Viernes, 22 de noviembre de 2024

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El tesoro es lo compartido con los demás. Papa Francisco

El tesoro es lo compartido con los demás. Papa Francisco

por La divina proporción

Tú que escondes tu tesoro en la tierra (Mt 25,25) eres su esclavo y no su dueño. Cristo dice: “Donde está tu tesoro allí está tu corazón.” (Mt 6,21) Con el tesoro has enterrado también tu corazón. Más vale vender tu tesoro y comprar la salvación. Vendes un mineral y adquieres el Reino de Dios, vendes el campo y adquieres para ti vida eterna.

Diciendo esto, estoy diciendo la verdad porque me apoyo en la palabra misma de aquel que es la Verdad: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás un tesoro en los cielos.” (Mt 19,21) ¡No te entristezcas con estas palabras, por miedo que te dirijan a ti las mismas palabras que al joven rico: “Os aseguro que es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos.” (Mt 19,23) Aún más, si tú lees esta frase, considera que la muerte te puede arrancar tus bienes, que la violencia de un poderoso te los puede quitar. A fin de cuentas, no te habrás preocupado más que por bienes minúsculos en lugar de grandes riquezas. No son más que tesoros de dinero en lugar de tesoros de gracia. Por el mismo hecho son corruptibles en lugar de eternos. (San Ambrosio, Sobre Nabaot, 58) 

Las riquezas son uno de los principales problemas de todo cristiano. Riquezas de dinero, fama, propiedades, conocimiento, orgullo, que nos hacen sentirnos superiores a los demás y nos hacen envidiar lo que no tenemos. La naturaleza humana nos lleva a desear y envidiar lo que los demás tienen, la envidia nos lleva al resentimiento, el resentimiento al odio y el odio a la violencia. Menuda cadena de errores encadenados. 

El problema, explicó el Papa Francisco en su homilía de ayer sábado en la Casa Santa Marta, se encuentra en el no confundir el tesoro verdadero con las riquezas. Hay “tesoros peligrosos que seducen pero que debemos dejar”, aquellos que acumulamos durante la vida y que la muerte evidencia como innecesarios e inútiles. El Papa francisco utilizó el sentido del humor al indicar: “jamás vi un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre, jamás”. ¿Cuál es el verdadero tesoro? Es el que podemos llevar con nosotros tras la muerte y que nadie puede robar: 

Aquel tesoro que hemos dado a los demás, ese tesoro lo llevamos. Y ese será nuestro mérito, ¡pero el ‘merito’ de Jesucristo en nosotros!. Es aquello que el Señor nos deja portar. El amor, la caridad, el servicio, la paciencia, la bondad, la ternura, esos son tesoros bellísimos: aquellos que llevamos. No los otros”.

 Pensemos en todo aquello que vamos acumulando a través de los años y que resguardamos de los demás para disfrutarlo en soledad. Tantos dones que Dios nos ha dado gratuitamente y que encerramos en cada uno de nosotros y que se pierden dentro de nuestros bancos y también dentro de nuestros corazones. ¿Para qué queremos saber mucho de algo si no lo compartimos con los demás? ¿Para qué queremos atesorar nuestro tiempo sin que dé fruto en quienes necesitan que estemos junto a ellos? ¿Para qué atesoramos en nosotros el amor, misericordia, bondad, desprendimiento si encerrados en nosotros no sirven para nada?

Hoy en día se promueve que nos queramos a nosotros mismos, que nos demos caprichos, que gastemos nuestro dinero sobre nosotros mismos y no nos damos cuenta de que todo esto resta sentido a nuestras vidas. 

Tal como dice el Papa Francisco, el tesoro que podremos llevarnos al cielo es todo lo que hemos recibido de Dios y hemos compartido con los demás. Encerrar en nosotros los dones de Dios hace que nuestro corazón se canse y empiece a sufrir. A veces no sabemos la razón de nuestro sufrimiento, ya que tenemos de todo. Dice el Papa Francisco: 

Pensemos en esto. ¿Qué cosa tengo: un corazón cansado, que sólo quiere acomodarse, con tres o cuatro cosas, una abundante cuenta bancaria, esto, o esto otro? ¿O un corazón inquieto, que cada vez más busca las cosas que no puede tener, las cosas del Señor? Siempre es necesaria esta inquietud del corazón”. 

Lo que necesitamos es un corazón inquieto por compartir y buscar en el compartir la verdadera razón de la vida. La pregunta del millón es: Si compartimos todo lo que tenemos ¿Nos quedaremos sin nada? 

Es curioso, pero cuando uno comparte amor, recibe el amor multiplicado. De igual forma, si uno comparte paciencia, recibe la paciencia de los demás. Si uno comparte su apoyo y ánimo, recibe el mismo apoyo y ánimo multiplicado por cien o mil. Es cierto que siempre encontraremos a alguien incapaz de compartir lo que le damos, pero pensemos en que nosotros también tuvimos los mismos miedos y avaricias hasta que el Señor nos ayudó a abrir nuestro corazón.
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