Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Según la tradición los primeros 31 Papas alcanzaron la palma del martirio

San Clemente Romano y una larga lista de Papas mártires

por Victor in vínculis

Sobre estas líneas, el martirio del papa san Clemente Romano, pintura de Agostino Ciampelli que se encuentra en Roma, en la iglesia de los Santos Gregorio y Andrés en el Monte Celio.

Celebrábamos hoy la fiesta de unos de los primeros papas de la Iglesia Católica. Después de san Pedro, de Lino y de Cleto, fue nombrado papa Clemente I.

Escribe CARLOS VILLA ROIZ famoso periodista y escritor mexicano que «durante las diez persecuciones que hubo en el amplio Imperio Romano, los primeros cristianos sufrieron crueles martirios por defender su fe. Entre ellos estuvieron los primeros 31 Papas, que murieron mártires, desde San Pedro -cuyo pontificado terminó entre el año 64 o 67- hasta San Eusebio -cuyo martirio ocurrió el 17 de agosto del año 309-.

Fueron 129 años de persecución. En el siglo I, hubo 6 años de persecución y 28 de tolerancia religiosa; en el siglo II fueron 86 años de persecución y 14 de tolerancia, en el siglo III fueron 24 años de persecución y 76 de tolerancia, y en el siglo IV, 13 años de persecución, lo que suma 129 años de persecución que sufrió la Iglesia.

Destaca la crueldad con la que fueron asesinados, destacan casos como san Clemente, quien después de haber sido condenado a trabajos forzados en Crimea bajo el gobierno de Trajano, fue arrojado al Mar Negro con un ancla atada al cuello, o San Calixto quien fue arrojado a un pozo profundo que fue tapado con tierra y escombros

En un inicio, los cristianos dieron sepultura de forma clandestina a estos primeros Papas. Luego, sus restos fueron llevados a la Basílica de San Pedro o a las Catacumbas de San Calixto, Santa Priscila y Santa Cecilia, en Roma».

San Pedro (en torno a 30-67), según la tradición crucificado boca abajo.​

San Lino (en torno a 67-76).

San Anacleto o Cleto (en torno a 79-92).​

San Clemente I (en torno a 92-99), lanzado al mar con un ancla atada al cuello.​

San Evaristo (en torno a 99-108).

San Alejandro I (en torno a 106-119).​

San Sixto I (en torno a 119-128).​

San Telesforo (en torno a 128-138).​

San Higinio (en torno a 138-142).​

San Pío I (en torno a 142-154), martirizado por espada.

San Aniceto (155-166).​

San Sotero (166-175).​

San Eleuterio (175-189).

San Víctor I (189-199).​

San Ceferino (199-217)

San Calixto I (217-222).

San Urbano I (222-230).​

San Ponciano (230-235), condenado a las minas de sal de Cerdeña y fallecido en la isla de Tavolara.​

San Antero, elegido en 235 y martirizado por el emperador Maximino el Tracio.​

San Fabián, elegido en 236 y martirizado en 250 durante la persecución de Decio.

San Cornelio, elegido en 251 y martirizado en junio de 253.​

San Lucio I, elegido en 253 y martirizado el 5 de marzo de 254. Menos de 9 meses.

San Esteban I, elegido en 254 y martirizado en 257.​

San Sixto II, elegido el 31 de agosto del 257 y martirizado el 6 de agosto en 258. No cumplió un año en la sede de Pedro.

San Dionisio, elegido en 259 tras un año de persecuciones y martirizado en 268.

San Félix I, elegido en 269 y martirizado en 274.

Eutiquiano, elegido en 275 y martirizado en 283.​

San Cayo, elegido en 283 y martirizado en 296.​

San Marcelino, elegido en 296 y martirizado en 304 durante la persecución de Diocleciano.​

San Marcelo I, elegido en mayo/junio de 308 tras un interregno de cuatro años tras la muerte de Marcelino y murió el 16 de enero 309. Su pontificado duró siete meses.

San Eusebio, elegido en abril de 309 y martirizado en Sicilia en agosto del mismo año.

[Esta ha sido siempre la tradición, pero los papas cuyas fiestas fueron suprimidas por el calendario litúrgico de 1970 al no hallarse documentado su martirio son: san Lino, san Anacleto o Cleto, san Evaristo, san Sixto I, san Telesforo, san Higinio, san Pío I, san Aniceto, san Sotero, san Eleuterio, san Víctor I, san Ceferino, san Urbano I, san Lucio I, san Esteban I, san Félix I, san Cayo, san Marcelino, san Marcelo I y san Melquiades.

 

De san Lucio I se sabe positivamente que murió de muerte natural después de retornar a Roma al serle levantada la pena de destierro por el emperador Valeriano. En cuanto a san Esteban I, aunque no se tienen pruebas de su martirio, parece difícil que haya escapado a él o al exilio en medio de la persecución promovida por el mismo Valeriano, convertido en enemigo de los cristianos. San Marcelo I murió deportado por orden del emperador Majencio. Una antigua tradición lo hace sucumbir a las asperezas sufridas en las caballerizas imperiales, a cuyo cuidado se hallaba condenado por Majencio y cuyo emplazamiento es el mismo de la actual iglesia de San Marcelo en la vía del Corso.

Bajo estas líneas aguafuerte conservado en el Museo del Prado de Madrid - Grabado por Juan Antonio Salvador Carmona (1740-1805), según dibujo de Antonio González Velázquez (Madrid 1723-1794)].

Según la tradición, SAN CLEMENTE ROMANO fue el tercer sucesor de san Pedro en Roma, después de Lino y Cleto. Ocupó la sede romana en los últimos años del siglo primero. De él se conserva una carta a la Iglesia de Corinto, en la que exhorta a aquella comunidad, amenazada de graves disensiones internas, a mantenerse en la unidad y la caridad. La primera carta a los Corintios es de gran interés como documento que nos permite conocer directamente la Iglesia romana primitiva. Se afirma ya por primera vez el principio de la sucesión apostólica como garantía de fidelidad a la doctrina de Cristo.

[Martirio de San Clemente, detalle de un altar frontal con escenas de la vida del papa mártir, iglesia de Sant Climent de Taüll, Vall de Boi, Alta Ribagorça, segunda mitad del siglo XIII].

Aquí la podéis leer completa con una buena traducción:

Clemente Romano, Carta a los Corintios (didaskalikos.org)

Y aquí un resumen preparado, en 2001, por el Instituto de Espiritualidad de la Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino de Roma:

Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo.

Recorramos todas las generaciones y aprenderemos cómo el Señor, de generación en generación, «concedió un tiempo de penitencia» a los que deseaban convertirse a él. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido.

De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas habló también con juramento de la penitencia, diciendo: «Vivo yo» - dice el Señor - «que no me complazco en la muerte del pecador, sino en que se convierta», añadiendo aquella hermosa sentencia: «Arrepentíos, casa de Israel, de vuestra iniquidad; di a los hijos de mi pueblo: Aun cuando vuestros pecados alcanzaren de la tierra al cielo y fueren más rojos que la escarlata y más negros que un manto de piel de cabra; si os convirtierais a mí con toda vuestra alma y me dijerais «Padre», yo os escucharé como a un pueblo santo».

Queriendo, pues, el Señor que todos los que él ama tengan parte en la penitencia, lo confirmó así con su omnipotente voluntad.

Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a su misericordia y convirtámonos, dejadas a un lado las vanas obras, las contiendas y la envidia que conduce a la muerte.

Seamos, pues, humildes, hermanos, y deponiendo toda jactancia, ostentación, insensatez y arrebatos de ira, cumplamos lo que está escrito, pues lo dice el Espíritu Santo: «No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza, sino el que se gloría, gloríese en el Señor, para buscarle a él y practicar el derecho y la justicia», especialmente si tenemos presentes las palabras del Señor Jesús, aquellas que dijo enseñando la benignidad y longanimidad; dijo, en efecto: «Compadeceos y seréis compadecidos; perdonad para que se os perdone a vosotros. De la manera que vosotros hiciereis, así se hará también con vosotros. Como diereis, así se os dará a vosotros; como juzgareis, así se os juzgará a vosotros; como usareis de benignidad, así la usarán con vosotros; con la medida que midiereis, así se os medirá a vosotros».

Que estos mandamientos y estos preceptos nos comuniquen firmeza para poder caminar con toda humildad en la obediencia de sus santos consejos. Pues dice la Escritura santa: «En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido, que se estremece ante mis palabras».

Como quiera, pues, que hemos participado de tantos, tan grandes y tan ilustres hechos, emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador del universo, acogiéndonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz.

De la Carta de San Clemente, romano, papa, a los Corintios. (Cap. 7, 4 - 8, 3; 8, 5 - 9, 1; 13, 1 - 4; 19, 2: Funk 1, 71 - 73. 77 - 78. 87)

[13 de los 31 Papas que alcanzaron la palma del martirio están enterrados en la basílica de San Pedro en Ciudad del Vaticano. Esta lápida se encuentra antes de entrar en la Sacristía Mayor de la Basílica].

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