristianismo y formas de espiritualidad alternativas

por Duc in altum!

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Durante prácticamente todo el siglo XX, la mayoría de los gobiernos fueron regímenes totalitarios, inhumanos, tales como la Unión Soviética y el Tercer Reich, cuya base ideológica, política, era la de liberar a las personas del yugo de la fe, lo que Karl Marx (18181883) identificaba como “el opio del pueblo”, haciendo de Dios un personaje del pasado, mitológico, incapaz de responder a los deseos y a las aspiraciones del ser humano que vive y se mueve en el mundo. La libertad se vio coartada, pues cuando se sustituye a Dios, aparecen los ídolos, provocando violencia y desconcierto, ya que se pierde la referencia moral de quien es la causa primera de todo lo que existe.

Con la caída del muro de Berlín en 1989, la mayoría de los Estados occidentales, comprendieron que suprimir la religión, persiguiéndola a ultranza, no era la clave para conseguir la paz, el desarrollo sostenible, lo que dio paso a una nueva comprensión de la dimensión espiritual del ser humano. A partir del siglo XXI, se ha despertado el interés de un sinnúmero de personas por alcanzar el equilibrio interior, abriéndose hacia la trascendencia. A la par del crecimiento del individualismo y, por supuesto, del consumismo en la sociedad, ha aumentado también la necesidad de contar con más espacios para meditar y, desde ahí, poder encontrarse con uno mismo. Ante la falta de silencio en un contexto ruidoso y confuso, entrar en contacto con esa parte íntima que es el alma, se ha convertido en algo de vital importancia, lo que explica el “boom” de tantas formas de espiritualidad alternativas e incluso contrarias al cristianismo. ¿Qué hacer al respecto? lo más fácil es condenar, romper el diálogo, enojarse, dar un portazo, pero lo mejor es explicar cuáles son los rasgos propios del Evangelio, aquellos que custodia y promueve la Iglesia Católica en todo el mundo, evitando que las personas se confundan, al pensar o creer que para poder contemplar y alcanzar la unión con Dios, necesitan del yoga, olvidando que en la Eucaristía -ese rostro que buscan con tanta insistencia- se hace presente en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, quien llega para acortar las distancias y favorecer el encuentro.

Hoy por hoy, «en lugar de tener fe en Dios, se prefiere adorar al ídolo, cuyo rostro se puede mirar, cuyo origen es conocido, porque lo hemos hecho nosotros. Ante el ídolo, no hay riesgo de una llamada que haga salir de las propias seguridades, porque los ídolos “tienen boca y no hablan” (Sal 115, 5)»[1].  Dicho de otra manera, tienen más éxito (aparente) las formas de espiritualidad alternativas, porque –lejos de dialogar con un Dios concreto y personal que ama e interpela- se quedan en el equilibrio cósmico, en lo esotérico. Si yo me visto de blanco y recibo los primeros rayos solares del año, no se produce en mi un cambio actitudes, no me siento realmente amado o escuchado. En cambio, al ponerme en la presencia de Dios, al entrar en el misterio de la oración, soy recibido, tomado en cuenta, acompañado por alguien. La Venerable Concepción Cabrera de Armida (18621937), fundadora de las Obras de la Cruz, dejó escrito en su diario que una vez -justo después de comulgar- tuvo la certeza de que Dios Padre la estaba mirando (cf. CC 64,14: octubre 1935), siguiendo de cerca y esto tiene sentido, porque la fe católica no es un diálogo con los planetas, sino una relación personal con Cristo. De ahí que sintiera la profundidad de esa mirada que la envolvía, que la consolaba, que la lanzaba fuera de sí misma, de su zona de confort. Cristo interpela, ama y, al mismo tiempo, exige. Por esta razón, muchos prefieren refugiarse en espiritualidades evasivas, antes que dejarse tocar y transformar por la verdad.

Los católicos que practican técnicas de meditación ajenas a la fe en la que han sido bautizados, se parecen al despistado que busca por toda la casa las llaves del coche que lleva en el bolsillo de su camisa. Es decir, no hace faltar andar buscando lo que ya se trae consigo. ¿Para qué acudir al yoga cuando dentro de la Iglesia, existen -por ejemplo- los ejercicios de San Ignacio de Loyola que son una serie de pasos marcados por el autoconocimiento y el encuentro con Dios? Como Iglesia, nos falta dar a conocer más la riqueza espiritual que hemos ido construyendo a lo largo de los siglos. Nos toca compartir lo propio, lo nuestro, sabiendo respetar a los que piensan diferente.


[1] Encíclica Lumen Fidei, 13.  
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