A vueltas con el cristianismo sociológico y el de elección
Me hago eco de un debate en Francia acerca de la naturaleza del cristianismo; un debate que en el fondo está presente desde hace décadas y que, lo veremos al final, creo que nace de la falta de una comprensión plena de lo que es nuestra fe. Me refiero a la discusión sobre si el futuro de la Iglesia está en un “cristianismo de elección” o en un “cristianismo cultural o sociológico”.
La cuestión la ha vuelto a plantear el Cardenal Vingt-Trois, obispo de París, en una entrevista el mes pasado en La Croix. Allí afirma que "hemos pasado de un cristianismo sociológico a un cristianismo de elección. Ésta me parece ser la transformación más importante, frente a la que estamos desigualmente preparados. Ciertamente será necesario ayudar a los católicos a evolucionar". Declaraciones en la línea de la idea fuerza que durante años sostuvo el antiguo director de La Croix, Michel Kubler, que consistía en el cambio de una fe heredada a una fe elegida.
Ha sido Jean Madiran, desde las páginas de Présent, quien ha contestado al Cardenal Vingt-trois: "¿tendremos entonces que suprimir el bautismo de los niños, incapaces de realizar por ellos mismos esa elección?”. Y continúa Madiran: "La expresión «cristianismo sociológico» es evidentemente peyorativa. Pretende caricaturizar arbitrariamente el cristianismo basado en la piedad filial, en el catecismo infantil, en la escuela cristiana, en la vida litúrgica. En cuanto al «cristianismo de elección», no parece ser una gran novedad, más bien ha existido siempre, desde el principio; a propósito de éste, Jesus advertía a sus discípulos, diciéndoles: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he elegido a vosotros» (Jn. 15, 16) y «Quien no acoge el Reino de Dios como un niño no entrará en él» (Lc. 18, 17)".
Acaba el Cardenal Vingt-Trois su entrevista con esta advertencia: “El proyecto para la Iglesia del siglo XXI no puede ser el de reconstituir la Iglesia del siglo XIX”. Algo bastante evidente en sus aspectos accidentales, pues muchas cosas han cambiado desde entonces, del mismo modo que ese proyecto tampoco puede ser insistir en las experiencias fracasadas del siglo XX. A esta afirmación, tan recurrente, replica Madiran, "La Iglesia del siglo XIX no merece este desprecio. Era la Iglesia que enviaba misioneros franceses al mundo entero, mientras que la Iglesia del siglo XXI tiene más bien necesidad de recibirlos. Lo que cuenta, aquello de lo que tenemos necesidad, no es lo que de un siglo a otro cambia en la Iglesia, sino más bien aquello que a través de los siglos nunca ha cambiado y no cambiará nunca".
Por su parte, y al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, James V. Schall, SJ. recoge por su parte las recientes historias de conversión de Brad Miner, David Warren, Austin Ruse y Joseph Wood. Y tras alabarlas, confiesa que él nació católico; bueno, puntualiza "de padres que eran católicos. Fue a través del bautismo que llegue a ser católico". Y cita a Belloc, quien en El Camino a Roma escribió que es algo bueno no tener que regresar nunca a la fe (lo que no significa que no haya pecado y caídas, sino que, a lo largo de ese caminar y tropezar no se llega a perder nunca el don de la fe).
Robert Royal, en The Catholic Thing, da un paso mas allá, señalando que muchos "rechazan el viejo "catolicismo cultural" como inadecuado. Pero cualesquiera que hayan sido los fallos de esa vieja cultura, parece claro que un nuevo catolicismo cultural debe ahora emerger como una realidad social viva y concreta". Rechazar esta dimensión social y cultural es no haber comprendido la naturaleza del ser humano.
Y acaba su escrito advirtiendo contra los tópicos progresistas: "Después del Vaticano II hemos escuchado muchas veces que la Iglesia no debía estar a la defensiva y que necesitaba una apertura madura. Pero esto es engañoso. Por supuesto que la "defensividad" no es una virtud cristiana, pero un temor adecuado ante las amenazas reales no es ser un neurótico. Es realismo".
Lo escribía al principio: en estas actitudes que propugnan un cristianismo de elección como enfrentado a uno heredado me parece que subyace una comprensión incompleta de lo que es la Iglesia católica. Con Chesterton hay que recordar que la Iglesia abraza todo lo humano y no renuncia a nada. Por eso en la Iglesia hay sitio para todo lo bueno, aunque al mundo le parezca contradictorio: para la predilección por la pobreza y para la riqueza del arte y la liturgia, para el estudio teológico profundo y para la predicación por las calles y plazas, para la Suma Teológica y para la estampita de un santo, para la contemplación y para la acción. Por eso la Iglesia tiene la audaz locura de nombrar como patronos de las misiones a una carmelita que no salió de su convento y a un jesuita que no llego más lejos porque se le acabó el mundo. Es justamente el jesuita Schall quien recuerda que las dos grandes luminarias intelectuales que fueron san Agustín de Hipona y santo Tomas de Aquino tuvieron caminos diversos hacia una misma santidad: Agustín, quien tras ser educado por su madre, abandonó la fe, y tras diversos avatares acabaría siendo bautizado y entraría así en la Iglesia (con la inestimable ayuda de las oraciones de santa Monica), Tomás, quien nunca la abandono. Dos santos con itinerarios muy diferentes, uno que calificaríamos católico de elección, el otro católico de herencia, pero en ambos casos abiertos a la gracia.
Además, eso de enfrentar elección y herencia no se sostiene en la vida real. Porque también quien recibe en herencia debe elegir seguir siendo fiel a la fe recibida, diría que casi cada día, más ahora en que todo anima a lo contrario. La vida del cristiano de herencia también es una constante conversión, en el sentido etimológico de volverse hacia Dios y no distraerse de lo importante. Y el católico "de elección" hace también de su fe un modo de vida, una cultura, que de forma natural quiere compartir con sus seres queridos.
Sobre el comentario acerca de que nos tienen que ayudar a evolucionar, por favor, ayúdennos a ser santos, a amar más a Jesus, a la Sagrada Familia, a la Iglesia, a nuestro prójimo... No es poco.