Amor íntimo
Solo existe una clase de amor…, es el amor que emana de Dios, Ya sabemos que el término amor, por la belleza que encierra lo que expresa, ha sido continuamente prostituido, esencialmente para designar, las relaciones sexuales que no tiene su origen en un sacramento, sino en el impuro deseo de darle satisfacción al cuerpo. En varios de mis escritos he venido, repitiendo machaconamente, algo que para mí y creo que para muchos tiene una importancia básica y decisiva, cual es la realidad de que: El amor es la expresión de Dios mismo, porque como dice San Juan: “Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él” (1Jn 4,16). Y si Dios es amor, todo el amor emana de Dios, porque Él es la única fuente de amor que existe en el universo y desde luego dentro de nuestro mundo. Así por esto, San Juan nos dice: “Nosotros amemos, porque él nos amó primero” (1Jn 4,19), es decir, o dicho con otras palabras: Nosotros podemos amar, porque previamente hemos sido amados, por el Señor, nuestro amor siempre es reflejo del amor divino. Nosotros no creamos amor, que la misma forma que no creamos los rayos del sol perp ellos se reflejan en nosotros, y nos otros también a su vez reflejamos la luz del sol
Teniendo en cuenta que el amor entre los animales no existe, el amor nuestro amor, puede ser de dos clases: Amor sobrenatural, que es el amor que recibimos o le damos al Señor y amor puramente humano, cuando se refiere o nace de las relaciones entre los seres humanos. Tanto el amor entre personas, es decir el amor de carácter humano, como el amor hacia el Señor, o de carácter sobrenatural, ambos tienen una peculiar característica, que es la propia de los enamorados, y ella es, es la guarda de la intimidada, ya que a todos los enamorados les gusta la soledad, si están solos, están más a gusto. Pero es de ver, que el deseo de intimidad se puede dar también en las meras relaciones de amistad, incluso en las relaciones de amistad también se da el fenómeno de los celos.
La intimidad en el amor humano, evidentemente que se da entre dos que se aman, pero es mucho más importante nuestra intimidad con el Señor, es decir la que se genera en el amor sobrenatural. En el plano humano, todos hemos oído la frase secretos de alcoba, los matrimonios de verdad, esos que pueden tener entre ellos diferencias, que estas no degeneran en disputas y mucho menos en separación, porque su mutuo amor todo lo borra; pues bien, estos matrimonios siempre guardan uno o unos determinados secretos, que les refuerza su unión y que ni siquiera se los manifiestan a sus hijos por mucho que los quieran. No es el caso de entrar aquí, en la naturaleza y clase de estos secretos, que muchas veces se arrastran desde los tiempos en que pelaban la pava. Y son estos secretos compartidos los que les refuerzan la intimidad de su amor.
Pero lo importante, es que hablemos de nuestra intimidad con el Señor, es decir la que nace de un amor sobrenatural. En el orden sobrenatural, el amor al Señor requiere silencio y soledad, porque la soledad y el silencio, nos incita a la oración, nos incita al contacto con el Señor. Las intimidades con el amado, solo se pueden tener en la soledad y el silencio, porque la intimidada su vez, solo se da entre dos y el tercero siempre estorba. La soledad y el silencio donde verdaderamente se encuentra es en el desierto.
Era frecuente en el Señor, buscar la intimidad con el amor al Padre en la soledad y en el silencio de la noche. El desierto evoca distanciamiento, despojo, horizontes inmensos, misterios, silencio, el no correr del tiempo, vida sutil, brisas suaves, tormentas espantosas, noches refrescantes, calor abrasador, maravillosas puestas del sol, luz cegadora,... El desierto pide y exige comunión con la naturaleza, comunión con uno mismo, y sobre todo comunión con el Padre. En una palabra el desierto es soledad. Todas estas experiencias fueron parte de la vida interior de Jesús, el cual: “… siempre se retiraba a un lugar solitario para orar”. (Lc 5,16).
Cuando Dios elige a un hombre para confiarle una misión, comienza por hacer de él su amigo y confidente. Muy naturalmente lo lleva aparte, para murmurarle sus secretos, pues Dios no habla en el ruido… En la Biblia, todo envío en misión de una persona, va generalmente precedido de una retirada al Desierto. En el simbolismo de la Biblia, el Desierto es una de las etapas en el camino que nos conduce hacia Dios. Recordemos los cuarenta años de Israel en el desierto, y los cuarenta días, del Señor, en el desierto de Judea en las montañas que enmarcan el Jordán, lugar de su bautismo y al borde del Jordán la bíblica ciudad de Jericó, la ciudad donde el Señor hizo bajar a Zaqueo de un sicomoro y el Señor curó al ciego Bartimeo. Todos aquellos que han sido llamados a la fe, tienen que pasar por esta etapa. Cuarenta años en el desierto, le costó al pueblo elegido pasar por esta etapa. Porque en el silencio y en el sosiego de la soledad, se perfecciona el alma devota, y aprende los secretos de las Escrituras.
El Desierto es el lugar perfecto para hallar la intimidad que requiere el amor al Amado, porque su gran virtud reside en la soledad y en el silencio que precisa la intimidad del amor. El desierto que para muchos es un lugar de muerte material, para otros que lo buscan denodadamente, es el amor del Señor, es una maravillosa fuente de vida espiritual, donde poder hallar la intimidad, con el Amado.
En su materialidad, no es simplemente el Desierto, un lugar solitario. Es sobre todo una realidad del corazón. En el desierto, Dios nos dispone y nos abre su ardiente y transformante corazón. El desierto simboliza ese continuo proceso interior del morir a uno mismo a fin de resucitar en Cristo... La soledad externa también es mucho más que el simple hecho de estar físicamente solo. Es quedarse a solas para entrar en un contacto más directo e inmediato con Dios. El desierto, espiritualmente es en fin, un manantial desde donde saciar la sed de verse a solas con el Padre.
El desierto material, el Señor lo creó simplemente para ser él mismo, no para ser transformado por los hombres en alguna otra cosa…. Por lo tanto, el desierto es la morada lógica del hombre, que no busca más que ser él mismo, es decir, una criatura solitaria, pobre y dependiente únicamente de Dios, sin ningún gran proyecto que se alce entre él y su Creador.
Porque para esta clase de personas con vocación eremítica, solo Dios les basta, no necesitan de las creaciones humanas para pasar uno la vida mejor en este mundo. Para ellos su sed de amor de Dios les alimenta en todas las necesidades materiales, que la mayoría, cree que son imprescindibles para poder vivir. De hecho es en el desierto, donde el alma acoge frecuentemente, la más sublime inspiración. Allí es donde Dios ha formado a su pueblo; allí es a donde lo conduce, después del pecado: “… para seducirle y hablarle al corazón” (Os 2,16). Allí es también donde el Señor después, de haber vencido al diablo, este desplegó todo su poder y preludió su victoria pascual.
Los ascetas nos recuerdan que solo llegaremos a conocer al Señor, y a conocernos a nosotros mismos, en la soledad. Cuando de verdad seamos nosotros mismos. Cuando nos quitemos todas las máscaras públicas y empezamos a ver la verdad desnuda de lo que somos, no de lo que nosotros nos creemos que somos. Cuando se nos derrumben todos nuestros sistemas de apoyo, entonces descubriremos si confiamos realmente en Dios.
Hacer un poco de desierto, dejar de vez en cuando a los hombres, buscar la soledad para rehacer en el silencio y en la oración prolongada el tejido de nuestra alma: esto es indispensable y este es el significado del Desierto en tu vida espiritual. Una hora al día, un día al mes, ocho días al año, por un periodo más largo, si es necesario, debes de abandonarlo todo y a todos y retirarte a solas con Dios.
Si no buscas esto, si no amas esto, no te engañes; no llegarás a la oración contemplativa; porque ser culpable de no querer aislarse, pudiendo hacerlo, para gustar la intimidad de Dios, es señal de que falta el primer elemento de la relación con el Omnipotente; el amor, y sin amor no hay revelación posible.
La soledad, para los ricos de alma, es premio y no una expiación. Es una antevíspera del bien cierto, una creación de la belleza interior, una libre reconciliación con todos los ausentes. Un deseo profundo que atenaza sus almas, porque el amor que el Señor, nuestro amado nos da en el desierto, sabe mucho mejor, es más profundo en nuestra alma, porque ella está más vacía que nunca para recibir a su Amado.
Puede ocurrir que tú mismo desees la situación del desierto, en la que buscaras el silencio, el despojamiento y la presencia del Señor. Ya que, en la justa medida y en el momento oportuno, es Dios mismo quien despierta en la persona una inexplicable necesidad de ir al desierto, buscando algo de ese silencio auténtico y soledad real.
Y esta necesidad te impulsa, es como si estuvieses oyendo la llamada del Señor, porque si ya has estado allí, sabes, que tu alma salta de gozo, al verse un poco libre de la cárcel de tu cuerpo. Y cuando esto, le sucede a una persona, y ella no tiene un desierto material a mano, el Señor, se ocupará de proporcionárselo, si es que Él ve, que esa alma tiene hambre de amor íntimo. Él mismo se encarga de crear uno alrededor de nosotros. Conozco y he tenido noticias de más de un caso, en que el Señor, de forma incomprensible, como lo es todo lo que Él hace, crea alrededor del alma, las condiciones necesarias para que ella viva con Él la intimidad de un desierto de soledad y silencio. Lo importante es que el alma quiera de verdad y ame locamente, de lo demás, siempre se ocupa Él.
Nosotros sí nos sentimos llamados y siempre hemos de sentirnos llamados, porque el Señor, siempre nos está llamando, hemos de busca un lugar apartado, gustar estar a solas con uno mismo, evitar la conversación insustancial dejar la T.V. y la prensa y elevar al Señor una plegaria fervorosa para que Él siempre nos mantenga en un estado de compunción y de pureza de conciencia, como nos recomienda el Kempis.
La necesidad del desierto material, es una consecuencia del don eremítico, que el Señor solo lo da a muy contadas y privilegiadas personas, aunque bien es verdad, que el Señor está siempre dispuesto de donar este don, al que Él crea que le es conveniente y la persona de que se trate se lo pida con verdadero deseo.
En la mayoría de los casos, el Señor quiere que las personas vivan para los demás y que esa presencia de cada uno de nosotros, sea auténticamente vivificante para la comunidad. La forma de estar presente cada uno de nosotros en nuestra comunidad, puede exigir tiempos de ausencia, de oración, de escribir o de soledad, y estos son también tiempos para la comunidad.
El Señor durante su paso por esta tierra, buscaba la intimidad en la soledad y así podemos leer en los Evangelios, que: “Después de curar a la suegra de Pedro, mucho antes de que amaneciera, se levantó salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a orar”. (Mt 1,35).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. RELACIONARSE CON DIOS.- www.readontime.com/isbn=v
- MANDAMIENTOS DE AMOR.- http://www.readontime.com/isbn=9788461557080
- Creados por amor 13-02-13
- Amor y conocimiento 22-04-12
- Valor del conocimiento en el amor (Prox)
- Contacto físico en el amor 03-03-12
- Contacto físico afectivo 17-08-10
- Felicidad y amor 12-08-11
- Amor posesivo 10-12-12
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- Amar y ser amados 21-03-12
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- Reciprocidad eb el amor (Prox)
- ¿Porqun amamos? 21-01-12
- Apreciación del amor 10-11-12
- El amor… es y no es 13-06-11
La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.