Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Pobreza de Espíritu, corazón acogedor

Pobreza de Espíritu, corazón acogedor

por La divina proporción


"Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos." Hay muchos que perseveran en la oración y en los divinos oficios y hacen muchas abstinencias y mortificaciones corporales, pero por sola una palabra que parece ser injuriosa para sus cuerpos o por cualquier cosa que se les quite, se escandalizan y en seguida se alteran. Esos tales no son pobres de espíritu; porque quien es de verdad pobre de espíritu se odia a sí mismo y ama a los que le golpean en la mejilla (cf. Mt 5,39). (San Francisco de Asís, Admoniciones, 14) 

Muchas veces confundimos la pobreza de espíritu con la inocencia. Son virtudes diferentes que no es conveniente confundir. Una vez una persona me indicó que la felicidad en que viven los niños proviene de su pobreza de espíritu y esto no es del todo exacto. La felicidad de los niños proviene de su inocencia y su confianza en quienes les rodean. Incluso si padecen penurias, pueden sonreír con facilidad porque en su interior no existe rencor alguno. 

La pobreza de espíritu la explica estupendamente San Francisco en esta admonición que comparto con usted. Toda pobreza es antitética a la abundancia o la riqueza. La pobreza de espíritu conlleva un aspecto muy complicado de comprender: la negación de sí mismo. Quien no se da importancia no pierde nada cuando otras personas le recriminan y le insultan. Es como quien intenta quitarle una moneda a quien no tiene. Sus intentos serán infructuosos, ya que no se puede tomar de donde no hay. 

San Francisco, en el lenguaje del momento en que escribió esta admonición, habla de “odio de si mismo” que conlleva un sentimiento negativo sobre nosotros mismos. Sabemos que odiar es un pecado y odiar la obra de Dios, aún más. ¿Cómo vamos a odiarnos cuando debemos entendernos como herramientas en manos de Dios? Fuimos creados a imagen y semejanza del creador ¿Cómo vamos a odiar esta maravillosa obra que somos? Entonces ¿Qué hemos de odiar? 

Más que odiar, debemos desprendernos de la soberbia de creer que valemos algo por nosotros mismos. Todo es Gracia y don de Dios. Si pensamos en Dios como un escultor y nosotros como un cincel, lo que realmente tiene valor es la obra de Dios, que se consigue a través de nosotros. Es indudable que el cincel tiene valor para el artista, pero la obra de arte, es lo que realmente debe ser admirada. La obra de arte fue hecha con el cincel, pero no por el cincel.

Si nos acercamos a un cincel y le recriminamos por estar sucio o no estar suficientemente afilado ¿Qué culpa tendrá el cincel? Es la voluntad del artista que el cincel esté así. Ya llegará el momento en que sea limpiado, afilado para ser utilizado de nuevo. Nosotros tendríamos que ser como ese cincel, que no se siente ofendido porque se le diga lo que es por si mismo. Pero hay más… 

San Francisco nos dice que el pobre de espíritu “ama a los que le golpean en la mejilla” ¿Por qué tendríamos que amar a quienes nos denigran y nos tratan mal? Dice un refrán que no hay pero afrenta que la indiferencia. Si nos señalan y se mofan de nosotros, es que somos relevantes para estas personas. Relevantes, aunque nuestra presencia les sea desagradable. Si no fuésemos nada para ellos ¿Por qué tendrían que fijarse en nosotros? Les afectamos porque nuestra actitud les interpela. Bendito sea el Señor.

Ante el golpe en la mejilla, no cabe resignación o silencio, sino testimonio sincero y valiente. Si miramos los evangelios encontraremos el pasaje  en que Cristo fue abofeteado por un guardián del Templo, tras contestar a Anás. La reacción del Señor a la bofetada no fue altiva ni violenta: “Si he dicho algo malo, dime en qué ha consistido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas?” (Jn 18, 23) Tal vez el tono de voz comunicó tal cantidad de amor que avergonzó a todos, produciendo que Anás lo enviara rápidamente a Caifás. 

Sin duda, sólo la pobreza de espíritu hace que el corazón se mantenga abierto y dispuesto a ser Templo del Espíritu Santo.
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