Viernes, 22 de noviembre de 2024

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De San Luis Gonzaga, el santo de mis tocayos (que no el mío), en el día de su festividad

por En cuerpo y alma

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            Que es hoy, efectivamente, 21 de junio, fecha en la que si no fallan las buenas costumbres, muchos de mis buenos amigos me llamarán para felicitarme, desconocedores de que yo soy uno de esos pocos españoles al que “optaron”, -y digo “optaron” porque no lo hice yo, me vino hecho-, por celebrar a San Luis Rey de Francia y no a su tocayo Gonzaga. Algo que acepté de buen grado por una serie de razones que ya esbocé cuando hablé de mi santo patrón San Luis Rey de Francia, lo que no obsta para que le deba un desagravio al santo Gonzaga, al que reprochaba entonces haber fagocitado la celebración de todos los luises de este país. Un desagravio que me dispongo a brindarle precisamente hoy, día de la conmemoración de su muerte y de su festividad.
  
 

           Luis Gonzaga nace en la ciudad de Castiglione delle Stiviere, en la italianísima región de Lombardía, el 9 de marzo de 1568, primero de siete hermanos, hijo de Ferrante Gonzaga, Marqués de Castiglione delle Stiviere, al servicio del gran Felipe II; y de Marta Tana de Santena, dama a su vez de la esposa de éste, Isabel de Valois, en una familia que cabe definir, huelga decirlo, según acostumbra a decirse y fácilmente se ve, como del más rancio abolengo.
 
            La más tierna infancia de Luis discurre entre soldados, pero cuando finalmente su padre embarca para Túnez, Luis vive junto a su madre y hermanos unos años de intensa piedad que marcarán su destino más que los primeros. La peste -la enfermedad que al igual que la piedad de la que hablamos determina su vida- lo lleva a Florencia junto a su hermano Rodolfo. Nombrado su padre gobernador de Monferrato, Luis es llevado a la corte ducal, donde la Duquesa Leonor de Austria lo cuida como una madre. A los 12 años de edad, tan tarde si lo comparamos con los cánones actuales, recibe la primera comunión de manos de quién luego será San Carlos Borromeo.
 
            En 1581, su padre se traslada  en el séquito de la Emperatriz María de Habsburgo, hija de Carlos V y viuda de Maximiliano II, a Madrid, donde junto con su hermano Rodolfo será paje del príncipe Don Diego, hijo de Felipe II y heredero a la sazón de la corona española. En España, donde pasa los tres años que van de 1581 al 1584, el “Libro de la oración y meditación” de Luis de Granada y las lecciones de Dimas de Miguel marcan su formación, y muy a pesar de los esfuerzos de su padre que había depositado en él sus esperanzas de sucesión, Luis decide entrar en la Compañía de Jesús fundada en 1539 por San Ignacio de Loyola, cediendo a su hermano Rodolfo la preciada primogenitura, tan importante entonces, y con ella el título que le habría correspondido. En 1587, con apenas diecinueve años de edad, recibe las órdenes menores. A pesar de su juventud, el general de la Compañía, Claudio Acquaviva, lo envía a Castiglione a realizar una complicada mediación entre su propio hermano Rodolfo y el Duque de Mantua.
 
            En 1590 hace aparición en Roma la enfermedad que marca la entera vida (y muerte) del santo Gonzaga, un nuevo episodio de peste que se lleva a la tumba a miles de personas, sin detenerse ni ante la más alta magistratura de la Iglesía a la que priva de tres de sus titulares, Sixto V, Urbano VII y Gregorio XIV.
 
            Luis atiende con heroísmo a los apestados, cosa que hace en varios hospitales, así San Giacomo degli Incurabili, así San Juan de Letrán, así Santa María de la Consolación, la iglesia del Gesú, con tanto ahínco y cercanía que termina por contraer la enfermedad, de resultas de la cual, morirá el 21 de junio de 1591, con veintitrés años recién cumplidos.

            Es beatificado el 19 de octubre de 1605 por Paulo V, y es canonizado el 13 de diciembre de 1726 por Benedicto XIII, quien lo declara, además, patrono de la juventud, y fija su fiesta tal día como hoy, es decir, el 21 de junio. Todo lo cual le convierte en el quinto jesuita canonizado de los cuarenta y cuatro que engrosan la lista del santoral.
 
            Algo comparten, sin embargo, los dos luises que pugnan por el patronato de los luises españoles. Y así, si el francés es educado por española madre, el italiano lo es por españoles maestros.
 
            Y algo les diferencia. Y así, si “San Luis Rey de Francia es el que con Dios pudo tanto que le concedió ser santo a pesar de ser francés”, de su tocayo Gonzaga, como me cuenta Francisco Javier, buen amigo de esta columna, se puede decir que fue “casto a pesar de Gonzaga, pobre a pesar de noble, y obediente a pesar de jesuita”.

            Felicidades pues, tal día como hoy, a todos mis tocayos que celebran su onomástica, en realidad, como digo al principio, la mayoría de ellos. Y enhorabuena por tener un santo “de tanta calidad”.
 
 
            ©L.A.
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