¿Por qué no me hace falta el yoga?
¿Por qué no me hace falta el yoga?
por Duc in altum!
No tengo ningún problema con las personas que practican el yoga como meditación (el artículo no se refiere al que se emplea a modo de gimnasia), pues vivimos en un mundo marcado por la diversidad de ideas y hay que saber respetarlas en su justa medida; sin embargo, eso no quita que les platique cómo le hago yo para mantener el equilibrio, la paz interior en medio del estrés y, por supuesto, de las dificultades que uno se va encontrando todos los días.
Mientras el yoga me ofrece un dios abstracto e impersonal, la oración -en el sentido católico de la palabra- me da la oportunidad de encontrarme con un Dios concreto y personal. Ya sé que es invisible, que no puede ser comprobado en un laboratorio, pero también tengo claro que la realidad está formada por cosas que a menudo escapan a la vista, al ojo humano. Yo no dialogo con el cosmos, sino con alguien que me precede, que asumió un cuerpo y una vida como la mía, sin negar su origen divino, trascendente, redentor. Dios no es algo, sino alguien, no es una idea, sino una experiencia y eso solamente se alcanza a percibir en la oración, cuando le confías cómo vas, qué agradeces, cuáles son tus preocupaciones, de qué manera quieres hacer realidad tus proyectos, etcétera.
No necesito autosugestionarme o crear un ambiente espiritual artificial para sentir bonito y evadir las cosas. Simple y sencillamente, me pongo en la presencia de Dios, hago una pausa diaria para conocerme -a modo de introspección- y conocerlo mejor. A veces, lo hago en mi cuarto, otras me gusta hacerlo en la playa, contemplando el cielo, el mar y la arena, pero entendiendo que el momento central de la oración, surge en la Misa, cuando se actualizan las palabras que Jesús pronunció en la última cena y que han resonado a lo largo de los siglos sin interrupción.